C.H.
En la sede madrileña de la Fundación Mapfre (Paseo de Recoletos, 25) podemos ver hasta el 5 de mayo la exposición Chagall, un grito de libertad. La muestra cuenta con el apoyo de importantes instituciones y colecciones particulares internacionales, entre las que figuran las siguientes: Fondation Marguerite et Aimé Maeght, SaintPaul-de-Vence; Philadelphia Museum of Art, Filadelfia; Solomon R. Guggenheim Museum, Nueva York; Tel Aviv Museum of Art; The Art Institute of Chicago; Centre Pompidou. Musée National d’Art Moderne / Centre de Création Industrielle, París, y Musée National Marc Chagall de Niza.
A través de 160 obras y un amplio conjunto de documentos, entramos en contacto con la dimensión política de un pintor que vivió las dos guerras mundiales y se vio obligado a marchar a Estados Unidos huyendo del nacionalsocialismo.
Marc Chagall (1887-1985) nació en Rusia y recibió una educación judía tradicional. En un primer momento se identificó con la revolución socialista de 1917, pero en 1922 abandonó definitivamente la Unión Soviética, iniciando un largo periplo que le llevó a Berlín, Francia, Palestina y Estados Unidos.
Pintor inclasificable, tiene claras influencias del expresionismo, el fauvismo, el cubismo y el surrealismo. Se mantuvo siempre dentro de la pintura figurativa, pero con una evidente dimensión onírica en muchos de sus cuadros. Maestro del color, la gama cromática de Chagall dota a sus lienzos de una expresividad y emotividad especiales.
La exposición se centra especialmente en la denuncia del antisemitismo nazi y la identificación del pintor con el pueblo judío y el sionismo. Nos encontramos, por tanto, con la faceta más política de un artista que generalmente tiende a ser considerado como ajeno a la realidad, a lo cotidiano, y centrado en un universo imaginario.
Entre los cuadros expuestos hay obras de una calidad extraordinaria, como son La carretera de Cranberry Lake (1944-1952) y El violinista verde (1923-1924).
Hasta el 24 de junio podemos ver en el Museo Reina Sofía de Madrid (C/ de Sta. Isabel, 52) la exposición Antoni Tapiès. La práctica del arte, con más de 220 obras que muestran la evolución del artista entre 1943 y 2012.
Tapiès es una de las figuras más destacadas del arte español del siglo XX. Inició su actividad pictórica de forma autodidacta y a finales de los años cuarenta fue cofundador del grupo Dau al Set, colectivo de vanguardia catalán de tendencia surrealista. Las obras de este período destacan por la temática y la iconografía mágica, pero poco a poco evolucionan hacia un interés creciente por la materia, que cristaliza en las célebres pinturas matéricas, de reconocimiento internacional. Experimentando con diversos materiales y texturas muy diferentes, Tapiès supo crear un universo forma extremadamente original, a la vez que reforzaba su compromiso político antifranquista en la década de los años sesenta del pasado siglo.
Los amantes del arte figurativo se van a encontrar con una obra que se encuadra en el informalismo abstracto, donde lo fundamental es la visión subjetiva del artista, que no pretende plasmar una realidad objetiva exterior, sino trasladar al lienzo un mundo interior de sensaciones y sentimientos. Antes de aventurar algún juicio desafortunado, pensemos en las vanguardias artísticas de los primeros años de la revolución bolchevique. Una estética que en muchas ocasiones no supo comprenderse, pero de un inmenso valor artístico y revolucionario. Y, por supuesto, de una calidad mucho mayor que el realismo socialista de la década de 1930.
De un estilo diametralmente opuesto es la exposición del Museo Thyssen de Madrid que podremos ver hasta el 2 de junio sobre El realismo íntimo de Isabel Quintanilla. A través de un centenar de obras se recorre toda la vida artística de una de las principales representantes del realismo contemporáneo.
Perteneció a la generación de pintores realistas de Madrid junto con su cuñada Esperanza Parada (1928-2011), Amalia Avia (1930-2011), Carmen Laffón (1934) o María Moreno (1933-2020).
Isabel Quintanilla (1938-2017), nacida en Madrid, inició sus estudios artísticos con sólo 15 años en la Escuela de Bellas Artes de San Fernando, donde se graduó en 1959. Al año siguiente se trasladó a Italia acompañando a su marido, el escultor Francisco López Hernández (1932-2017), que había recibido una beca en la Real Academia de España en Roma.
Al regresar a Madrid en 1964, su lenguaje pictórico alcanzó la madurez, definiéndose dentro de un riguroso estilo realista, caracterizado por la perfección técnica y la maestría del dibujo. Sus interiores tienen una carga poética que se ve subrayada por el tratamiento de la luz que envuelve los objetos cotidianos.
Sus cuadros son austeros, sobrios, despojados de todo artificio, centrados en describir la materialidad del objeto, ya sea un jarrón o la máquina de coser. Es esta simplicidad la que nos atrae. La artista, de una sólida formación académica, convierte en obra de arte esos utensilios que nos rodean y en los que apenas nos fijamos.
Isabel Quintanilla vivió en una España en que las mujeres artistas no tenían reconocimiento oficial, aun cuando tuvieran cualidades excepcionales, como era su caso. No es de extrañar, por tanto, que en Alemania su pintura tuviera una gran acogida y fuera mucho más valorada que en su propio país.
En CaixaForum Madrid (Paseo del Prado, 36), hasta el 6 de junio podemos visitar ARTE Y NATURALEZA, una exposición que recorre el arte del siglo XX y comienzos del XXI, explorando el diálogo entre las actividades artísticas y la naturaleza. La muestra cuenta con ochenta piezas de la colección Musée National d´Art Moderne-Centre d´Art Pompidou. Dividida en cuatro secciones temáticas –metamorfosis, mimetismo, creación y amenaza–, se exponen opbras de Kandinsky, Dalí, Picasso, Le Corbusier y Paul Klee, entre otros.
Pintura, escultura, decoración, fotografía, diseño y arquitectura se dan cita para establecer la relación entre la Naturaleza que nos rodea y la visión que el Arte nos proporciona de aquélla. Sin embargo, esa profunda conexión que se produce desde el Renacimiento hasta nuestros días entre el medio natural y su reflejo en la estética artística, no se concreta en la muestra que reseñamos. El espectador no logra, en mi opinión, quizás por falta de una didáctica explicativa, relacionar los dos elementos. Las obras que se exponen, algunas de notable calidad, se contemplan como si estuvieran fuera del contexto en el que se encuadran. Por esa calidad, precisamente, merece la pena acercarse a esta exposición.