Salomeja Neris, JCE(m-l)
“Este es mi sitio, esta es mi gente, somos obreros, la clase preferente” coreaba una multitud en un lugar de la Mancha. En el mismo lugar en el que cientos de trabajadores viven, todos los años en fechas similares, esclavizados durante una semana cobrando 6 euros a la hora. Mientras tanto, el impacto económico del evento asciende a 22 millones de euros (en la última edición). ¿A costa de qué? Como siempre, de la clase trabajadora.
En este artículo me gustaría dar un pequeño paseo por algunas de las alternativas actuales de ocio para la juventud y reflexionar sobre ellas. La idea es descubrir las problemáticas claramente visibles y algunas no tanto, que enfrenta la juventud estudiante y trabajadora. Llevar toda esta reflexión al análisis y finalmente; animar a la práctica en nuestros frentes.
Se acerca (en algunos casos ya ha empezado) la época de los macrofestivales. Eventos multitudinarios dónde se puede ver una veintena (o incluso más) de artistas y grupos por módicos precios que no bajan de los 100 euros (sumando todos los costes). Además, tocará comprar las entradas con mucha antelación (sin conocer el cartel final) ya que los precios suben como la espuma. El capitalismo con sus garras más afiladas que nos obliga a hiperplanificar, comprar entradas anticipadas y a gastar, gastar y no dejar de gastar para que la rueda siga girando.
En estos eventos nos cobrarán por el reacceso, la acampada y casi que por respirar. Dado que en muchos festivales prohíben la entrada de comida y bebida, consumiremos por precios muy pero que muy poco populares. Eventos para unos pocos; y cada día para menos. Cada vez hay menos ganas y poder adquisitivo para acudir a estos espacios. Los carteles parecen fotocopias de años anteriores. Los mismos grupos todos los años y las condiciones cada vez peores, ¡con precios más altos! Mientras tanto, la industria del directo ha ingresado ni más ni menos que 459 millones en venta de entradas en 2023 (200 % más que el año anterior) (eldiario.es, 2024). Dinero que la mayoría se embolsa como beneficio. Pagar a sus trabajadores y dotarlos de derechos laborales dignos: mejor para otro día.
La juventud ya sufríamos claras carencias de espacios de encuentro fuera del consumo antes de la pandemia. Quedar en un parque a tomar el sol o para merendar se hace incómodo. ¿Sentarte con tus amigos en el parque a comer pipas? Seguro que alguien llama a la policía. O ellos mismos pasarán a preguntarte que qué haces en un parque comiendo pipas. ¿Ver películas en el parque del pueblo? Ahora tenemos autocines. ¿Ir a un museo o al teatro? Si la entrada es inaccesible para un bolsillo joven. ¿Hacer una ruta por la montaña con tus vecinos o compañeros de clase/trabajo? No coincidimos ni un fin de semana porque se van a un festival o trabajan. Mil y una alternativas propuestas por y para las clases populares que quedan cada vez más lejos en la memoria. Espacios “públicos” que no pueden ser ocupados por el pueblo. El COVID llevó al sumidero de la historia espacios de ocio como bibliotecas, centros polivalentes y otros lugares donde nos encontrábamos con nuestros amigos. ¿Se recuperaron estos espacios tras la pandemia? Todos sabemos la respuesta. Tras los incesantes lloros de los hosteleros, los primero que abrió tras el confinamiento fueron los bares y los restaurantes. Con terrazas ampliadas, mesas con máximo de personas y con distancia de seguridad… Era necesario mantener el parque de atracciones de Europa funcionando. Las mismas terrazas se llenaron de jóvenes que se veían obligados a consumir para poder encontrarse. Consumir, en su mayoría alcohol, muy lejos de las edades permitidas para ello. Era y sigue siendo necesario vernos atractivos para el turista extranjero. Somos una juventud que no ha conocido otro lugar para socializar que no sea un bar, ¿cómo vamos a organizarnos?, ¿cómo vamos a sentir los espacios que nos arrebataron como nuestros? Nuestro trabajo como comunistas es recuperar todos estos espacios y hacerlos nuestros: de la juventud y de la clase trabajadora. Para que nadie tenga que renunciar a un lugar donde encontrarse, organizarse, formarse y crecer. Para que no tengamos que renunciar nunca más a aquello que nos pertenece.
Una de las novedades de los años postpandemia han sido los bonos culturales. Bonos destinados a consumir más. Comprar discos, entradas a conciertos, videojuegos, libros…. Comprar para llenar los bolsillos de los de siempre. En 2022 se presupuestaron unos 210 millones para este bono. De éstos, sólo se gastaron 114.2 millones. El año siguiente, sólo un tercio de los jóvenes que podían acceder al bono (aquellos que cumplían 18 ese mismo año) lo solicitaron (El País, 2024). ¿Dónde estará el problema? ¿Es que los jóvenes no reconocemos los esfuerzos de las instituciones por mantenernos contentos? ¿Es que no queremos consumir cultura? La respuesta: no tenemos dónde gastarlo en un país dónde hay un bar por cada 175 habitantes. La oferta cultural cada vez es más escasa y la poca que queda se aleja cada vez más de lo que nos podemos permitir. Creemos en la necesidad de una oferta cultural asequible para la juventud.
Si bien es cierto que el futuro se ve negro: no todo está perdido. Las iniciativas de ocio asequible para la juventud existen. También debemos animarnos a tomar la iniciativa y promoverlas. Nuestra tarea es aprovechar todos los espacios que tenemos para ello. Podemos llevarlas a cabo en formato de actividades prepolíticas. Para acercarnos a la juventud. Para estrechar lazos con nuestros militantes y simpatizantes. Para conocer a potenciales militantes. Debemos estar atentos a la oferta en nuestro entorno. Si no hay oferta, animarnos a crearla e invitar a la juventud. Rutas de senderismo, juegos de mesa, clases de deporte o torneos, micros abiertos, cinefórums y visitas a museos… Algunos museos son gratuitos ciertos días de la semana o tienen precio reducido si eres estudiante. En València, puedes ver una ópera por 10 euros si eres menor de 28 años. En los cines de barrio se pueden ver verdaderas obras maestras por menos de 5 euros. Las opciones son infinitas y sólo nos queda ponernos a trabajar.