J.P. Galindo
Asistimos en estos días a una explosión (controlada) de acusaciones y denuncias de corrupción por parte de los principales partidos del Régimen, con el telón de fondo de las maniobras que unos y otros realizaron durante la crisis sanitaria iniciada en 2020. A medida que las tramas se van cruzando y enredando entre sí, va quedando a la vista algo que a nadie sorprende a estas alturas de la historia: que mientras la clase trabajadora sufría y moría, la burguesía no perdió ni un segundo para mercantilizar la situación y extraer el mayor beneficio posible para sus propios bolsillos.
Así ha sido siempre bajo el régimen capitalista, donde toda situación, evento o circunstancia, por inesperada, tremenda o dramática que sea, puede (y debe) ser mercantilizada para extraer alguna partícula extra de plusvalía a costa del proletariado. Teniendo eso en cuenta, un evento catastrófico mundial como fue la pandemia de COVID-19 no puede entenderse, desde la visión capitalista, más que como una inmensa oportunidad de negocio millonario. Y como tal, ninguno de los partidos de la burguesía y el Régimen del 78 podía quedarse atrás en la carrera por conseguir «sobresueldos», «comisiones», «partidas», etc.
Pero, aunque la prensa al servicio del Régimen quiera convencer a las masas trabajadoras de que esta inmunda actuación es una excepción al funcionamiento normal del sistema, lo cierto es, por el contrario, que el capitalismo es, por definición una fuente natural de corrupción, dado que la apropiación encubierta de recursos ajenos es la base misma de la dictadura de clase que la burguesía nos impone y pretende normalizar. Y en nuestro caso, además, tenemos el agravante de sufrir un Régimen coronado por la archicorrupta e ilegítima monarquía borbónica, verdadero «núcleo irradiador» y legitimador del fraude institucional.
El Régimen del 78 se sostiene en un inestable equilibrio de fuerzas entre la dictadura burguesa, ejercida con mano de hierro por una minoría extremadamente pequeña de grandes capitalistas a través de una gran cantidad de brazos políticos, y una impotente monarquía parasitaria que solo mantiene el trono gracias a su labor legitimadora del sistema, en base a los pactos del tardofranquismo, aún vigentes. Esta inmensa maquinaria criminal solo puede funcionar con el lubricante que representan las ingentes cantidades de dinero que son constantemente desviadas del servicio público a los bolsillos privados. Nuestro camarada Lenin describió y dio un nombre a esa estrategia de supervivencia de la monarquía: «El bonapartismo es una maniobra de la monarquía que ha perdido su viejo apoyo patriarcal o feudal, simple y general; de una monarquía que se ve obligada a hacer equilibrios para no caer, a coquetear para gobernar, a sobornar para congraciarse, a confraternizar con las heces de la sociedad, los ladrones y maleantes, para mantenerse con algo más que con las bayonetas» (Juicio sobre el momento actual. Lenin, 1908).
De este descomunal entramado de saqueo organizado y legalizado se desprenden todavía otras consecuencias nefastas para el proletariado, pues no solo la oligarquía burguesa y monárquica se ceban con los inmensos frutos del trabajo ajeno. Los restos del saqueo son suficientes para corromper tambien a amplias capas de la clase trabajadora que, atraídos por el festín, se dejan embaucar para convertirse en la indignante «aristocracia obrera» que, desde las organizaciones de nuestra clase, partidos y sindicatos obreros, ejercen como verdaderos agentes infiltrados entre el proletariado para destruir su lucha de clases desviándola hacia estériles vías reformistas.
Por tanto, la corrupción política y empresarial que soportamos no es la triste anomalía puntual personificada en tal o cual caso concreto que nos presentan los mercenarios de la información a sueldo del Régimen, sino la condición necesaria para la existencia de una oligarquía parasitaria que vive a costa del trabajo ajeno. En otras palabras, la condición de existencia de la dictadura burguesa y, en nuestro caso, del «bonapartismo borbónico» del podrido Régimen del 78.
No se puede acabar contra la corrupción sin acabar al mismo tiempo con la dictadura de la burguesía, su expropiación ilegítima del fruto del trabajo ajeno y con una monarquía de profundas raíces franquistas. De ahí la urgente necesidad de comenzar la tarea; de comenzar a tejer las conexiones que nos permitan sustituir la maquinaria de corrupción generalizada por un sistema político, económico y social de verdadero servicio público en forma de República Popular y Federativa.
Obviamente esta transformación no vendrá (no puede venir) de la mano de las propias instituciones del Régimen del 78, sino que solo puede ser impuesta por la fuerza de las grandes masas; la fuerza del pueblo organizado y encabezado por el proletariado. Pero para lograrlo, para orientar y organizar al proletariado que encabece el movimiento, necesitamos tanto redoblar nuestro esfuerzo de formación teórica para no caer en falsas ilusiones (no hay atajos), ni en un radicalismo idealista sin base material; como también tenemos que redoblar el trabajo práctico, la fusión con las grandes masas proletarias en su día a día, influyéndolas constantemente con nuestra firmeza ideológica y nuestra claridad de análisis.
La tarea es grande, pero no hay alternativas. «La emancipación de los obreros debe ser obra de los obreros mismos» nos enseñaron Marx, Lenin y Stalin.