Saloméja Néris
El ocho de marzo se celebra el día de la Mujer Trabajadora. Cada año las redes se llenan de celebraciones y felicitaciones a la mujer. Celebraciones que olvidan el apellido de “trabajadora” (como vemos en la imagen). Todos los años vemos en redes a mujeres: directoras de bancos, empresarias y propietarias conmemorando este día. No hace más que hervirme la sangre. No son mis compañeras de lucha y nunca lo serán. Por ello, antes que enfadarme de nuevo, en este artículo me gustaría recordar (sobre todo a mí misma): dónde estamos, hacia dónde vamos y quiénes son nuestros aliados.
Soy hija de inmigrantes. He crecido rodeada de mujeres trabajadoras: mi madre, mi hermana y mi abuela. Mi madre siempre ha sido el motivo, entre muchos tantos, por el que soy comunista. Una mujer que se ha desvivido con el fin de darnos la mejor vida aún trabajando 12 horas diarias.
La realidad de mi madre es la que vivimos prácticamente todas las mujeres de clase trabajadora.
Cuidamos de los demás en nuestro lugar de trabajo y luego de los nuestros en casa: no podemos acceder a un trabajo a tiempo completo. Los empleos a los que accedemos son temporales y de peor calidad. La brecha salarial no se debe a que las mujeres nos profesionalizamos menos (¡todo lo contrario!) o tengamos trabajos de peor calidad. Se debe a la temporalidad y a la parcialidad a la que estamos condenadas.
La reforma laboral aprobada por el “gobierno más progresista de la historia” eliminó los contratos temporales y, en teoría, ayudó así a las mujeres trabajadoras. Dos ideas se entienden mejor juntas: los despidos disciplinarios aumentaron un 115 % en el primer año de la reforma laboral (The Objective, 2023). Los despidos disciplinarios son la salida fácil para despedir a alguien con un contrato indefinido. La burguesía tiene todas las herramientas para esquivar a la legislación. Cómo olvidar que la negociación de los despidos se quedó fuera de la reforma con el fin de mantener contenta a la patronal.
Nuestra situación laboral pone en peligro el acceso a derechos básicos como lo es la vivienda. Cabe destacar el terrible estado del alquiler en España, dónde el precio medio en ciudades como Valencia supera los 1200 € al mes (¡está por encima del SMI!). Por tanto, la clase trabajadora y especialmente, las mujeres trabajadoras, no podemos acceder a una vivienda. ¿Qué hacer si compartimos hogar con nuestro agresor? La legislación española nos trata como víctimas indefensas y aporta soluciones patriarcales (el patriarcado que pretenden destruir) a la violencia que sufrimos. Las medidas se reducen al más puro punitivismo. No hacen nada para solucionar el problema de raíz. No consideran necesario promover cambios en la educación y medidas de rehabilitación de los maltratadores/potenciales maltratadores. El número de mujeres muertas por este tipo de violencia fueron 57 en 2023. Este es el único número que le “importa” a los que crean las leyes. Un número que ni se acerca a cuántas de nosotras sufrimos violencia verbal, física o incluso sexual a diario.
Y si eres una mujer LBTA, la historia empieza mucho antes. Tener que justificar tu existencia y/o tus preferencias relacionales sumado a tu difícil estatus socioeconómico es agotador. Además de tener que explicar lo innecesario — después de explicarlo — te juzgarán igualmente. Pocas cosas nos amparan. Tenemos el ejemplo del País Valencià, que avanzó en términos de mejora de la calidad de vida de las personas trans. Sin embargo, estas medidas fueron más bien una tirita que no solucionó prácticamente ninguno de los problemas reales que sufren las personas trans. Hoy, tras el cambio de gobierno en la comunidad cualquier mínimo avance se encuentra en peligro. A nivel estatal, el año pasado, el gobierno español aprobó la “Ley Trans”. Tras todas las negociaciones y “diálogos”, encabezados por la clase dominante, acabó quedando corta y sin dirigir soluciones reales a problemas reales. El mismo gobierno puso al frente del Instituto de la Mujer a una mujer (Isabel García) abiertamente tránsfoba. Los “progresistas” nos demuestran continuamente que están más alejados de la realidad que nunca.
Por último, no me gusta hablar continuamente de lo que se lleva en las redes o en la televisión, pero considero fundamental comentarlo. Este año nos representará en Eurovisión (un evento plagado de “pink-washing” que permite la participación de “estados” genocidas, además de otras batallitas de las que podría escribir otro artículo) una canción titulada “Zorra”. Una canción que trata de resignificar el insulto y convertirlo en empoderante. ¿Realmente queremos que sea así, si la estructura y las opresiones a las que estamos sometidas las mujeres son las mismas? Todos preferimos que nos llamen de otra manera, ¿pero incluso si con ello no cambia nuestra situación material? El propio lenguaje evoluciona y así lo debe hacer. El sistema debe cambiar para que nuestras opresiones acaben.
Día tras día vemos cómo nuestros derechos se ven arrebatados y nos abocan a la pobreza. El mundo es cada vez un lugar más hostil para la clase trabajadora y las contradicciones aumentan. Es imperativo tener claro que el único camino por el que nos deben llevar todos estos ataques es la organización y la lucha. Por mucho que la burguesía pretenda dividir a nuestra clase y nuestras luchas, nosotros tenemos claro que, todos juntos, alcanzaremos la victoria final. Debemos organizarnos con nuestros compañeros de trabajo; para que mejoren nuestras condiciones laborales y acabemos con la precariedad que nos ahoga. Con nuestros vecinos; para acabar con los alquileres abusivos y asegurar nuestro acceso a la vivienda. Con nuestros compañeros de clase; para ayudar a aquel que no puede acceder a una beca. Para ayudar al que falta a clase porque tiene que trabajar para poder permitirse los estudios y pagarse el alquiler. Y lo más importante: para que dejen de quitarnos aquello que nos pertenece.
Los marxistas-leninistas debemos encaminar y dirigir estas luchas. Así es como lo hacemos en la JCE (m-l) y en nuestro Partido: en las asambleas populares y de barrio, en los colectivos republicanos, en los sindicatos de vivienda, con nuestros compañeros de clase y en nuestros lugares de trabajo. En días como hoy — y a diario —, celebro mi militancia en la JCE (m-l). Estoy en el lugar perfecto para aprender, construirme como cuadro comunista y hacer trabajo honesto.