No cabe duda que el desarrollo de la situación política en nuestro país va a verse fuertemente condicionado por el nuevo ciclo electoral, que va a transcurrir en circunstancias muy distintas de las de 2014-2015. Dada la situación de creciente competencia interimperialista, y en medio de una coyuntura económica que se agrava, la oligarquía va a poner en juego todos sus instrumentos para sostener -y endurecer cuanto sea necesario- el régimen político, con el fin de hacer frente a sus necesidades de reestructuración económica en las condiciones más favorables a sus intereses. Y esos instrumentos, qué duda cabe, incluyen formas y medidas que en poco o nada se diferencian del fascismo.
En esta tesitura, los datos indican que son los barrios más humildes los que menos participan en política, mostrando con toda crudeza que la clase obrera no se ve representada por el juego parlamentario de unos partidos que, por lo que respecta a la izquierda institucional, hace mucho que dejaron de interesarse por sus problemas y anhelos. En efecto, cuarenta años de blanda sumisión de tales partidos a los dictados del capital, como «leal oposición» y puntal izquierdo del régimen monárquico, cuyas riendas jamás soltaron los grupos que habían constituido el bloque de poder bajo el franquismo; cuarenta años bajo el predominio de las ilusiones y prejuicios pequeñoburgueses, han conducido a la descomposición política, ideológica y organizativa de la izquierda. Un proceso que, finalmente, ha abierto la puerta al fascismo tras dejar a nuestra clase sin los instrumentos necesarios para enfrentarse a él.
Por si esto fuera poco, precisamente cuando las clases populares están dispuestas a movilizarse -siquiera en la lucha electoral- para hacer frente al avance de la derecha franquista, el reformismo afronta esta pelea como medio de ajustar cuentas entre sus diferentes facciones y, por lo tanto, más dividido que nunca, ignorando una vez más los problemas que angustian al pueblo trabajador. En definitiva, con su desintegración orgánica e ideológica, los reformistas están demostrando que ni siquiera son capaces ya de llevar a cabo la función que le asigna el orden burgués: canalizar el descontento popular y legitimar sus instituciones. Nunca en nuestro país la descomposición del revisionismo había alcanzado tan altas cotas.
Sin embargo, no cabe duda que las fuerzas revolucionarias afrontamos esta situación con una gran debilidad, como tampoco se puede negar la gravedad de la amenaza que suponen las posiciones de ultraderecha para los intereses de la clase obrera: si hoy los derechos de todo tipo se encuentran ya muy erosionados, tanto el contexto internacional como el tono del debate en nuestro país anuncian unas perspectivas aún más oscuras para los trabajadores (y sobre todo las trabajadoras) y para los pueblos.
Estos, por su parte, y en gran medida debido a la ilusión parlamentaria inculcada por el reformismo, siguen confiando aún en la capacidad del voto para incidir en la política y dar un giro a la situación. Por más que sean conscientes de la podredumbre que aqueja a los partidos del régimen, todo indica que millones de trabajadores y trabajadoras acudirán a las urnas, alarmados por las bravuconadas de unas derechas que compiten por el voto ultra. Al mismo tiempo, ese fetichismo electoral, al agudizar el interés por la política, facilita la confrontación de posiciones y el debate en el seno de nuestra clase.
Los comunistas sabemos que estas elecciones no van a rectificar la tendencia que hemos visto desarrollarse en los últimos años, en especial porque la izquierda se presenta a ellas dividida y sin una alternativa global al régimen. Los meses de gobierno Sánchez se han caracterizado por la inoperancia, la propaganda y una manifiesta falta de voluntad de revertir las agresiones a los derechos políticos y sociales llevadas a cabo con Rajoy. Y nada indica que el PSOE, como brazo izquierdo de la oligarquía, vaya a utilizar una eventual mayoría para hacerlo.
Sin embargo, debido a múltiples factores como los ya mencionados, las circunstancias que nos vienen dadas son las que hemos expuesto: las derechas están planteando el debate en los términos más crudos, en la perspectiva de importantes retrocesos en los derechos de todo tipo, y nuestra clase está en la línea de utilizar su voto para impedirlo. Ante esto, está claro que la salida más fácil es predicar el abstencionismo; pero los comunistas no tenemos por costumbre eludir los problemas. No podemos mantenernos al margen del problema electoral, una batalla que, al fin y al cabo, es política, y en la que no podemos abandonar a nuestra clase, sino que debemos llevarla a cabo junto a esta. Por eso, el PCE (m-l) llama a la clase obrera y a los sectores populares no sólo a no dar ni un voto a las derechas, sino a votar activamente por las izquierdas.
Ahora bien, el voto no es lo determinante ni lo definitivo; el parlamentarismo burgués, como elemento integrante de la dictadura del capital, ha demostrado sobradamente sus limitaciones a la hora de llevar a cabo la pelea por los derechos de nuestra clase. Se trata simple y llanamente de ganar tiempo frente a la reacción, de reconstruir los instrumentos necesarios para organizar una respuesta adecuada de las clases trabajadoras a los intentos de involución, devolviéndoles la iniciativa frenteaun reformismo incapaz de oponerse a la amenaza, como ha quedado sobradamente demostrado en los últimos cuarenta años.
Eso significa que los trabajadores y trabajadoras, además de ir a votar, debemos organizarnos. Y debemos hacerlo, en primer lugar, desde el tipo de organización que responda a nuestras inquietudes y a nuestros problemas inmediatos, que nos proporcione seguridad y confianza y que nos permita articular la solidaridad con el resto de trabajadores y trabajadoras de nuestros barrios y localidades.
Con esto, el PCE (m-l) no pretende hacer un brindis al sol. Sabemos a lo que nos arriesgamos, pero también somos conscientes de lo que nos jugamos como trabajadores y trabajadoras. No damos ningún voto de confianza al revisionismo y a la socialdemocracia: muy al contrario, nuestra responsabilidad, como comunistas, es poner los intereses de nuestra clase por delante de cualquier otra consideración. Y los combates que se avecinan exigen que pueda llegar a ellos en las mejores condiciones para afrontarlos.
Con ese fin, nos comprometemos a dedicar toda nuestra energía a ayudar al pueblo trabajador a unirse y a organizarse en la defensa de sus intereses; y, en segundo lugar, utilizaremos este período electoral para explicar sin descanso lo que ha significado y significa realmente el fascismo en general, y en España en particular: explotación, miseria, represión y oscurantismo.
Madrid, 24 de marzo de 2019