Secretariado del Comité Central del PCE (m-l)
Ayer, 9 de junio, se celebraron las elecciones al Parlamento Europeo. En lo tocante a la importancia de las mismas, nos remitimos a la declaración conjunta de los partidos europeos de la CIPOML. El Parlamento Europeo es el adorno “democrático” de una estructura política básicamente antidemocrática: los principales órganos ejecutivos de la UE (Consejo, Comisión y Banco Central) no son elegidos directamente por los ciudadanos.
Esta evidencia es intuida por una mayoría de electores, lo que explica que, por ejemplo, en nuestro país, salvo cuando coinciden con otro tipo de elecciones (generales, autonómicas, etc.), la abstención sea siempre muy superior a la participación en ellas. Este año, a pesar de la insidiosa campaña propagandística fomentando la participación, tampoco ha sido una excepción: más de la mitad (el 50,78%) de los electores españoles se han abstenido.
En lo que hace a los resultados, a primera vista resalta el fuerte avance de la extrema derecha. Basta algunos datos para confirmarlo: desde 2.009 el apoyo a la extrema derecha en las elecciones al Parlamento Europeo ha pasado del 10,2% al 24,3% actual; de modo que casi la cuarta parte de los escaños estarán ocupados por fuerzas cercanas a las tesis fascistas. Esto es particularmente cierto en los tres países que controlan las instituciones comunitarias: Alemania donde la filo nazi AFD ha quedado segunda en escaños, tras la derechista CDU, superando al gobernante Partido Socialdemócrata; Francia, donde la Agrupación Nacional de Le Pen ha doblado en votos el resultado del partido de Macron, forzando a éste a disolver la Asamblea Legislativa y convocar elecciones; e Italia, donde la líder ultraderechista Meloni ha obtenido la victoria con el 28% y una abstención histórica del 49%.
Con todo, es necesario precisar:
En primer lugar, el resultado electoral es la constatación de una pelea entre fuerzas de la burguesía, por un lado las que defienden la institucionalidad de la UE y, por el otro, las más reaccionarias, las de la nueva derecha “neofascista” que reclama una vuelta al nacionalismo, un mayor papel de los Estados nacionales y cuestiona la UE como institución.
Las fuerzas que hasta ahora se han turnado en el control de las instituciones europeas no son precisamente progresistas; en todo momento han defendido la política ultraliberal que conviene a la oligarquía y se han alineado siempre con las tesis más beligerantes del patrón de la OTAN, EEUU. Basta con recordar las primeras declaraciones de la Comisión Europea, con su Presidenta Von der Layen y su “Ministro de exteriores”, Borrel, a la cabeza, al inicio de la matanza sionista en Gaza, su alineamiento con las tesis más beligerantes en el conflicto de Ucrania, o la actuación del Banco Central Europeo, presidido por dos elementos tan reaccionarios como C. Lagard y su mosquetero Luis De Guindos, ambos salpicados por asuntos de corrupción, que no han dudado en incrementar los tipos de interés en plena crisis social y en adoptar cuantas medidas permitieran a la gran banca continuar su negocio a costa de los derechos públicos de los ciudadanos. Es decir, las fuerzas que sostienen las instituciones de la UE son también reaccionarias y contrarias a los intereses de los pueblos.
Es falso y maniqueista el planteamiento, previo a la cita, de los grandes medios de comunicación: “Está en juego la UE de la democracia y los derechos”. Aparte de lo dicho, la UE ha permitido, durante décadas, el ascenso de las fuerzas de extrema derecha, cuando no lo ha fomentado; ha coqueteado con ellas; ha permitido actos y manifestaciones en contra de los elementos más básicos de la democracia, ha hecho declaraciones que han desmantelado la historia democrática;…
Lo que muestra el resultado electoral del 9 de Junio, pues, es la aceleración de un cambio en la correlación de fuerzas interna entre los diversos sectores de la burguesía. Una parte de ésta, está pasando a apoyar posiciones formalmente “antisistema” que amenazan el statu quo actual; y esto es lo que alarma, en estos momentos, a la oligarquía europea, que teme una radicalización del panorama político europeo en un momento en el que necesita más que nunca “paz social”.
Una parte de la pequeña y media burguesías que alimenta, con su voto, a la extrema derecha en Europa, lo hace porque exige una mayor contundencia frente a sus competidores y fortalecer las posiciones más nacionalistas, frente a una estructura supranacional que, a sus ojos, se ha transformando en un torpe “macroestado” incapaz de adoptar decisiones propias, incapaz de hablar con una sola voz en una coyuntura internacional en la que el imperialismo avanza decididamente hacia la guerra interimperialista; esa derecha exige mayor libertad de acción para su burguesía nacional y por eso se enfrenta de forma cada vez más clara a las instituciones de la UE.
La UE, que siempre se había definido como una potencia independiente a pesar de su alianza estratégica con EEUU, que decía buscar su propia voz en la pelea interimperialista, ha demostrado, sobre todo desde el inicio de la guerra en Ucrania, su incapacidad para lograr una única voz. Eso explica también que muchos de los líderes de la extrema derecha europea, que han visto aumentar sus votos en estas elecciones, mantengan en lo tocante a la guerra de Ucrania, una posición si no pro rusa o al menos más cercana a las tesis de Putin, y exijan una posición más tibia en las relaciones de la UE con su enemigo ruso.
En nuestro país, el ascenso de Vox y el hecho de que una fuerza como “Se Acabó la Fiesta”, que agrupa a elementos ultrarreaccionarios comandados por líderes surgidos de experimentos anteriores o actuales de recolocación de los sectores burgueses (UPyD, Ciudadanos, Vox, etc.) que no terminaron por consolidar nada, consiga tres escaños no es sino una prueba de la tendencia política dominante, caracterizada por la confusión, la decepción y el hartazgo frente a los experimentos populistas de la izquierda reformista.
La izquierda institucional, dividida orgánicamente, aunque compartiendo idéntico reformismo populista, ha confirmado de nuevo su vaciamiento, que en el caso de Sumar se ha concretado en la dimisión de Y. Díaz de todos sus cargos de dirección. Podemos y Sumar, tanto fuera como dentro del gobierno, han ceñido su política, su discurso, su acción, al “juego” exclusivamente institucional y en ningún momento, más allá de algunos gestos, se han enfrentado y han planteado una alternativa programática seria al gran capital, a la oligarquía financiera y al marco político en el que ejerce de clase dirigente, el estado monárquico. Es más, en una situación de agudización de las contradicciones entre los imperialismos, de aumento de las tensiones entre potencias, de incremento de los conflictos, de carrera armamentística, la política de Sumar (lo mismo se puede decir de Podemos cuando estaba en el Gobierno), más allá de su retórica pacifista, echa más leña al fuego y se sitúa en el bando del imperialismo “occidental” y otanista.
Como venimos diciendo, cuando no hay políticas verdaderamente de izquierdas, en defensa de los pueblos y de las clases trabajadoras, cuando las fuerzas revisionistas y populistas de izquierda hacen, en esencia, políticas de derechas, se deja paso libre a las fuerzas más oscuras de la sociedad.
Todo esto nos lleva al problema fundamental: a día de hoy no hay una alternativa política organizada de las clases populares y, por tanto, hay que dar pasos para crearla. Tenemos la obligación de avanzar hacia la unidad popular y de la izquierda. Mas, esta unidad debe forjarse en torno a un programa de ruptura, en clave progresista, con el régimen, que enfrente a la oligarquía, aborde desde la raíz los principales problemas del país (paro, precariedad, bajos salarios, vivienda, carestía,…) y fragüe dicha alternativa. Si esto no se hace, cada vez mayores sectores sociales estarán condenados a la crisis, empeorarán las condiciones laborales y de vida, tendremos la guerra como una espada de Damocles sobre nuestras cabezas y no se pondrá freno al fascismo, que se alimenta con su demagogia de la situación de penuria de las masas. Este es el camino.
10 de junio de 2024