Ante la situación generada a causa del COVID-19 en España, hemos visto cómo se han ido tomando medidas en todos los ámbitos de nuestra vida diaria. La universidad no ha sido ninguna excepción de esto y, en las últimas semanas, tras el traslado de recomendaciones por parte del consejo escolar a las universidades, quedó en manos de estas últimas la toma de medidas con el fin de paliar los efectos de esta pandemia.
Por desgracia, las medidas que se han tomado en estas últimas semanas han sido insuficientes, al no tener en cuenta la situación de grandes sectores del alumnado. A raíz de esto, muchos alumnos universitarios de gran variedad de facultades y universidades han empezado a organizar distintas plataformas desde las cuales mostrar su descontento con las medidas tomadas por muchas universidades.
En el fondo de estas demandas encontramos siempre, o casi siempre, cuestiones comunes arraigadas en la reivindicación de que los estudiantes en general (y los que menos tienen en particular) en ningún caso serán quienes paguen por las carencias de estas medidas.
Por esto encontramos entre las principales cuestiones a enmendar los siguientes problemas, marcados enormemente por las clases sociales a las que afectan, que por desgracia son, como siempre, las más desfavorecidas.
El primer problema, y quizás el principal y el que más se ha descuidado, desafortunadamente, es el de la naturaleza misma del confinamiento en casa y la enseñanza no presencial. Ambos están estrechamente relacionados, al depender la docencia online y la calidad de esta profundamente del medio donde se realiza; después del inicio del confinamiento y el cambio a este tipo de docencia, los estudiantes nos hemos visto separados en dos grupos muy claramente diferenciados: aquellos que vivían cómodamente en casas espaciosas con las necesidades cubiertas, dado que su capacidad económica lo permitía; y por otro lado aquellos que vivíamos desde antes en casas apretujadas y que con el confinamiento nos hemos visto obligados a quedarnos encerrados en ellas junto con toda nuestra familia o con quienes compartíamos piso (situación de grandes sectores del estudiantado). Si ya de por sí el confinamiento representa una carga psicológica enorme para cualquier ser humano, el hecho de que este sea en un espacio pequeño con mucha gente no solo representa un cambio cuantitativo en la dificultad de lidiar con el día a día, sino un cambio cualitativo para muchos alumnos, que hace que nos sea imposible lidiar con la vida académica tal y como lo hacíamos antes, cuando, a pesar de seguir teniendo estas dificultades, teníamos un pequeño parche con el estudio en las bibliotecas públicas, que, a pesar de no ser ni de lejos una solución definitiva ni completa, paliaba un poco la desigualdad de condiciones. Ahora que no tenemos ni siquiera esa alternativa, y los que más padecemos la consecuencia de esto somos aquellos que más dificultades tenemos para afrontar los problemas causados por este virus.
El segundo problema, que repercute también negativamente sobre todos los alumnos, es el de la falta de adaptación de muchas universidades a la docencia virtual. Si bien es cierto que antes existían ya plataformas como Moodle, en las que se subían apuntes o tareas, estas plataformas no estaban de ninguna manera completamente preparadas para su uso como medio sustitutivo de la educación presencial, ni podrían hacerlo en la situación actual o en cualquier periodo de tiempo tan corto como este. Añadido a este problema está la gestión que se ha hecho en muchos casos por parte de las universidades con el paso del profesorado a plataformas que permiten la docencia virtual, ya sea porque no se les ha dado formación lo suficientemente amplia por parte de las universidades en esta materia, porque no hayan sido capaces de aprender a manejarlas en tan poco tiempo (como es normal), o por varios motivos personales; la causa da igual, ya que el problema existe de facto para los estudiantes y el curso sigue adelante. Aparte de esa falta de adaptación de las universidades, reflejada en este caso sobre el profesorado, existen muchas otras muestras de esto; hay universidades, por ejemplo, en las que ha habido frecuentes problemas para soportar la conexión durante pruebas de evaluación u otras actividades, ya que sus servidores ni siquiera son capaces de soportar la conexión simultánea de tantos alumnos; este problema se ha visto principalmente en las universidades no presenciales como la UNED, y son propios de su forma de organizar la enseñanza en general.
El tercer problema, paralelo al anterior, es la falta de preparación y/o experiencia del alumnado con una docencia enteramente a distancia. Es cierto que tenemos cierta experiencia con las nuevas tecnologías y con plataformas online, pero, como se ha mencionado en el anterior punto, ninguno estábamos preparados para una docencia completamente virtual, ya que todos o casi todos, desde que entramos en el sistema educativo, hemos tenido una experiencia presencial casi en su totalidad. El salto que se ha dado es, simplemente, demasiado grande y rápido. Incluso si la universidad no estuviera teniendo las carencias mencionadas en el anterior punto, los alumnos, sencillamente, no estamos preparados para dar un salto tan drástico en tan poco tiempo; lo cual hace que este factor también se ponga en nuestra contra, ya que nos es imposible cambiar nuestra forma de aprendizaje tan rápidamente como se ha pretendido con estas medidas. El cambio a una docencia virtual no se puede solucionar con una mínima ampliación de plazos para exámenes y trabajos, ya que, como se ha mencionado, no representa un mero salto cuantitativo en la cantidad de trabajo sino que este cambio para todo el sistema educativo implica un salto cualitativo, o sea, cambia profundamente la calidad de la enseñanza en todo el sistema.
A pesar de todos estos problemas que se han enumerado, y que representan una brecha en muchos casos insuperable para partes cada vez más grandes del sector estudiantil, las universidades de todo el país han decidido continuar con el curso y la evaluación con simples ampliaciones de algunas semanas, o, en el mejor de los casos, meses, en los plazos de entrega o en las fechas de los exámenes. En resumen, han intentado suplir cambios profundos en la calidad de la educación que recibimos los estudiantes con algo que, en el plazo en el que se ha dado, no basta ni de lejos para compensar los efectos negativos que se están percibiendo a causa de la pandemia.
Todo esto va unido al problema final y más esencial resultante de todo esto: los que pagaremos las consecuencias de esta gestión, si sigue así, seremos los estudiantes, ya sea mediante segundas y terceras matrículas o mediante la pérdida de becas. Los que más pagarán por la mala gestión de las dificultades generadas por este virus no serán solo los estudiantes en su conjunto, sino, en particular, los que menos tienen; ya que, como se ha mencionado, muchos de los problemas empeoran significativamente cuantos menos recursos tengamos los estudiantes que los padecemos. Además, desgraciadamente, es un hecho ya que la crisis económica traída por el virus agrandará significativamente este grupo.
Por eso, ante la situación que tenemos actualmente, reclamamos las siguientes medidas inmediatas:
- En primer lugar, y como prioridad máxima, que en ningún caso sean los estudiantes quienes paguen por los problemas generados por esto, ya que, además, seremos los que menos tenemos simultáneamente quienes mas suframos los problemas y a quienes más se nos castigue por padecerlos. Es por esto que, debido también a la crisis económica que afectará a amplias capas de la población, pedimos la suspensión de las tasas universitarias para el curso siguiente.
- Ante la naturaleza de algunas de estas cuestiones, como la primera que se ha mencionado, es obvio que ciertos problemas no tienen una solución inmediata en la situación actual, ya que se fundamentan en desigualdades mucho más profundas que vienen dadas de mucho antes de la pandemia; aunque esta haya provocado que se transmitan de forma directa y brutal al ámbito educativo, aumentando enormemente las que ya existían. Esto no es sino razón de más para la necesidad de la suspensión del curso y, más en concreto, de la evaluación hasta que se vuelva a unas condiciones que permitan que no esté profundamente marcada por las desigualdades económicas de los alumnos; cualquier evaluación durante esta situación, ya sea el resultado un aprobado o un suspenso, es esencialmente ilegítima, ya que está hecha sin tener en cuenta los problemas que hemos enumerado.
- Para la gestión de esta epidemia, requerimos de la gestión centralizada y unitaria de estos problemas por parte de todas las universidades, ya que las desigualdades económicas no son específicas de una única parte del país.