La tarea ahora es reagrupar y reconstruir política y organizativamente a la izquierda, vencer la frustración y pasar a la ofensiva. Los trabajadores y los pueblos no pueden ser quienes carguen con las consecuencias de las renuncias de sus “dirigentes”, entre otras cosas porque la desmoralización de nuestra clase significaría allanar el camino al fascismo. El fracaso de las promesas del oportunismo debe servir para retomar con fuerzas redobladas el proceso que el “ciudadanismo” cercenó en 2014: la construcción de una alternativa general al régimen basada en un proyecto de ruptura republicana, en la organización de nuestra clase y en la movilización popular con objetivos políticos.
Cuando nuestro partido hizo pública la consigna «Sin ruptura, sin República, no hay cambio», era evidente que nos referíamos ante todo a la necesidad de acabar con la estructura del poder político y económico que tiene como expresión jurídico-política al régimen monárquico. Los ciudadanistas, sin embargo, insistían en que la victoria frente al PP sólo se lograría renunciando a los principios, recurriendo a la política «transversal», siendo «la sonrisa de un país». Y ahora vemos las consecuencias: en esta «segunda vuelta electoral», el cacareado «cambio» no puede aplicarse ni siquiera a los sillones que tanto han preocupado a algunos durante el último año.
Más aún, el resultado del 26J ha apuntalado muy especialmente al PP, y por tanto a Rajoy, pues no sólo ha subido en votos, sino también en escaños. Por su parte el PSOE, aunque no ha cedido la segunda posición, continúa su caída y ha sido derrotado en Andalucía, el feudo de la principal rival interna de Sánchez, todo lo cual contribuirá a aumentar la confusión, los reproches y los navajazos tras la tregua que se había concedido ese partido hasta que pasaran las elecciones. El viejo bipartidismo mantiene su predominio frente a los «nuevos» aspirantes.
Es evidente que la derecha ha vuelto al redil, y que ni las promesas de «regeneración», ni los escándalos de corrupción son argumentos suficientes para atraer a sus votantes. También muchos seguidores del PSOE parecen haber abandonado a la «nueva política» para que no se repitiese el circo de los meses precedentes y echar a Rajoy: así, del análisis de los datos de varias provincias se desprende el desplazamiento de cierto segmento de votantes hacia la derecha, y de la «nueva política» a la «vieja» (de Podemos al PSOE, de C’s –percibido como menos conservador– al PP); en Madrid, por ejemplo, los 29.000 votos ganados por el PSOE casi coinciden con los 27.000 perdidos por UP respecto a los de Podemos de 2015. Pero son las conclusiones que debe extraer la izquierda sobre su experiencia lo que aquí nos interesa destacar, ante los combates que deberán afrontar los trabajadores, las mujeres, la juventud, en el próximo período.
Aunque algunos aducirán que la alianza de Podemos con IU ha ahuyentado a cierto número de sus electores más moderados de 2015, lo verdaderamente relevante es que ha sido la izquierda la que ha engrosado la abstención, que ha subido en más de 1,15 millones: en Madrid, los 190.000 votos de IU no han tenido apenas incidencia en UP, mientras que la abstención ha aumentado en 160.000 electores; en Valencia, la alianza de Podemos, Compromís y EUPV ha perdido 75.000 votos, y ha habido 47.000 nuevas abstenciones; en Málaga, la abstención aumenta en 34.000 papeletas y UP ha perdido 46.000 votos… Y todo ello, con la circunstancia añadida de que en muchas de estas capitales el “ciudadanismo” lleva un año demostrando cómo gobierna.
Así pues, lejos de las predicciones de las encuestas, de las declaraciones altisonantes y del enfoque falsamente naïf de una propaganda que en realidad transmitía la idea del “todo vale”, la coalición Unidos Podemos no ha sido capaz de ilusionar y galvanizar a las amplias masas a las que supuestamente representaba. Muy al contrario, todo apunta a que la impresión recibida por el electorado de extracción popular ha sido más bien la de un intento de “salvar los muebles” por parte de las organizaciones implicadas, tras la decepción del 20D; o, en el peor de los casos, la de unos políticos demasiado parecidos a la «casta» y a la «vieja política» que supuestamente venían a enterrar. Más de un millón de votos perdidos dan testimonio de ello.
Probablemente, los dirigentes recurrirán a los consabidos pretextos: el recurso al “voto útil”, la “campaña del miedo” y las calumnias de ciertos medios de comunicación, los defectos en la comunicación o incluso, como señalábamos, el haber caído en la identificación con la izquierda, que siempre habían rehuido los ciudadanistas. Pero ninguna excusa es capaz de ocultar que son precisamente sus claudicaciones las que han terminado pasando factura a Unidos Podemos. Es cierto que se ha avanzado en cierto grado de unidad de cierta izquierda; es verdad, también, que se ha conseguido crear una cierta expectación ante la posibilidad de echar al PP y superar al PSOE. Pero estos “logros” son totalmente irrelevantes frente al hecho de que hayan preferido mantenerse como simple “pata izquierda” del régimen, en lugar de levantar una alternativa política general frente a él para subvertir la correlación de fuerzas entre oligarquía y las clases populares. Con el pretexto del «cambio», bajo la letanía populista de la «transversalidad», se ha sacrificado el programa de transformación que –no puede ser de otra manera– tiene su eje central en la República Democrática, Popular y Federativa. Pero no sólo eso: a las ambiciones electoralistas de la pequeña burguesía, al volátil voto «de centro», han sido sacrificadas también la movilización y la organización de nuestra clase, imprescindibles para proseguir la lucha que requeriría cualquier alternativa política que se planteara seriamente la transformación de las estructuras sociales y políticas en un sentido democrático y popular. Y, después de tantas renuncias, no sólo no han conseguido extender su base electoral, sino que precisamente a causa de ellas se han caído con todo el equipo. Por ello, los trabajadores y los pueblos de España deben exigir responsabilidades a aquellos dirigentes que los han paralizado con sus cantos de sirena y a los que han claudicado en los principios para buscar su lugar al sol.
Ha quedado claro, pues, que los principios no se venden y que, en la izquierda, la política de trileros no gana. Que sobre las renuncias sólo se construye la frustración. Que al enemigo no se le derrota en su mismo terreno de juego. Las elecciones no han significado que la derecha sea hegemónica, pero sí que las renuncias de la izquierda nos conducen a la derrota política, y no sólo en el campo electoral.
La misma clase obrera intuye que sin ruptura no hay cambio y que de nada sirve una “unidad” por arriba; necesitamos una unidad que involucre, movilice y organice a amplios sectores populares. Y la necesitamos con urgencia: aunque hay múltiples factores que van a condicionar en lo inmediato la política de la Unión Europea (turbulencias financieras, consecuencias políticas del Brexit, movilización obrera en Francia…), Bruselas retomará, más pronto que tarde, sus exigencias de nuevos recortes sociales, que tendrán su correlato de restricciones a las libertades políticas, como ya hemos comprobado. Frente a ello, la tarea prioritaria de la izquierda es reforzar la organización y los objetivos de la unidad popular.
Ante el 19 de junio, aniversario de la abdicación exprés del borbón designado por Franco, diversas organizaciones acordamos un programa común de ocho puntos para la ruptura con el régimen monárquico y por la República; un programa para articular la unidad popular y la unidad de la izquierda. Ese es el camino: reagrupar y reconstruir política y organizativamente a la izquierda, vencer la frustración y pasar a la ofensiva. Los trabajadores y los pueblos no pueden ser quienes carguen con las consecuencias de las renuncias de sus “dirigentes”, entre otras cosas porque la desmoralización de nuestra clase significaría allanar el camino al fascismo. El fracaso de las promesas del oportunismo debe servir para retomar con fuerzas redobladas el proceso que el “ciudadanismo” cercenó en 2014: la construcción de una alternativa general al régimen basada en un proyecto de ruptura republicana, en la organización de nuestra clase y en la movilización popular con objetivos políticos. Por ello seguiremos trabajando los comunistas, con firmeza, sin renuncias.
¡VIVA LA UNIDAD POPULAR!
¡POR LA REPÚBLICA, HACIA EL SOCIALISMO!
Partido Comunista de España (marxista-leninista)
Secretariado del Comité Central
27 de junio de 2016