J. Romero
Tras más de siete meses de pandemia que han venido a agravar una de las más profundas crisis de la economía imperialista llevando a la mayoría trabajadora a una situación desesperada e incrementando al mismo tiempo de una forma verdaderamente obscena las diferencias con la minoría oligárquica que en medio del drama ha visto incrementar sus beneficios (1) aprovechando las ayudas estatales, no parece que quepa esperar un mínimo alivio frente a la catástrofe a la que nos conduce el capitalismo. Es en este contexto en el que tocaba celebrar el XII Congreso Confederal del principal sindicato, CCOO.
Ya hemos tratado otras veces (ello fue objeto también del debate central de nuestra II Conferencia sobre Movimiento Obrero y Sindical) como, conforme se agudizan las periódicas crisis económicas y se degradan las condiciones de trabajo de aquellos sectores más desprotegidos, los diversos gobiernos monárquicos (y en esto han demostrado tanto entusiasmo los del PSOE como los del PP) han ido legislando para impedir o dificultar al máximo la negociación colectiva y facilitar a la patronal constantes cambios unilaterales que empeoran las condiciones de trabajo.
Los sueldos de miseria, la impunidad patronal, el abuso de una legislación que facilita la alteración unilateral de las condiciones de trabajo y el despido, la vergonzosamente baja calidad de los contratos de los trabajadores incluso de empresas gigantescas con beneficios millonarios como Amazón, Glovo, etc, empleados irregularmente como falsos autónomos como señalan recientes sentencias de los tribunales laborales, son una realidad que se extiende entre millones de trabajadores; otros muchos incrementan las listas del paro (el 16,26% en octubre) o se mantienen en ERTE (más de 700.000 en septiembre pasado), sin saber hasta cuando van a poder tener reconocida esta precaria protección.
Por el contrario, la legislación sindical que permite y ampara la negociación entre trabajadores y empresa, sobre la base de reconocer unos derechos mínimos de representación y negociación a aquellos no se ha movido sustancialmente desde el inicio de la transición, y cuando lo ha hecho ha sido en un sentido regresivo (prevalencia del convenio de empresa sobre el de sector, o derogación del principio de ultraactividad, por ejemplo, impuestas ambas por la reforma laboral de 2012). La consecuencia es que ya a principios de este año más del 51% de los trabajadores en activo no estaban cubiertos por ningún convenio colectivo que regulara sus condiciones de trabajo.
Por esta simple razón, estos sectores tienen unas armas legales muy limitadas para la defensa de sus derechos y están infra representados en la estructura sindical constituida básicamente por trabajadores de aquellas empresas o sectores en los que, por su tamaño, es posible negociar acuerdos de liberación por acumulación de horas. La conclusión es que los sectores de nuestra clase más indefensos frente al patrón tienen una participación verdaderamente ridícula en la estructura de dirección de los sindicatos.
Y esta es una de las claves que explican la actitud irresponsable de la dirección de CCOO al negarse a retrasar la celebración del XII Congreso Confederal y aprobar unas normas que limitan hasta el extremo la participación y el control democrático del sindicato (baste decir que para participar en una asamblea congresual, el afiliado debe preinscribirse al menos 5 días antes de su celebración). Los cuadros de la aristocracia obrera, agrupados políticamente en torno a fuerzas revisionistas u oportunistas, intentan atrincherarse en la estructura del sindicato con el objetivo de utilizar su fuerza para la defensa de sus intereses desde una perspectiva estrictamente corporativa.
A pesar del sentir mayoritario de los afiliados y cuadros de base en el sentido de retrasar la celebración del Congreso e incrementar la actividad del sindicato en defensa de los derechos de los trabajadores frente a las decisiones muchas veces criminales de muchos gobiernos, el Consejo Confederal celebrado a finales de Octubre acaba de aprobar un retraso meramente simbólico.
Así, con unas normas que limitan extraordinariamente la participación democrática y teniendo que celebrar las asambleas por medios virtuales ante la imposibilidad de realizarlas presencialmente, medios a los que muchos afiliados no pueden acceder por diversas razones, las garantías democráticas para la celebración del Congreso son escandalosamente reducidas.
En estas circunstancias parecería lo más sensato renunciar a reforzar el sindicato, dado el brutal control que ejerce un aparato cada vez más alejado de su clase y particularmente de los sectores más desprotegidos de ésta; un aparato que utiliza el poder de la organización sindical, en el mejor de los casos para negociar salidas menos traumáticas a los continuos recortes de patronales y gobiernos; un aparato que lejos de reforzar la unidad interna en torno a objetivos comunes, aviva una constante guerra entre federaciones y estructuras con el objetivo de reforzar el peso de uno u otro sector sobre bases corporativas (sirva como ejemplo Madrid, donde se configuran dos candidaturas encabezadas por sendas representantes de la Federación de Servicios y de la de Industria, las dos grandes federaciones que se disputan el control del sindicato).
Y sin embargo, con todo y a pesar de las dificultades, el sindicato es un instrumento imprescindible (y lo va a ser más en el durísimo futuro que viene) para articular la fuerza conjunta de los trabajadores frente a patronales y gobiernos reaccionarios.
En nuestro país, conforme crece la dispersión de nuestra clase, aumenta la disgregación de las organizaciones que deberían defender sus intereses frente al patrón. Proliferan sindicatos corporativos en aquellos sectores que disponen aún de una cierta capacidad de presión (es el caso de médicos, profesores, controladores, funcionarios, etc) aunque la regulación regresiva de derechos elementales como el de huelga limita seriamente su eficacia incluso en estos sectores (recientemente se ha castigado con dureza a los convocantes de una huelga de controladores declarada ilegal hace unos años); otras organizaciones abusan de convocatorias que pocos siguen o de gestos que no van más allá de marcar un cierto radicalismo sin sentido.
Se repite en el ámbito sindical una peligrosa actitud común en el campo de la izquierda política: cada fuerza intenta “marcar territorio” con una loca profusión de convocatorias, al tiempo que renuncia en la práctica a unir fuerzas en torno a un programa común de defensa de los trabajadores frente al patrón.
CCOO y UGT se enredan en la negociación de acuerdos con administraciones y patronales que estas incumplen sistemáticamente o en suavizar los recortes constantes en los grandes sectores aún capaces de una respuesta organizada eficaz (la patronal bancaria acaba de hacer pública, por ejemplo, su intención de recortar en más de 3.000 trabajadores la plantilla del Banco Santander, lo que se sumará al recorte consecuencia de la fusión Bankia-Caixabank y otros, y los sindicatos intentarán, no parar los despidos sino mejorar las condiciones en las que los trabajadores son expulsados).
Existe oposición de clase, débil pero consecuente. El sector crítico de CCOO de Madrid, por ejemplo, además de denunciar públicamente la antidemocrática decisión de no atrasar el Congreso ha elaborado una propuesta que reclama la unidad interna para hacer más fuerte al sindicato frente a la gran patronal y reforzar los instrumentos que pueden permitir llegar a y organizar a los sectores del proletariado más dispersos y por ello mismo más expuestos a los ataques del capital.
La situación política se complica aceleradamente, van quedando claras las serias limitaciones de las propuestas revisionistas sobre la posibilidad de participar en gobiernos de coalición para utilizar el aparato de estado (sin cambiar la base política sobre la que se asienta), y desarrollar desde ellos medidas que alivien de verdad la penosa situación de millones de familias trabajadoras.
Cada vez queda más claro que sin reforzar unas estructuras organizadas que permitan al proletariado defenderse con una mínima eficacia, sin reforzar la unidad, sin definir claramente unos objetivos de ruptura con un marco político como el actual que transforma los derechos democráticos en papel mojado, solo cabe esperar un deterioro paulatino y acelerado de la situación de la mayoría trabajadora.
Organizarse y reforzar los sindicatos, unir esfuerzos para luchar por los derechos en tajos y empresas, intervenir en la vida interna de los sindicatos, reforzar las corrientes de clase dentro de ellos, son urgentes exigencias para preparar a nuestra clase para nuevas batallas. Os invitamos por ello a contactar con nosotros o con el Sector crítico para luchar unidos en defensa del sindicalismo de clase.
(1) El diario El País señalaba en su edición del domingo 23 de agosto: “…los milmillonarios españoles de la lista Forbes (entre ellos alguno de los “filántropos” a los que adulaba el sinvergüenza Corcuera, exministro del Gal, en un reciente artículo) vieron aumentar conjuntamente sus fortunas en 19.200 millones de euros entre mediados de marzo y principios de junio…”. Unas líneas después el artículo precisaba: “…buena parte de los milmillonarios españoles son hijos o nietos de emprendedores que hicieron sus fortunas en la posguerra”.