Cano Iglesias
Otra vez, y ya van unas cuantas, hay una nueva convocatoria electoral este 10 de noviembre, en un ambiente de crisis económica e institucional sin precedentes. A pesar de los mensajes triunfalistas del Ejecutivo en funciones y del bochornoso espectáculo de esa «Nueva Izquierda» (enfrascada en peleas cainitas y oportunismos de toda índole), lo cierto es que el avance de las medidas antidemocráticas (sobre todo con la persecución política en Catalunya) y la permisividad del Estado con las posiciones más reaccionarias (las cuales avanzan sin freno) ponen en evidencia que el Régimen del 78 sigue arrastrando vestigios del pasado franquista, y cada vez los disimula menos.
Esta nueva cita para acudir a las urnas viene precedida por la polarización de las opciones de izquierdas, en parte, pero fundamentalmente por el egocentrismo (con amplias dosis de cinismo) tanto del PSOE como de los dirigentes de UP. Que si Pablo Iglesias no puede formar parte de un Gobierno de coalición, que si Pedro Sánchez no es de fiar… Ninguna cuestión de fondo que propicie lo que la clase trabajadora demandó el pasado 28 de abril: frenar a quienes quieren llevarnos a nuestra propia división para debilitarnos y así retroceder en derechos fundamentales. En definitiva, el voto fue consciente para que el fascismo no avanzase.
A quienes participamos activamente en la izquierda radical (de ir a la raíz de los problemas, se entiende) no nos sorprende la actitud tanto de unos como de otros: simplemente están haciendo su cometido, que no es otro que vender humo para seguir aferrándose en el poder y hacer de alfombra a los planes de la Troika europea. Planes, por cierto, que nos condenan aún más a la miseria y al desempleo.
En este panorama, es obvio que el descontento de la mayoría social es cada vez más latente, y plantear la abstención no parece tan descabellado. Pero para no pocos, esta propuesta plantea una serie de problemas en la coyuntura actual:
En primer lugar, dentro de la opción abstencionista hay una gran cabida para la anti-política. Expresiones como «todos son iguales» no ayudan en el desarrollo de la conciencia de clase colectiva, y menos a la necesidad de organizarnos contra la oligarquía (que es a quien defienden la Monarquía, el bipartidismo y sus pupilos).
En segundo lugar, la abstención activa sí puede ser útil si se ejerce desde unas condiciones concretas, pero siempre como forma de protesta y no como una estrategia. Pero para llegar a esa situación lo fundamental es tener la capacidad (esto es, un frente político común) para influir en todos los procesos políticos y hacerlos avanzar, hasta tal punto que se pueda desarrollar en condiciones alguna campaña de llamada de atención al parlamentarismo burgués.
La realidad es que aún estamos construyendo esa alternativa, y lo que queda es seguir madurando posiciones en torno a la Tercera República (la opción que históricamente ha defendido el movimiento obrero en el Estado Español), atrayéndonos a los sectores más avanzados en la lucha diaria contra el sistema neoliberal imperante, sin olvidar que el 10N toca votar para ganar tiempo en esa tarea tan urgente.