J. P. Galindo
Medio siglo después de que el marxismo-leninismo denunciara públicamente la naturaleza revisionista y oportunista de la llamada teoría de los «tres mundos» del presidente Mao y sus sucesores, vuelven a oírse alegatos en favor del «mundo multipolar» (capitalista) reivindicando un nuevo reparto del planeta entre potencias imperialistas.
A mediados de los años 70 del siglo XX el revisionismo chino intentó hacerse un hueco entre las potencias mundiales defendiendo la idea de que el planeta estaba dividido geopolíticamente en tres partes según la mayor o menor capacidad de cada país para dominar a otros (el llamado primer mundo se reducía a las dos superpotencias del momento: el imperialismo de los EEUU y la URSS socialimperialista; el segundo mundo comprendía a todos los países desarrollados y aliados con una u otra superpotencia; y un tercer mundo formado por países sometidos en mayor o menor grado al dominio del resto), presentándose a sí misma como el país portavoz y máximo defensor del tercer mundo ante los otros dos.
Aquella idea, que ya fue debidamente criticada y rechazada por el camarada Enver Hoxha y por todos los partidos consecuentemente marxista-leninistas del mundo, dio lugar a un desarrollo creciente del imperialismo chino; primero en las regiones más próximas geográficamente, pero más tarde en todo el mundo, siguiendo el cínico principio del socialismo «con características chinas», que hoy ya es un imperialismo descarnado que saquea sin pudor recursos naturales en Asia y África, mientras su burguesía juega con la economía mundial mediante astronómicos capitales.
Sin embargo, precisamente cuando el mundo unipolar parecía más estable, tras el abandono de todo disfraz socialista por parte del revisionismo soviético y el consecuente colapso del bloque oriental, es cuando reaparece la nefasta teoría del mundo multipolar (pero uniformemente capitalista) como contrapeso a la hegemonía imperialista yanqui. Según sus defensores, el sutil imperialismo económico de China y el más tosco imperialismo militar ruso son los males necesarios para frenar el imperialismo (tanto económico como militar) de los EEUU a lo largo y ancho del mundo, pues de su enfrentamiento deberán surgir espacios intermedios (de nuevo, el idealizado tercer mundo antiimperialista), que alberguen, quizás, las bases de una futura lucha anticapitalista. Salta a la vista que estamos ante el renacimiento de la misma teoría archirevisionista ya mil veces refutada por la historia.
Hoy, como entonces, los marxista-leninistas debemos mostrar la máxima firmeza ante estas ocurrencias que nada tienen de emancipadoras ni, mucho menos, de revolucionarias. Pretender que los regímenes ultracapitalistas de China o Rusia van a combatir al imperialismo yanqui permitiendo el mínimo resquicio para la emancipación económica y política de cualquier país sometido es, simplemente, querer engañar (o engañarse a uno mismo), y cerrar los ojos voluntariamente ante la realidad.
Nuestro mundo entró hace mucho tiempo en la etapa de las revoluciones proletarias; así lo proclamaron Marx y Engels, y así lo demostraron Lenin y Stalin. Por tanto, aunque puedan darse revoluciones de índole nacional y democrático-burguesa, incluso bajo la forma de movimientos de liberación antiimperialista, éstas deberán desarrollarse hasta sus últimas consecuencias, hasta alcanzar la forma de revoluciones proletarias, socialistas e internacionalistas, o se verán condenadas a sucumbir bajo la dominación de burguesías más potentes y desarrolladas. Esto último es lo que desean las burguesías de los países capitalistas que dicen luchar hoy día contra el imperialismo yanqui a lo largo y ancho del mundo: sustituir una metrópoli por otra y unas cadenas viejas y oxidadas por otras más nuevas y brillantes.
Quienes hoy defienden el «multipolarismo» capitalista están defendiendo (sean conscientes de ello o no) el viejo intervencionismo que considera que los países sometidos son incapaces de liberarse por sí mismos sin la providencial ayuda del exterior. Desprecian así la teoría y la práctica de las revoluciones proletarias que han demostrado que incluso países empobrecidos y dominados (véanse los ejemplos de Rusia, China, Albania, y tantos otros en el siglo pasado), son muy capaces de vencer a enemigos mil veces más poderosos y avanzados.
Tras esta reverdecida teoría de los «tres mundos» está (sean sus defensores conscientes de ello o no), lo que el filósofo Mark Fisher (1968-2017) denominó «realismo capitalista», es decir, una visión del mundo en la que no existe más horizonte ideológico que el que se deriva del capitalismo, haciendo de las soluciones socialistas una verdadera utopía, no solo irrealizable sino incluso inimaginable. En otras palabras, el triunfo absoluto de la ideología de la clase dominante; de la burguesía. Solo desde esa errónea visión de la realidad es posible aspirar a una liberación antiimperialista de manos de otra potencia imperialista, incluso mientras el presunto liberador está imponiendo su dominación por la vía militar (como Rusia en Ucrania), o económica (como China en Congo, por poner solo un ejemplo entre muchos).
El imperialismo es la fase agónica de un capitalismo hiperdesarrollado, máxime en un momento histórico en el que el colapso del planeta es una realidad gracias a la sobreexplotación capitalista. En estas condiciones, redoblar la lucha antiimperialista, anticapitalista e internacionalista del proletariado de todos los países es mucho más que el deber que siempre ha sido; es una obligación y una urgente necesidad que choca frontalmente con las pueriles fantasías que de libertad bajo un mundo capitalista multipolar.
Lenin, en su obra «La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo» (1920) ya advertía de los peligros de las alianzas con el enemigo cuando se pierde la perspectiva y el objetivo. Concretamente, señalaba que era legítimo llegar a acuerdos con los «bandidos» de la burguesía siempre y cuando con ello se lograse «disminuir el mal causado por ellos y facilitar su captura y ejecución» y nunca para reclamar una parte del botín. En nuestro ejemplo, la alianza con los bandidos capitalistas orientales (China-Rusia) en contra de los bandidos capitalistas occidentales (EEUU-UE) poco o nada puede disminuir el daño que causan unos u otros, pues la fuente de ese daño es el mismo capitalismo que impulsa a sus competidores. Por tanto, quien se alía hoy con un grupo de bandidos contra otro no puede aspirar a otra cosa con ello que a recibir una parte del botín saqueado.
Frente a los imperialistas de uno u otro bloque, del nuevo o del viejo imperialismo, sean conscientes de su papel o no lo sean, los marxista-leninistas de todo el mundo seguiremos oponiendo resistencia, manteniendo nuestras rojas banderas en alto, como guía y estandarte para los pueblos hacia la única y verdadera emancipación antiimperialista: la que brinda la Revolución proletaria, socialista e internacionalista.
Lecturas recomendadas:
“Contra la nefasta teoría de los tres mundos. Tres escritos del Partido del Trabajo de Albania”, reedición de Ed. Octubre 2023
Reflexiones sobre China, Enver Hoxha, tomo I, 1962-1972
Reflexiones sobre China, Enver Hoxha, tomo II, 1973-1977