«Después del Papa volveremos», dicen Guillermo Lasso y Jaime Nebot, como personificando el malestar popular frente al gobierno de Rafael Correa. Y le retan a debatir, intercambian con él acusaciones acerca de quién es más rico que el otro, y quién evade impuestos más que el otro… Es una pelea en las alturas, como si ocurriera en una especie de olimpo de la politiquería nacional. El Ecuador profundo, el de los trabajadores, campesinos, comerciantes minoristas, estudiantes, amas de casa, maestros, profesionales de diversas áreas, mujeres, jubilados… seguirá siendo el mismo de antes de la visita del pontífice, y su lucha permanecerá, porque los problemas que enfrentan, la inequidad, la injusticia, la explotación siguen presentes.
Son los pueblos quienes, encabezados por sus organizaciones, históricas o más recientes, echaron abajo el miedo, sin cálculos electoreros, con el costo de vidas de valiosos luchadores populares, como Bosco Wisuma y José Tendetza; con el encarcelamiento de jóvenes valientes y dignos como Marcelo Rivera, los denominados Diez de Luluncoto, los estudiantes de colegios como el Central Técnico, el Mejía y otros en todo el país; con la persecución rabiosa a líderes como Mery Zamora, Rosaura Bastidas, Cléver Jimenez, Carlos Figueroa, José Villavicencio, Carlos Pérez Guartambel, y cientos más… Son ellos y ellas quienes buscan una patria nueva, no de los ricos y sus representantes, de cualquier facción que sean.
Y son sus banderas de lucha las que siguen en pie, las que toman oportunista e hipócritamente algunos de estos proyectos de candidatos burgueses, para engañar, para confundir, porque en ello son especialistas, de ello han vivido toda la historia de la vida republicana. Ni Nebot ni Lasso, ni Gutiérrez ni Montúfar, ni Correa, cambiarán nada en caso de apoderarse del sillón de Carondelet, pues ya estuvieron en él, están en él.
La movilización popular se sostiene, no porque alguno de estos señores la convoque, sino porque surge de la entraña misma de la fábrica, el campo, la plaza, el hogar de las familias humildes. Finalmente, como ocurría en la mitología griega, no hubo dios del Olimpo que pudiera contra la dignidad de un pueblo rebelde, los dioses tuvieron que sucumbir ante la esencia de lo humano, ante sus valores y firmeza.
La lucha sigue.
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