Por Javier Pérez Galindo
En un artículo anterior, escrito en octubre de 2015 y titulado «Podemos, el postmodernismo y la política invertebrada» lanzaba una serie de ideas sobre el éxito inicial de PODEMOS y el fracaso de los partidos de izquierda tradicional. En ese artículo venía a decir que el abandono de la lucha de clases como explicación y filtro de la realidad diaria de la clase trabajadora, por parte de quienes se llaman al mismo tiempo representantes de la clase obrera, provoca una frustración en ella debido a la desconexión entre discurso y realidad. El artículo finalizaba diciendo que el partido que lograra vertebrarse alrededor de la lucha de clases sería capaz de crear una fuerza social prácticamente imparable.
Ahora, en julio de 2016 podemos observar las consecuencias de lo que se exponía anteriormente. Los partidos de izquierdas han continuado con la negación de la dura realidad apelando a la lógica electoral y reduciendo el debate a la simple aritmética, y la clase obrera ha respondido con la lógica del rechazo.
El PSOE ha obtenido su resultado más bajo históricamente y el gran contenedor en el que se ha convertido PODEMOS ha perdido más de un millón de votos, quedando estancado en su representación parlamentaria anterior, a pesar de la burbuja especulativa que los medios de comunicación habían inflado entre fieles y adversarios de la coalición morada.
Lo más destacable del análisis postelectoral en relación a la política invertebrada que continúa expandiéndose, ha sido la panoplia de explicaciones (muchas de ellas contradictorias entre sí) expresadas por las figuras relevantes de la coalición liderada por PODEMOS. Esta organización ha vivido en sus carnes aquello de que “lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa y por eso nos pasa lo que nos pasa”, que decía Ortega y Gasset. Quienes se veían seguros ganadores de una competición parcial (la lucha parlamentaria) y ya planeaban sus pasos posteriores, se encuentran de pronto con que la realidad destruye su cómoda burbuja especulativa y los deja sin explicación alguna de lo sucedido, lo cual no cabe en sus optimistas previsiones políticas. Y es entonces cuando se desata el pánico entre quienes hicieron suyo el lema “el miedo va a cambiar de bando”.
Muchas han sido las explicaciones lanzadas para justificar los hechos ciertos: el voto de las personas de mayor edad, el voto de las zonas rurales, el voto de personas sin nivel académico alto, el miedo a un partido de gobierno sin experiencia previa (curiosamente achacado a los propios simpatizantes de PODEMOS), el voto de los emigrantes españoles en el extranjero e, incluso, una rocambolesca teoría de la conspiración que señalaba un posible fraude electoral dirigido por el PP y destinado, únicamente, a impedir una mayoría parlamentaria del conglomerado morado. Pablo Iglesias incluso llegó a expresar su sospecha de ser víctimas de su propia “lucidez”, y señaló la movilización social al margen de las instituciones como un lastre que habría creado expectativas en un sentido no electoral, que habría perjudicado a su candidatura.
Sorprendentemente entre tal variedad de propuestas explicativas en ningún caso se ha valorado la posibilidad de que PODEMOS y sus satélites hayan sufrido el rechazo de una gran masa social a causa de un mal análisis de la realidad. Al ser una organización impregnada de postmodernidad, en buena lógica asumen que el lenguaje subjetivo por sí mismo crea realidades objetivas, lo cual parece no ser compartido por quienes observan que su realidad subjetiva no aparece reflejada en los discursos políticos de quienes reclaman su confianza.
La incapacidad de PODEMOS y sus ideólogos de explicarse con sus herramientas teóricas lo sucedido en las elecciones de junio denota que la desconexión discurso/realidad ha sido culminada. Lo interesante será ver qué respuestas provoca este hecho.
Se da la circunstancia de que la conflictividad laboral colectiva ha caído en picado en los últimos dos años, llegando a mínimos históricos que se sitúan por debajo incluso de las cifras de huelgas de los años setenta y muy por debajo de las de los conflictivos años ochenta y noventa, según los datos publicados por el Consejo Económico y Social del estado en su memoria anual para el año 2015. La relación entre el abandono de la lucha directa y activa desde los frentes laboral y social se hace evidente comparando estos datos con el creciente y continuado retroceso de derechos que la clase obrera soporta durante este nuevo siglo. Sin embargo ninguna de las grandes fuerzas políticas presentes en nuestro sistema electoral se ha hecho eco de esta circunstancia; unos (PSOE) por ser parte implicada en el desmantelamiento de la lucha de clases y otros (PODEMOS) por ser contradictorio con su lógica analítica interna, donde la lucha de clases no existe como tal.
El resultado en el campo de la izquierda es exactamente igual que teníamos en octubre de 2015; una perspectiva aterradora en la que la clase obrera se encuentra atrapada entre una realidad brutal y unas opciones políticas que reflejan un espejismo optimista que no existe. Mientras tanto, en la derecha una masa inmensa de trabajadores prefieren apelar al refrán de “más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer”, gracias a décadas de adoctrinamiento estructural y arrullados por los medios de comunicación controlados por los grandes consorcios empresariales, reforzados además por el voto de castigo de los que tímidamente apostaron por una derecha renovada y se vieron traicionados por la interesada aproximación de la esperanza naranja al viejo enemigo tradicional.
Como las circunstancias estructurales no han cambiado en lo fundamental desde octubre hasta hoy, y viene siendo la misma desde que el estado español supeditó su independencia económica a entramados transnacionales, el análisis y el diagnóstico son los mismos; la lucha de clases está más vigente que nunca y abandonarla por parte de quienes se reclaman representantes de la clase obrera conduce infaliblemente a la frustración, el abandono y la derrota.
El gran reproche que se puede y se debe hacer a PODEMOS es haber tenido la oportunidad, la masa crítica y la formación teórica para poner en marcha un proceso de cambio revolucionario inédito, quizás, desde los momentos previos a la proclamación de la II República Española y, sin embargo, haber decidido concienzudamente dirigir esa potencia revolucionaria hacia una masa dócil y adoctrinada en tópicos simplistas, antirrevolucionarios y totalmente parlamentarios. Esa traición premeditada es imperdonable, y su rectificación parece lejos de asumirse como una tarea inexcusable entre los cuadros de mando de la coalición morada.
La clase obrera no puede esperar que nadie le regale las herramientas de su liberación porque cada trabajador y cada trabajadora es una herramienta de su propia liberación. Es la hora del conflicto. Político, social y laboral.