Por Javier Pérez Galindo
«Lo que nos pasa es que no sabemos lo que nos pasa, y por eso nos pasa lo que nos pasa», escribía en 1922 José Ortega y Gasset en su obra La España invertebrada. Esta afirmación, rotunda en su complejidad, sigue siendo hoy tan cierta como cuando fue escrita, aplicable a la sociedad en general pero en particular a la clase trabajadora.
Lo que le pasa a la clase trabajadora es que no sabe que lo que le pasa es consecuencia de una dinámica social compleja resumida en el sonoro nombre de “lucha de clases”, y por eso le pasa lo que le pasa.
La vaporosa “postmodernidad”, que proclama que la sociedad ha dejado de regirse por las reglas y lógicas nacidas de la Revolución Industrial, reconoce al mismo tiempo que es pronto aún para anunciar qué nuevas relaciones sociales ha engendrado el desarrollo social de occidente para sustituir a las anteriores. Esta contradicción negativa, que anula las leyes sociales que han regido sobre las relaciones humanas durante los últimos dos siglos pero no es capaz de sustituirlas por otras nuevas, genera un vacío filosófico que se ajusta a la definición de crisis de Bertolt Brecht: «La crisis se produce cuando lo viejo no acaba de morir y cuando lo nuevo no acaba de nacer».
La cita de Brecht ha vuelto a la actualidad recientemente, revoloteando alrededor de PODEMOS, un partido político intrínsecamente postmoderno, nacido al calor del postmoderno 15M de Madrid, como pretendida justificación a la desorientación y frustración que las masas obreras sienten ante su realidad a la vez que sirve como anuncio de la solución perfecta que Pablo Iglesias anunciará desde el monte Sinaí. Un discurso fácil y asequible para grandes masas sociales, obedientemente educadas en la moderación y la delegación de soluciones, que ha reportado a PODEMOS un arrollador éxito en breve espacio de tiempo.
Este éxito inicial del partido de Iglesias ha provocado a su vez un efecto contagio por izquierda y (bastante menos) derecha a su alrededor, llevando a partidos firmemente cimentados en las luchas de clases del siglo XX a dinamitar esas mismos bases buscando a la desesperada una transfusión de votos que les garantice el acceso a las subvenciones públicas una legislatura más. El resultado, un panorama político en el que la realidad social tiene poco a nada que ver con el análisis de los partidos y, por tanto, con las propuestas que se lanzan como solución a los problemas que sufre la clase trabajadora.
La postmodernidad intenta matar la lucha de clases. Es parte de su esencia asegurar que el lenguaje subjetivo por sí mismo crea realidades objetivas; por lo tanto, debatir, meditar y actuar a tenor de la lucha de clases, un concepto fundamental de la modernidad histórica, es atascarse en un concepto caduco. Tanto daría que debatiéramos sobre los derechos feudales. Sin embargo, la realidad es obstinada y, bajo el discurso postmoderno, continúan trabajando las mismas fuerzas sociales que hace dos siglos, lo que se traduce en que las relaciones humanas continúan funcionando según las normas deducidas por los teóricos marxistas a finales del siglo XIX y principios del XX. Esta situación de descoordinación entre realidad y análisis de la misma nos lleva a la cita de Ortega. La clase obrera no sabe lo que le pasa, porque recibe un mensaje analítico que no se corresponde con la realidad que vive diariamente, en sus carnes, y por eso le pasa una y otra vez, lo que pasa, que se frustra sin entender qué está fallando, mientras sus errores se repiten en un eterno retorno “nietzscheano”.
Los partidos destinados a organizar, defender y realizar las aspiraciones de la clase obrera nacieron como una herramienta de apoyo a la lucha real que se estaba realizando en fábricas, campos y calles de Europa en el siglo XIX, era la lucha de clases la que justificaba la existencia de los partidos obreros, como caballos de Troya que debían introducirse en los parlamentos burgueses para, usando sus propias armas, derrocar la dictadura de la burguesía. Si la lucha de clases se da por extinta, la existencia misma de los partidos obreros deja de tener sentido, y pasan a ser simples grupos de interés, lobbies, que defenderán tal o cual orientación general de la política, sin alcanzar nunca profundidades transformadoras de la sociedad. ¿Qué esperanza puede poner la clase explotada en los partidos políticos cuando estos les niegan toda posibilidad de evolución? Llegados a ese punto, se llega a la apatía, el desinterés o la alienación activa, optando por votar partidos verdaderamente cómplices de su propia explotación.
La clase obrera necesita referencias que entienda, que hablen su propio lenguaje (pero que lo hablen de verdad, no que aseguren hacerlo para, a continuación lanzar una serie de términos sociológicos incomprensibles fuera de los círculos académicos), que le describan los problemas que sufren día a día y les señalen a los verdaderos culpables para explicarles la solución eficaz. Los partidos políticos de la clase obrera llevan décadas renegando de su esencia, la lucha de clases, porque se tenía la noción instintiva de que era un discurso “que no vende” (como si la política consistiera en vender algo) y ahora se nos explica además que es algo anticuado, desfasado, de lo que no tiene sentido hablar. Y mientras tanto, las condiciones laborales retroceden hacia el siglo XIX, las leyes se dictan para blindar la dictadura de los económicamente poderosos y la guerra donde mueren los hijos e hijas de la clase obrera se sigue usando como inversión para ampliar imperios económicos. La lucha de clases está más vigente que nunca, en todas partes menos en los análisis y los discursos de quienes deberían organizar y guiar a una de las partes en conflicto. Por eso, nos pasa lo que nos pasa.
La lucha de clases continúa pese a los discursos postmodernos que impregnan la política, la filosofía e, incluso la economía actuales, lo que implica que, el partido que sea capaz de romper con el hechizo postmoderno, señalando causas y consecuencias del régimen capitalista, será capaz también de conectar con inmensas masas sociales que verán al fin que su situación no es individual, que no deriva de un fracaso personal, que no se soluciona depositando simplemente un voto en una urna, como antaño se depositaba una ofrenda ante el altar; el partido que consiga hacer de la lucha de clases su columna vertebral, será capaz de crear una fuerza irresistible, basada en que, por primera vez en mucho, mucho tiempo, la clase obrera sabrá qué le pasa y, sobre todo, sabrá por qué le pasa.