Por Agustín Bagauda
Con este artículo terminamos la serie que iniciamos sobre el tema. Queremos abordar un par de aspectos más y rematarlo con una parte propositiva.
A nadie se le escapa que el ciclo movilizador que se inicio con la crisis de 2008 ha tenido escasos resultados para la mayoría trabajadora. Como venimos diciendo, grosso modo dos han sido las razones. Una, la sectorialización y dispersión de las luchas, sin objetivos políticos comunes, generales, lo que mermaba la fuerza y profundidad del movimiento popular. Dos, que esas movilizaciones no han dejado ningún poso organizativo, capaz de dar continuidad y desarrollo a la lucha.
Centrémonos en la primera, en la que ha tenido un papel destacado la “nueva izquierda” ciudadanista y su postmodernismo, que exaltan los movimientos y luchas sectoriales e identitarias (ecologismo, feminismo, sexualidad,…), cortoplacistas, en sustitución y oposición a la lucha de clases, y que desvinculan la problemática de los trabajadores, las mujeres, la ecología, etc., con la causa de fondo: el sistema capitalista, su explotación, opresión y depredación. Realmente el énfasis en las identidades secundarias y no en la de clase, realmente la única “transversal” (por usar una palabreja de moda), viene de atrás; entronca con el revisionismo y las distintas formas de oportunismo.
Esta visión política postmoderna refuerza la sectorialización, atomización y dispersión de la lucha, de la movilización y de los distintos movimientos populares, lo que ayuda a dividir y debilitar más a nuestra clase. En junio de 1980, concluyendo su artículo “¿Por qué faltan economistas en el movimiento ecologista?”, M. Sacristán, señalaba que “El movimiento ecologista tiene que plantearse el problema del poder”. La pelea del movimiento ecologista, para no caer en la esterilidad, necesita de un objetivo político general, de superación del actual orden socioeconómico, como veremos más abajo. Ello lo obligaría a conectar con otros movimientos y discurrir en un cauce común en pos de dicha meta, lo que presupone la adopción de una cosmovisión, o, al menos, de una visión más amplia que la angosta e inofensiva que normalmente lo caracteriza, fuente de un discurso y propuestas que son digeridos, asimilados y regurgitados con toda normalidad por el propio sistema. Máxima expresión de esto es la organizativa, la histórica formación de partidos políticos verdes que, la mayoría de las veces, se han uncido al carro del neoliberalismo.
Encerrarse en el estricto ámbito ecologista es cortar las alas al movimiento, como lo es cortárselas a la marea blanca, verde,…, al enclaustrarse en sus específicos y estrechos marcos reivindicativos. Es una manera de no cambiar las cosas (y mantener el statu quo). Precisamente porque no quieren cambiar las cosas, por motivos ya expuestos, la lucha ecologista y los ecologistas, en general (sobre todo en Occidente, muy ligados al espacio universitario), desechan ese objetivo revolucionario y la causa mancomunada. Y sus acciones no son inocuas, contribuyen a las citadas dispersión y división.
En el mismo sentido de división, hemos podido observar en el discurso alrededor de la joven Greta Thunberg y de la pasada huelga climática un elemento peligroso que abunda en el “Divide et impera” romano: la división artificial entre jóvenes y adultos, enfrentándonos como si, la del clima, fuera una lucha entre generaciones: “Estamos aquí porque la crisis climática es una cuestión de justicia intergeneracional y los adultos no están haciendo nada» , decía Vanessa Rule, cofundadora de la ONG MothersOutfront y que fue, el pasado septiembre, a recibir a Greta cuando arribó a EEUU. La misma Greta alude en sus discursos, aireados por todos los medios de comunicación, a la inacción de los mayores. Como escribe D. Bernabé, refiriéndose a ella: “La joven protagonista de toda esta historia ha acaparado titulares,…, reafirmando la narrativa de que los niños han venido a poner las cosas claras a los malvados adultos” (actualidad.rt.com, 25/09/19).
Como si no tuviéramos bastante con el enfrentamiento creado entre trabajadores autóctonos y foráneos, de la empresa privada y los empleados públicos, fijos y temporales, hombres y mujeres, hete aquí que hace acto de presencia la enésima división parida por la burguesía y abanderada por el entramado orquestado en torno a la joven candidata a Premio Nobel de la Paz. Los medios de comunicación apuntalan esa idea al insistir, precisamente, en que son los jóvenes los que se están movilizando y a ellos se dirigen. Por otro lado, vemos cómo se reproduce de nuevo la culpabilización del individuo, en este caso, adulto.
Vayamos ahora, para terminar, con la parte propositiva.
En primer lugar, como venimos insistiendo, la alternativa real a la crisis medioambiental y climática es una alternativa general, radical (ir a la raíz del problema), que no es otra que la superación del capitalismo como modo de producción y la construcción de otro distinto, el socialismo, con su planificación económica armónica, racional y democrática. Si la perdemos de vista estaremos dando palos de ciego continuamente. Es por tanto una alternativa que apela, en primer lugar, a la clase obrera y clases populares y, en segundo lugar, a los pueblos del mundo, a todos aquellos que somos explotados y oprimidos, como esquilmado es el entorno natural. Se nos calificará de utópicos, pero la verdadera utopía es querer resolver dicha crisis en el marco del capitalismo. Sabemos que aquélla es difícil, una magna tarea, pero también que es posible, como la historia demuestra. O socialismo o barbarie.
Un “capitalismo verde” es imposible. No obstante, el sistema utilizará (ya utiliza) el medio ambiente, el clima o la ecología como nuevos nichos de obtención de plusvalías, de acumulación de capital, de reestructuración y expansión. En este sentido, traemos aquí, de nuevo, a Daniel Bernabé (id):
“Mientras países como Alemania ya anuncian dinero para la transición industrial ecológica, otros hablan de Green New Deal, maneras eufemísticas de nombrar la gigantesca reestructuración productiva que se va a llevar a cabo para intentar evitar la nueva crisis que se nos avecina y que, con la excusa ecológica, destruirá miles de puestos de trabajo estables transformándolos en empleos precarios pero con la etiqueta verde.
O esta transición se lleva a cabo de forma democráticamente ordenada, planificando la economía para el beneficio de la mayoría de la población, o nos quedaremos sin derechos y sin planeta ”. (Las negritas son suyas)
La Ministra de Transición Ecológica, Teresa Rivero, confirmaba ese extremo: “una transformación tan importante del modelo económico y social genera tensiones, dificultades para colectivos vulnerables. Es decir, no podemos perder de vista nunca el impacto social que esas medidas van a tener”. Y para quienes van a dirigir este proceso (el capital y sus agentes políticos) no es un asunto tangencial, sino central: “ha habido un despertar por parte de los distintos actores políticos, de los actores económicos y sociales [españoles] sobre la necesidad de abordar esta cuestión. Y de abordarla de una manera seria, no considerándola un elemento colateral de una agenda sectorial sino un elemento transversal” (entrevista en El País, 30/11/19). Mas, la transformación que promueve la ministra y resto de servidores del capital no se “llevará a cabo de forma democráticamente ordenada”.
En segundo lugar, y con aquella perspectiva y por esa razón, debemos avanzar en la introducción de elementos socialistas en la economía. Hablamos, sobre todo, de la nacionalización de las grandes empresas y monopolios estratégicos de la economía, siendo prioritario la nacionalización del sector energético (electricidad, petróleo, gas,…). Nacionalización de las grandes empresas del sector del transporte, otrora en manos públicas; la promoción del transporte público, en especial el ferrocarril; la nacionalización o creación de un potente sector público industrial de otros importantes sectores de la economía (siderurgia, naval, automóvil); confiscación por el estado de los latifundios, bosques, etc. en manos privadas, y profunda reforma agraria; “Nacionalización, racionalización y distribución solidaria de los recursos hídricos” (Programa político RPS). Otras medidas: planes para “aumentar la contribución de las energías renovables, diversificando la producción, posibilitando la autoproducción de energía y apostando por la investigación y el desarrollo en estos sectores” (RPS); superación, en las grandes ciudades, de la dualidad entre las zonas de residencia y los centros de trabajo; política urbanística sujeta a las necesidades de las personas y ajena a los intereses especulativos, “evitando así la nueva destrucción de suelo, fomentando la salida a la venta o al alquiler de las viviendas ya existentes e inhabitadas, y estimulando a su vez la rehabilitación de edificaciones” (RPS); etc.
En tercer lugar, hay que tener claro que no podremos acometer lo anterior si el poder no está en las manos del pueblo. Debemos, pues, avanzar en la toma del poder, desbancar a la oligarquía, única forma de poner en marcha aquellas medidas y dotarnos de una democracia real y efectiva, no de cartón piedra y cada vez más limitada y vigilada, como la del actual régimen, donde el Ibex 35, un puñado de familias acaudaladas, son quienes toman todas las decisiones, que afectan a nuestras vidas, en su propio beneficio.
Es obligado construir un estado democrático, popular, cuyo poder sea ejercido por las clases populares, en su provecho y con ellas organizadas, para garantizar que sus representantes sean coherentes y defienden sus intereses, haya un control popular y una verdadera participación democrática en la toma de decisiones políticas y económicas. También, obviamente, las relativas al medio ambiente.