J.P. Galindo
La clase obrera no tiene, a día de hoy, ningún ningún partido con opciones de entrar al Parlamento. A partir de ahí, quién gane la pelea en el barro entre PSOE, Podemos y Mas Madrid nos es bastante indiferente, nuestra organización será la que impulse cambios a nuestro favor, sin más. Parece que de cantarla se nos olvida la letra de La Internacional que nos dice muy claro que «ni en reyes, dioses O TRIBUNOS está el supremo salvador» es decir, que ningún iluminado con toda la prensa burguesa aupándole (antes o ahora) nos va a resolver la papeleta.
Marx explicó el «fetichismo de la mercancía» como un proceso mental alterado por el cual la clase productora llega a creer que el producto de su trabajo (las mercancías) existe como entes independientes que se relacionan con los hombres y entre sí sólo en el mercado.
En esa línea, hemos desarrollado un cierto «fetichismo de la papeleta» por el cual el proletariado ha terminado por creer que la política es una cosa independiente de nosotros, que sólo se manifiesta en el momento de las elecciones. Desde esa perspectiva errónea, la acción política es cosa de profesionales y la única opción del proletariado es ser sujeto pasivo de un proceso externo. Así, llegamos a la conclusión de que sólo podemos elegir entre una papeleta y otra y acudir mansamente a las urnas cada vez que el poder tiene a bien llamarnos para legitimarse a través de un ritual carente de contenido (no en vano, Marx buscaba el simil religioso para hablar del fetichismo mercantil).
Pero la realidad es muy distinta. La política es mucho más que el acto vacío de la jornada electoral. Es una acción consciente y constante en la que la clase obrera tiene un papel fundamental y necesario aunque, como el elefante encadenado de cachorro, no sepamos de nuestra propia fuerza. Al proletariado le da igual el color de la papeleta porque lo que percibe son los actos del gobierno, actos que en general, le perjudican colectivamente al margen de ese color. El gobierno de la burguesía es una junta directiva que sólo representa los intereses de la burguesía y por eso, cuando toca defenderse, el proletariado se organiza y se defiende sin importar el color del gobierno de turno. Tanto nos da que se haga llamar progresista o conservador, o que nos arroje unas migajas para calmar nuestras reclamaciones o no lo haga. Llevamos 200 años repitiendo la misma lección y ya va siendo hora de aprenderla y pasar de curso.