Por Sofía Ruiz
El movimiento feminista es muy diverso; En sus más de dos siglos de existencia se han ido creando teorías y corrientes de diverso tipo e ideología. Es interesante analizar algunas de estas corrientes por su incidencia política y social en la lucha de clases en la que estamos inmersos en la actualidad.
En la década de los 60-70 salen a la luz una serie de ideas, gestadas con anterioridad y que dan paso a su modelación, ampliación y desarrollo posterior.
Una de esas ideas, liderada por Herbert Marcuse y André Gorz en “adiós al proletariado” era, que la clase trabajadora estaba perfectamente integrada en el sistema; los privilegios, que había obtenido tras la II guerra mundial, ya no la hacían un agente de cambio social, sino que, al contrario, era un freno a la Revolución.
La lucha contra la explotación (capital/trabajo) pierde la centralidad y es sustituida por la lucha contra la marginación de minorías sociales o étnicas. Es decir, los “nuevos plebeyos”, para usar el término de Foucault, que son reconocidos como un sujeto revolucionario.
El problema no es la explotación, decían algunos pensadores, sino el poder y las formas modernas de dominación. Es decir, la centralidad debe ser ocupada por la lucha contra el poder, no como agente de explotación económica, sino contra el poder cotidiano, encarnado especialmente en el feminismo, el ecologismo, el movimiento estudiantil, los homosexuales, los inmigrantes ilegales… desgajado y sin ninguna relación jerárquica con el sistema de explotación económica capitalista.
Y en este contexto se sitúa el feminismo de la segunda ola, el nuevo feminismo: como un movimiento social emergente, que ocupa la centralidad que le ofrece su condición de minoría oprimida. Este feminismo crea el género como una construcción cultural de comportamiento social de los sexos, retoma el patriarcado como sistema de dominación, paralelo al capitalismo, en la búsqueda de una explicación que diera cuenta de las distintas formas opresión de las mujeres. Si bien, en un principio el género explicaba ciertos aspectos de la opresión femenina que se le escapaban a la clase, poco a poco el género fue desplazando o arrinconando la estructura de la sociedad en clases sociales, y de esta forma las reivindicaciones económicas y estructurales, que chocan con la clase, van dando paso a las reivindicaciones culturales e identitarias que pueden ser explicadas y asumidas por un género sin clase y que se acomodan a las asimetrías del poder dentro del sistema capitalista sin cuestionar al sistema. Estos deslindes del feminismo ayudaron a que el neoliberalismo ganara una de sus principales batallas, separar lo social y cultural de lo económico.
La revolución sexual de los años 60 promueve una cultura de la abundancia sexual, y la sexualidad se coloca en el centro del imaginario simbólico, el feminismo de la segunda ola, y los posteriores feminismos centrarán una gran parte de su análisis crítico en las cuestiones relacionadas con la sexualidad (familia patriarcal como foco de dominación de la mujer por el varón, violencia, abusos sexuales, lesbianismo, prostitución).
Simone de Beauvoir, con su conocida frase “No se nace mujer: llega una a serlo”, sostuvo que la feminidad es un producto de la cultura y que no tiene una determinación biológica.
Otras corrientes filosóficas profundizaron en la negación de cualquier diferencia entre varón y mujer y rechazaron cualquier referencia a un “orden natural”. Sustituyeron las leyes biológicas por la autodeterminación humana que incluía la identidad sexual. De esta manera se produce una ruptura en la relación sexo-género, entre lo natural y lo cultural, entendiéndose como algo distinto y separado.
Esta evolución del feminismo, centrado en problemas de género y sexo estaba escindido de la crítica estructural del capitalismo, que, después de la crisis de los 70, emprendía una gran ofensiva contra la clase trabajadora, basada en la desregularización de los mercados y el desmantelamiento del Estado del Bienestar, implantando políticas de austeridad que profundizaron y siguen profundizando las desigualdades. La flexibilidad laboral, el debilitamiento de los sindicatos, desplazando el poder a favor del capital y disminuyendo la capacidad de negociación de los trabajadores/as, el traslado de gran parte de la producción industrial a los países del Sur para reducir costes, la privatización de los servicios públicos… fue acompañado por la incorporación de la mujer al trabajo productivo, sin abandonar el trabajo reproductivo, engrosando, como el capital necesitaba, el excedente de mano de obra para así abaratar los salarios y profundizar la explotación en el mercado laboral.
Muchas feministas critican la falta de compromiso y lucha, de este feminismo, contra la ofensiva capitalista, cuyas consecuencias afectaban, de manera demoledora, a las mujeres. Pero no es de extrañar la postura de esta corriente feminista, puesto que desde su origen entendía que su lucha no era contra la estructura de poder que genera explotación económica, sino la de desentrañar las causas del poder cotidiano donde las relaciones sexuales eran el pilar de la explotación de la mujer por el hombre dentro del sistema patriarcal, sin relación con el sistema capitalista.
La separación entre sexo y género es una de las principales características de la denominada ideología de género, para la cual el ser humano nace sexualmente neutro y luego es socializado como varón o como mujer. Por ello, se proponen diversas formas de género que dependen de la orientación sexual como el ser homosexual, lesbiana, bisexual o transexual, heterosexual y un largo etc…. Por consiguiente, según las preferencias personales, cada persona se construye a sí misma a lo largo de su biografía con independencia de su sexo biológico y del contexto sociocultural en el que vive.
Concepto este, claramente imbuido por la lógica neoliberal que ha desarticulado la sociedad individualizando los problemas sociales, políticos y económicos que afectan a la mayoría social, haciendo recaer la responsabilidad de esos problemas en la libre elección de cada persona y ocultando que su origen, es la estructura económica del capitalismo, basada en la desigualdad. Según esta corriente feminista, la subordinación y opresión que padecen las mujeres se resuelve, o para ser exactos, las resuelven individualmente las mujeres adoptando en su vida el rol que deseen desempeñar, construyéndose a sí mismas de acuerdo con sus preferencias, sin que ninguna causa externa pueda interferir en su elección.
Es evidente, que estamos en el mundo de las ideas, no en el mundo material y real en el que ocupamos el lugar de asalariadas en la producción como consecuencia de la división entre los que poseen los medios de producción y los que solo poseen la fuerza de trabajo y el lugar de subordinación en la esfera privada realizando de manera gratuita el trabajo de reproducción.
Porque en el mundo real para acabar con la explotación y la opresión no solo es necesaria la voluntad individual de la explotada/o, o de la oprimida/o, es imprescindible la lucha colectiva y organizada de todas y todos los explotados/as y oprimidos/as para acabar con el sistema explotador y opresor.
El neoliberalismo nos dice que somos pobres porque queremos, porque no hemos sabido gestionar nuestras oportunidades, no hemos sabido elegir bien, escondiendo la estructura económica y social del capitalismo que es la que genera pobreza, y este feminismo de conformidad con “el sentido común” neoliberal nos dice que somos “mujeres” porque queremos, porque no hemos sabido elegir el género que nos conviene, ocultando las estructuras económicas y socioculturales del capitalismo patriarcal.
La teoría Queer que ahonda estas concepciones feministas, comienza a desarrollarse en un contexto de auge del neoliberalismo y de profunda reacción como consecuencia de la caída del muro de Berlín y el llamado socialismo real. Las teorías posmodernas asumieron que el capitalismo había logrado demostrar su superioridad absoluta como sistema y que era el único capaz de organizar a la sociedad humana.
La apuesta política de la teoría Queer es destruir la opresión de la mujer, destruyendo la propia identidad de “mujer“, a través de la suma de prácticas individuales que la cuestionen. Cree que no se puede acabar con el poder como forma de opresión ya que toda práctica genera exclusión, y propone la democracia radical y plural creada por Ernesto Laclau y Chantal Mouffe, en la que se incrementen los espacios en los que las relaciones de poder cambien constantemente.
Es decir el nuevo sujeto revolucionario, “los nuevos plebeyos” que sustituyen a la clase obrera, que ya no era revolucionaria, para acabar con el sistema capitalista, entre los que se encuentra el sujeto mujer. son destruidos por la teoría Queer, para dar paso a una multitud de individualidades que es la que conforma la sociedad, evidentemente, negando las relaciones sociales que estructuran la sociedad capitalista y los elementos materiales que constituyen la desigualdad.
Para estos nuevos sujetos revolucionarios que beben de las fuentes del Neoliberalismo, no es necesario acabar con el capitalismo. Al rechazar la centralidad de la clase obrera y su acción política, la perspectiva revolucionaria acaba siendo sustituida por una práctica reformista, con la idea de humanizar el capitalismo para que deje de ser un sistema explotador. Esto es imposible como se ha demostrado a lo largo de la historia reciente. La “izquierda” reformista no ha logrado poco a poco humanizar al capitalismo, sino que este ha logrado “deshumanizar “gradualmente a la Izquierda. El compromiso inicial de la Izquierda a favor del socialismo ha dado lugar al simple electoralismo donde se plantea el cambio como un eufemismo ya que sus políticas económicas son iguales a las de la derecha. Esta izquierda reformista, se niega a plantear una verdadera opción de cambio: La III República, que abordaría los problemas estructurales, remediando la exclusión y los conflictos sociales que genera, conectando con las inquietudes y los problemas de las capas populares.
En la actualidad, cuando el capital exprime hasta límites insoportables a los/las trabajadores/as para conseguir el máximo beneficio.
Cuando los procesos de privatización, vinculados con la concentración de la riqueza, y con la apropiación privada de los recursos de la naturaleza, junto a la profundización de los mecanismos de exclusión inciden en la extensión de la pobreza y en su feminización..
Cuando la falta de opciones que la mujer pobre tiene para encontrar un trabajo digno que cubra sus necesidades de subsistencia, es lo que convierte la prostitución, el trabajo informal, la migración, alquiler de sus vientres…, en la única alternativa posible, la única “elección” posible, y no hay libre elección, porque no hay igual acceso a los recursos, porque, en la desigualdad, son la pobreza y el hambre las que “eligen”.
Cuando todo esto está pasando, la única opción posible para la Izquierda revolucionaria es organizar un frente amplio contra la ofensiva del capital. , y en este frente tiene que estar las mujeres junto a los hombres trabajadores que luchan por su emancipación y liberación.