Por Sofía Ruiz | Octubre nº 91
«Los progresos sociales y los cambios de periodos se operan en razón directa del progreso de las mujeres hacia la libertad y las decadencias de orden social se operan en razón del decrecimiento de la libertad de las mujeres… porque aquí, en la relación de hombres y mujeres, del débil y el fuerte, la victoria de la naturaleza humana sobre la brutalidad es más evidente. El grado de emancipación de la mujer es la medida natural de la emancipación general […] Nadie resulta más profundamente condenado que el propio hombre por el hecho de que la mujer permanezca en la esclavitud.»
Marx y Engels, La sagrada familia
La historia de la lucha de las mujeres es también la historia de la lucha de clases. En la actualidad estamos en un periodo claramente regresivo, donde las políticas de austeridad y los recortes han generado una pérdida de derechos y un retroceso en las condiciones de vida de las capas populares. La crisis sigue golpeando con fuerza al conjunto de la clase trabajadora, como se refleja en las cifras de paro, desahucios y avance de la pobreza, que impactan en toda su crudeza en los hogares. Pero no afectan por igual a todos los miembros de la familia: se muestran más duros con los menores, que presentan más riesgo de pobreza, y con las mujeres, que asumen el trabajo derivado del recorte de servicios públicos, es decir las tareas de cuidado y atención a personas dependientes.
El feminismo actual tiene una profusión de voces, que van desde un feminismo de clase a un feminismo de víctima y verdugo que propicia la guerra entre sexos y conduce a un callejón sin salida con respecto a la liberación de la mujer. Pero, de forma general, el feminismo se ha institucionalizado en gran medida.
La institucionalización del feminismo, que comenzó en los 80 y se profundizó a partir de 2004, ha producido la fragmentación y segmentación del movimiento feminista, porque «se crea la idea de que el feminismo es una cuestión de especialistas y no de las mujeres o de los movimientos sociales, se sustituye la política por la gestión o la administración de los problemas»[1]. Se considera el problema desde el punto de vista de la legislación y se hacen leyes contra la violencia, la dependencia, o se introducen criterios sobre la paridad, etc., que aun siendo positivos, contribuyen a hacer pensar que el feminismo ha conseguido su objetivo, que la igualdad es un hecho… Y esto no es así, la igualdad es un derecho y un derecho formal, que no tiene su espejo en la realidad, como el derecho al trabajo o a la vivienda, por citar algunos.
Esto favorece la conciencia feminista y su lucha contra el enemigo principal.
«La democracia burguesa no suprime la opresión de clase, sino que hace que la lucha de clases sea más pura, más amplia, más abierta y más aguda; y esto es lo que necesitamos. Cuanto más plena sea la libertad de divorcio, más claro será para la mujer que el origen de su «esclavitud doméstica» reside en el capitalismo y no en la falta de derechos»[2].
El capitalismo ha dividido al ejército de desheredados que le venden su fuerza de trabajo, creando jerarquías y privilegios en su seno, ha incorporado la construcción social del patriarcado para subordinar a la mujer y poder ejercer una explotación especifica sobre ella, haciéndola productora y reproductora de su más importante mercancía: la fuerza de trabajo.
El capital nos impone divisiones para reproducir la injusticia en nuestro seno y debilitar nuestra lucha y hacernos impotentes para organizar la ruptura contra el capitalismo.
Es necesario romper las relaciones de poder entre nosotros, en el seno de nuestra clase, que están basadas en una regla jerárquica del capital internacional, y llevar una lucha implacable contra todas las divisiones que el capitalismo produce en el seno de la clase trabajadora, incluyendo las que emanan de la jerarquía por sexos, que subordinan a la mujer y que están inscritas en la lucha de clases.
Los capitalistas miran el mundo a nivel global, pero prescriben para los anticapitalistas luchas fraccionadas, puntuales y microscópicas, sin ninguna coordinación orgánica ni articulación estratégica general[3]…
Es necesario superar la fragmentación de los combates. Tenemos que enfrentarnos a la ofensiva del capital mediante la lucha revolucionaria, y las mujeres no son un sujeto escindido dentro de la lucha revolucionaria, deben formar parte de ella, porque el feminismo que reniega de posiciones de clase es fácilmente asimilado por la ideología capitalista dominante y no hace ningún servicio a la emancipación de la mujer, ni a la emancipación de la clase trabajadora.
[1] Silvia L. Gil, Nuevos feminismos. Sentidos comunes en la dispersión. Una historia de trayectorias y rupturas en el Estado español.
[2] V.I. Lenin, Sobre la caricatura del marxismo y el economicismo imperialista.
[3] Néstor Kohan en Rosa Luxemburgo.