Senén
En Marzo de 2020 España se veía atrapada por la emergencia sanitaria provocada por el SarsCov 2, obligando la Covid19 a establecer confinamientos domiciliarios y a declarar qué labores se consideraban esenciales y cuáles innecesarias dadas las extremas circunstancias. Como todo hogar obrero ha vivido por propia experiencia, casi todas las residencias de nuestra clase se convirtieron en nuestro único universo físico en el que desenvolvernos durante meses de pandemia. Nuestras casas se convirtieron en escuelas, guarderías, centros de mayores, centros de trabajo, hospitales, lugares de recreación… y en otros muchos casos lugar de reclusión de las mayores preocupaciones de la clase trabajadora: futuro incierto, paro, miseria y desestabilización de la más próxima esfera personal y social. Todo lo anterior a la vez o en proporciones variables, bajo una mascarada de felicidad y optimismo en el futuro procedente de los medios que chocaba frontalmente con la realidad de los hogares menos asistidos de recursos.
Asistíamos además, impotentes, al colapso de un sistema sanitario cuyos profesionales se veían superados en medios materiales y personales por el maremoto de enfermos que entraban por las puertas de los hospitales, al inicio sin protección adecuada, y después con medios escasos, tornándose en héroes forzosos. Dejó a las claras que la sanidad española no estaba preparada para una catástrofe de estas características. Pero quienes vivimos de nuestro trabajo ya sabíamos, previamente a la pandemia, que estaba esquilmada de recursos por las listas de espera que debíamos sufrir y por la cada vez peor asistencia que recibíamos. Vimos frente al espejo qué es lo importante en la vida de nuestra clase: trabajo con derechos, techo digno y servicios públicos de calidad.
Pero pasado lo peor de la pandemia, el capitalismo aceleró la marcha para recuperar el tiempo perdido, gracias a los ERTE COVID gran parte del empleo se conservó y se mantuvo el tejido productivo siendo una herramienta clave en el relanzamiento de la economía capitalista a toda velocidad. Esto, la puesta en circulación de una gran cantidad de dinero y la guerra en Ucrania, nos llevó a un escenario de inflación (y subida de tipos de interés) no conocido en tiempos recientes que ha puesto en jaque a muchos hogares de nuestra clase, un peso más, unido a las no resueltas consecuencias de la crisis capitalista de 2008.
Es mucho lo que hemos tenido que soportar sobre nuestros hombros hasta ahora, y todo esto ha agravado una crisis de salud mental que se venía gestando en nuestro país. España ya se contaba entre los países con mayor consumo de ansiolíticos del mundo, con una asistencia sanitaria mental a la cola de Europa y, de facto, privatizada. Más de dos millones de españoles consumen ansiolíticos a diario. Según datos de la OMS extraídos de la investigación realizada con carácter científico sobre el impacto de la pandemia en la salud mental en el mundo (“Salud mental y COVID-19: datos iniciales sobre las repercusiones de la pandemia”, 2 de marzo de 2022), a 2022, los casos de trastorno depresivo mayor habían aumentado un 27´6% y un 25´6% los casos de trastorno por ansiedad, datos a los que no escapamos en nuestro país.
A lo anterior tendremos que sumar la muy baja calidad de trabajo que arrastramos en nuestro país desde hace décadas, con jornadas interminables, sin altas acordes en la seguridad social, temporalidad desbocada, con prioridad absoluta de la producción (que no productividad) sobre la salud de los trabajadores, salarios de miseria en determinados sectores, y en otros, insuficientes para cubrir gastos de las familias trabajadoras. Todo ello basta para tener un mapa de absentismo laboral como el que tenemos actualmente en nuestro país. No en vano, y sólo en el último año según datos del Instituto Nacional de Seguridad y Salud en el Trabajo, la siniestralidad ha aumentado un 3´2% sobre la población afiliada a la Seguridad Social, habiendo casos de algunas comunidades que han aumentado dichos datos por encima del 14%. Algunas fuentes elevan las cifras de absentismo laboral en el cuarto trimestre de 2022 al 6´7%.
Con todo lo anterior en cuenta, las directrices para una acción sindical de clase deberían estar orientadas a una lucha sin cuartel por un reforzamiento y actualización de nuestro sistema sanitario PÚBLICO para poder abordar problemas de salud pública que nos están afectando gravemente en nuestro día a día. Lejos de esto, las direcciones de CCOO y UGT y la CEOE han firmado en el marco del V AENC una cláusula en la que se cita textualmente:
“Igualmente, las Organizaciones firmantes de este Acuerdo consideramos que el aprovechamiento de los recursos de las Mutuas colaboradoras de la Seguridad Social contribuye al objetivo de mejorar los tiempos de espera, la atención sanitaria de las personas trabajadoras y la recuperación de su salud, así como a reducir la lista de espera en el Sistema público».
Al objeto de cumplir esta finalidad, las Organizaciones signatarias instamos a las administraciones con competencias en la materia a desarrollar convenios con dichas Mutuas, encaminados a realizar pruebas diagnósticas y tratamientos terapéuticos y rehabilitadores en procesos de IT por contingencias comunes de origen traumatológico. Todo ello se llevará a cabo con respeto de las garantías de intimidad, sigilo, confidencialidad, consentimiento informado y coordinación con el profesional sanitario del Sistema público de salud.”
Es decir, dejar en manos de las mutuas, pagadas por las empresas, la recuperación de nuestra salud. Cualquiera que haya tenido una experiencia de baja laboral, con mutua mediante, sabrá que en la mayoría de los casos, los tiempos de recuperación se acortan no por recuperación satisfactoria, si no por presiones de la misma empresa para volver al trabajo bajo cualquier precio. Este punto es un error porque no garantizamos de ninguna manera que, el marco en el que se vayan a dar estas intervenciones de las mutuas sea para recomponernos, física o mentalmente, a nuestras normales capacidades de desenvolvernos. Un error porque, desde una perspectiva de clase, estamos desviando nuestra salud hacia la privatización de la salud pública de los trabajadores, es decir, de la mayor parte de la población, en lugar de enfrentar la batalla por la sanidad pública, por dotar de medios y recursos a nuestro sistema público, con condiciones de trabajo dignas y acordes para quienes nos salvaron en una pandemia y dieron la batalla a la enfermedad, los profesionales sanitarios.
No es un paso menor el que se ha dado en este AENC, se ha dado un paso hacia la privatización de la sanidad de los trabajadores de este país. Sabemos que la SANIDAD PÚBLICA es la que nos salva la vida, la que nos garantiza calidad de vida, la que es NUESTRA y no del enemigo de clase, un empresariado que está al ataque y sin freno. Necesitamos un sindicalismo de lucha, no de entrega de nuestro patrimonio, necesitamos un sindicalismo que enfrente las principales batallas que tenemos los trabajadores de este país, que son nuestras necesidades más básicas.
Entrar en los sindicatos, afiliarse y dar la batalla interna contra estas derivas es prioritario y nos va nuestro futuro en ello.