Sergi Sanchiz | Teoría y Praxis
La indigenización en Ucrania
En abril de 1926, Stalin se dirigió al Politburó ucraniano, encabezado por Kaganovich desde hacía un año, para transmitirles las quejas de Shumski, comisario de Educación en aquella república. Stalin daba la razón a Shumski en sus quejas por la incomprensión hacia el desarrollo de la cultura ucraniana por parte de muchos dirigentes del Partido y del Estado, «imbuidos de un espíritu de ironía y escepticismo» frente a esta nueva situación, lo que hacía necesario seleccionar y forjar los «cuadros marxistas puramente ucranianos» capaces de ponerse al frente de este movimiento, para que no acabara siendo liderado por elementos antisoviéticos.
Aunque Stalin discrepaba con Shumski porque «con una perspectiva acertada, no tiene en cuenta el ritmo», lo que podría acabar provocando un chovinismo ucraniano, su misiva pone de relieve que, a mediados de la década de los veinte, la “korenizatsiia” bolchevique estaba encontrando dificultades. Como reconoce Terry Martin, ello no se debió a la falta de compromiso de las autoridades soviéticas, puesto que no solo el aparato estatal, sino incluso lo que él denomina «órganos de línea dura» (es decir, los vinculados a las políticas consideradas como nucleares por el Partido), tales como el Orgburó y el Departamento de Cuadros del Comité Central, mantuvieron una estricta vigilancia sobre esta cuestión. Más aún, cuando en 1929-1930 militantes de base reclamaron el fin de la indigenización, Stalin la defendió tanto públicamente como en privado.
Sin embargo, importantes sustentos del Poder soviético, como trabajadores urbanos, especialistas industriales, gerentes de empresas de ámbito soviético y el funcionariado del Partido y del Estado se enfrentaron a ella. Esta situación, y el que la “korenizatsiia” fuera vista como una tarea secundaria, que tenía como objeto hacer posibles los proyectos propiamente bolcheviques (industrialización, colectivización…), dificultó la aplicación de medidas severas contra los que la obstaculizaban; y, de hecho, planeó sobre el conjunto de la política hacia las nacionalidades, tanto a la hora de reprimir los diferentes nacionalismos (de forma más suave en el caso del ruso), como propiciando el giro hacia lo que algunos historiadores denominan «rusocentrismo», a partir de mediados de los años treinta.
Ucrania, como Bielorrusia y Tartaria, se hallaba en una situación en la que las fuerzas a favor y en contra de la indigenización, dentro del propio Partido, se veían más o menos equilibradas. Allí, no solo comunistas locales como Petrovsky y Zatonsky, sino también los dirigentes bolcheviques, consideraban que la hostilidad del proletariado, incluidos los comunistas, hacia las expresiones culturales ucranianas habían echado a los campesinos en manos de Petliura (aliado del blanco Denikin) durante la Guerra Civil. En 1919, Lenin tuvo que obligar al partido ucraniano a aprobar un decreto aprobando la “korenizatsiia”; pero ello no impidió que, en los años siguientes, líderes como Rakovsky y Lebed airearan opiniones abiertamente chovinistas y, en el caso del segundo, defensoras de la asimilación cultural, amparándose en una marxistoide contraposición campo (ucraniano)-ciudad(rusa). A pesar de ello, en 1923 el 76% de las escuelas enseñaban en ucraniano.
Ese mismo año, las resoluciones generales del Partido reafirmaron la política de “korenizatsiia”, abriendo un bienio de febril actividad legislativa en pro de la ucranización, que llegó a plantear el objetivo de convertir el ucraniano en la única lengua de la burocracia en todos los niveles de la admnistración en un año. Además, se dio a los ucranianos étnicos acceso preferente al Partido y a los empleos en la administración y se pusieron en marcha cursos de lengua y sanciones para hacer efectivo el cambio. Se materializaba así, hasta sus últimas consecuencias, la política de construcción nacional promovida desde Moscú.
Este impulso se encontró con una obstinada resistencia pasiva, empezando por el personal técnico (los “spetsy”) y gestores de las empresas, pero que incluyó a los dirigentes del Partido en Ucrania, frustrando ampliamente los decretos del gobierno republicano. En abril de 1925, el 20% del trabajo gubernamental se llevaba a cabo en ucraniano, si bien las diferencias regionales y entre niveles administrativos eran abismales: los soviets locales estaban totalmente ucranizados, mientras que en el Donbass se daba la situación opuesta.
En 1925, Kaganovich se hizo cargo del Partido en la república con el fin de dar un nuevo empuje a la ucranización, cuyo control quedó bajo responsabilidad del propio Partido y que empezó por sus propias estructuras, prensa y militancia. Comités de ucranización fueron establecidos en todas las organizaciones locales del Partido, en las distintas ramas de la administración y en las fábricas, y se incrementó notablemente la presión contra los saboteadores. De esta manera, no solo se hizo avanzar la indigenización, sino que se combatió el reparto de tareas que asignaba la política hacia las nacionalidades a las estructuras soviéticas, como cuestión secundaria y ajena al aparato del Partido.
La ucranización experimentó un impulso vertiginoso: las señales, anuncios, prensa, libros y subtítulos de las películas en ucraniano pasaron a ser predominantes. Con ello, argumentaba Petrovsky siguiendo el razonamiento de Lenin y Stalin, los campesinos podrían identificarse con el gobierno soviético. En lugar de subyugar culturalmente al campo con una lengua ajena, la ciudad lo instruiría en su propia lengua. En relación con esto, en 1926 se constituyeron soviets locales y de distrito rusos, de acuerdo con la línea general (ver Octubre nº 122), pero se prohibieron los distritos urbanos rusos.
Pero la “korenizatsiia” no se limitó al aspecto lingüístico: la batalla por el «frente cultural» también se dio en Ucrania, en este caso frente a los antiguos nacionalistas; y ello significaba conquistar el conjunto de la cultura ucraniana por los bolcheviques, lo que se tradujo en el desarrollo de la ópera, el teatro, el cine y la literatura. Asimismo, había que promocionar a ucranianos étnicos a los puestos en el Estado y el Partido, lo que implicó la “importación” de graduados y profesores que se hallaban, sobre todo, en Rusia. Como consecuencia, se incrementó la presencia de ucranianos, en particular en el Komsomol, en la administración del Comité Central de la república y en la educación superior, y pasaron asimismo a ser mayoría en todos los niveles de la administración estatal. En 1927, el 80% de la educación primaria se hacía en ucraniano, al igual que el 62% de la secundaria inferior. A finales de 1925, el 65% del papeleo gubernamental se hacía en ucraniano, aunque con notables diferencias entre regiones y comisariados. Cientos de miles de funcionarios siguieron cursos de lengua para poder utilizar el idioma local en su trabajo cotidiano.
Sin embargo, los éxitos no acabaron con las resistencias; más aún, la marcha de la “korenizatsiia” atizó el resentimiento de los rusos de Ucrania.