J.P. Galindo
La confiada burguesía europea se ha visto atrapada en la reorganización del imperialismo mundial de este nuevo siglo sin haber completado su propio proyecto imperialista.
Allá por el año 1916 Lenin recogió en su obra “El imperialismo, fase superior del capitalismo” un curioso pronóstico del economista capitalista inglés John A. Hobson publicado en 1902, que pintaba la situación relativa a los futuros Estados Unidos de Europa así: “un puñado de ricos aristócratas que percibirían dividendos y pensiones del Lejano Oriente, con un grupo un poco más considerable de empleados y de comerciantes y un número mayor de domésticos y de obreros ocupados en la industria del transporte y en la industria dedicada a la última fase de preparación de artículos de fácil alteración. En cambio, las ramas principales de la industria desaparecerían y los productos alimenticios de gran consumo, los artículos semi-manufacturados corrientes afluirían, como un tributo, de Asia y África”. Más de un siglo después, aquellas palabras son hoy una triste realidad.
La situación desencadenada en Europa tras la extensión del COVID19 ha puesto a la vista la, hasta ahora más o menos encubierta, naturaleza imperialista de la oligarquía europea, que solo funciona en base a los fabulosos réditos económicos de la exportación de capitales (inversión exterior) y la importación de productos básicos desde el extranjero. Tan rentable resulta para la alta burguesía europea el imperialismo que no solo ha abandonado en gran medida la inversión interior, sino que, en general (con la precavida excepción de Alemania, cerebro y corazón de la UE), ha actuado activamente en el desmantelamiento de los núcleos industriales europeos, empujando a la clase obrera de sus respectivos países a la inestabilidad y la dependencia de un continente desindustrializado.
La dependencia material del proletariado europeo respecto de las manufacturas extranjeras ha quedado dramáticamente demostrada durante esta crisis sanitaria. Mascarillas, trajes de seguridad, guantes, geles desinfectantes, respiradores mecánicos… productos, en general, necesarios para hacer frente a emergencias, han tenido que ser importados apresurada y desorganizadamente por miles de toneladas, desde China y otros mercados exteriores, ante la incapacidad de Europa no solo de producirlos, sino también de garantizar su suministro a los estados afectados.
No es casual que ante la desesperada demanda de productos concretos, la UE responda anunciando únicamente medidas económicas destinadas a apuntalar el flujo del consumo interior. E incluso estos pasos se toman con lentitud e ineficacia. En el momento de escribir estas líneas (finales del mes de abril), el Consejo Europeo acaba de aprobar, por fin, la creación de un “Plan de Recuperación” pero sin concretar su cuantía ni su forma de aplicación (si habrá que responder a los préstamos con dinero o con recortes) ya que la fragmentada Unión sigue mostrando las diferencias tácticas entre las burguesías de los países ricos del norte y la de los empobrecidos países mediterráneos.
Y es que, como nos decía Lenin en la citada obra, el reparto del mundo por las potencias imperialistas terminó ya a principios del siglo XX y, por lo tanto, las burguesías nacionales hace tiempo que formaron alianzas internacionales con las que enfrentarse entre sí para redistribuir sus respectivas áreas de influencia mundial. Las dantescas experiencias de la primera y segunda guerras mundiales o la mal llamada “guerra fría” no fueron otra cosa más que las manifestaciones de esa necesidad de la burguesía por robarse mutuamente territorios que explotar. Y en estos días se nos anuncia ya (como no puede ser de otra manera mientras no se supere el modo de producción capitalista) que se avecina otra pugna en el mismo sentido.
Si el siglo XX terminó con la imposición del imperialismo estadounidense sobre la degenerada URSS revisionista que aspiraba a dominar política y militarmente a los pueblos, el XXI apunta a una lucha (por el momento) estrictamente económica de la oligarquía USA contra el imperialismo chino, apoyado puntualmente por el militarista imperialismo ruso, cuyas consecuencias no van a dejarse de sentir en la acomodada y confiada Europa.
En este contexto de reorganización de las inmensas fuerzas del imperialismo mundial, el proletariado de España debe ser consciente de que ninguna solución puede esperar de la burguesía nacional, europea o internacional.
Mientras nuestra clase no sea consciente de que sus intereses colectivos están por encima de los individuales y que, además, son incompatibles con los intereses de la burguesía que nos domina, será imposible apartar la amenaza mortal del capitalismo y sus crisis, las cuales invariablemente se pagan con vidas obreras. Solo la organización consciente del proletariado en estructuras estables enfocadas hacia la lucha de clases (partido y sindicato) nos aporta alguna esperanza de sobrevivir como humanidad digna de tal nombre. Es cuestión de vida o muerte.