J.P. Galindo y Clemen. A.
De un tiempo a esta parte venimos observando en redes sociales la proliferación de comentarios, opiniones y presuntos análisis políticos de individuos y organizaciones que se autodenominan marxistas e incluso marxista-leninistas que llaman la atención tanto por lo atrevido de algunas de sus afirmaciones, como por lo erróneo de sus conclusiones. Esta corriente no es más que la resurrección del viejo socialchovinismo contra el que Lenin peleó antes, durante y después de la Primera Guerra Mundial para poder organizar un movimiento comunista digno de tal nombre y que ahora reaparece animado por un ejercicio de puro revisionismo con el que se pretenden reorientar las líneas maestras del movimiento comunista en España desde una perspectiva oportunista y chovinista, frontalmente contraria a la línea histórica de nuestro partido.
La pobreza ideológica que sufren estos chovinistas es de tal nivel que no dudan en renegar abiertamente del periodo de mayor poderío para nuestra organización (la etapa de 1931-1956) puesto que, según su desquiciado análisis, toda nuestra línea teórica estaba mal enfocada por el hecho de reconocer el derecho de autodeterminación de los pueblos incluidos dentro de las fronteras del estado español. Con ello no hacen más que reconocer (aunque quizás inconscientemente) su alineamiento del lado del carrillismo más descarado, que ya en los años 60 y 70 se posicionó del lado de la burguesía asumiendo su proyecto nacional unitario y sus símbolos de dominación; la monarquía constitucional y su bandera rojigualda.
Pero por supuesto, al ser conscientes de su descarada desviación, tratan de ocultarla bajo un barniz de legitimidad basado en una antihistórica interpretación superficial y literal de ciertos pasajes (apenas unas frases inconexas) entresacados de las vastas obras de nuestros clásicos, apelando a una falacia de autoridad que en su caso es aún más vergonzosa por sustituir el análisis científico del marxismo-leninismo por la mera invocación de citas textuales, reduciendo con ello nuestras obras fundamentales a la categoría de versículos bíblicos. Delatando que para ellos el marxismo no es un método, una ciencia que nos sirve para analizar la realidad sino que lo entienden como un dogma. dogma que retuercen para enarbolar cualquier cosa… ¡incluso el imperio de Felipe II!
La debilidad de su postura sale a la luz en cuanto se enfrentan a un análisis serio de las frases y párrafos que esgrimen como todo argumento. Entonces solo les queda el refugio de la agresividad verbal, la descalificación y el ataque personal para tratar de desviar la atención de su interlocutor de las insalvables gritas de su discurso. Ese es todo su arsenal teórico una vez son forzados a analizar sus propias bases teóricas a la luz de la ciencia social del materialismo histórico.
Pero ni así son capaces de ocultar la realidad. Su desconfianza hacia el poder revolucionario de la teoría marxista-leninista les hace refugiarse bajo concepciones abiertamente burguesas (la unidad nacional, la bandera (bicolor) rojigualda, las fuerzas de seguridad y la represión del estado burgués…) y reaccionarias para este momento histórico. Inspirados en el retroceso general de concepciones de vanguardia para el proletariado, creen que imitando la corriente social dominante, retrógrada, pero revestida de fetiches folclóricos socialistas, van a ser capaces de organizar un movimiento comunista serio a pesar de no tener bases teóricas científicas, no utilizar el materialismo histórico, ni continuar la línea histórica del partido en España. En una palabra, a pesar de ser anticomunistas.
Como dijimos, una de las premisas fundamentales de estos socialchovinistas es la naturaleza nacional de España. Es decir, para ellos, el estado español es un ente político que se ajusta a la perfección a una identidad nacional única, aunque con rasgos culturales diferenciados, y por tanto bajo su criterio no cabe reconocimiento alguno del derecho de autodeterminación de los pueblos dentro de nuestras fronteras (de hecho niegan directamente la existencia de estos pueblos) pues de lo contrario, según ellos, estaríamos brindando apoyos a un movimiento separatista y burgués destinado únicamente a debilitar a la clase obrera española.
Así, suelen recurrir a citas de las obras de Marx y Engels en las que los autores califican de “reaccionaria” la destrucción de la “unidad nacional” de España (recogidas en el recopilatorio de artículos “Escritos sobre España” de 1854-1873) pero lo hacen de forma antihistórica, es decir antimaterialista, obviando lo que Lenin explicó una y otra vez en sus obras: que la burguesía tuvo, durante su ascenso a clase dominante, un papel revolucionario y progresista frente al atraso y la reacción feudales que se resistían a morir y, por tanto, durante esa etapa (que Lenin delimita en líneas generales entre 1789 y 1871 en Europa occidental) era necesaria la máxima unión de fuerzas junto a la burguesía, hasta empujar al feudalismo al basurero de la historia. Cuando Marx y Engels califican de “reaccionaria” la ruptura de la unidad nacional de España, lo hacen conscientes de que frente a esa unidad se encuentra el fraccionamiento feudal, que en España no será derrotado militarmente hasta 1876 en la Tercera Guerra Carlista. Por eso en 1873 (cuando se escribe la famosa frase) los autores cerraban filas junto a la burguesía y su proyecto nacional, mientras que hacerlo después de 1871 (ó 1876 en España) ya supone posicionarse del lado de la clase dominante y explotadora.
Precisamente el desprecio por el análisis histórico es lo que conduce al socialchovinismo a edificar toda su desquiciada teoría sobre cimientos vacíos. Al pretender una traslación mecánica de textos referidos a momentos y lugares diversos a la realidad española presente, lo hacen tomando como referencia los hechos y las fechas del desarrollo capitalista europeo en general y no el caso de España en particular. De este error inicial se derivan todos los errores secundarios que encadenan a la hora de analizar la historia y el presente.
Su error cronológico les hace colocar nuestro desarrollo capitalista al lado del de potencias como Francia o Inglaterra, encajando de mala manera la cita de Lenin que dice: “Europa Occidental había cristalizado [tras la etapa de ascensión de la burguesía de 1789 a 1891] en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, estados unidos en el aspecto nacional” ya que ese “como norma” que Lenin incluye inteligentemente, reconoce la existencia de excepciones al escenario europeo occidental. Excepciones entre las que debemos incluir el caso de España, donde “la marcha triunfal del capitalismo victorioso sobre el fraccionamiento feudal” (en palabras de Lenin) no comenzará hasta 1876, fecha en la que el resto de países occidentales hace mucho tiempo que han superado esa etapa.
Lenin es, precisamente, otro de los autores (usados) reinterpretados para justificar su desviación. En concreto solemos encontrar esta frase: “Buscar ahora el derecho a la autodeterminación en los programas de los socialistas de la Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo” (Lenin. El Derecho de las Naciones a la Autodeterminación. 1914) lanzado como argumento único e incontestable ante cualquier réplica. Pero resulta que estamos ante una cita parcial que sin su texto precedente cambia sensiblemente de significado. Veamos el párrafo completo:
“En la Europa continental, de Occidente, la época de las revoluciones democráticas burguesas abarca un lapso bastante determinado, aproximadamente de 1789 a 1871. Esta fue precisamente la época de los movimientos nacionales y de la creación de los Estados nacionales. Terminada esta época, Europa Occidental había cristalizado en un sistema de Estados burgueses que, además, eran, como norma, Estados unidos en el aspecto nacional. Por eso, buscar ahora el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de Europa Occidental significa no comprender el abecé del marxismo” (Ibídem)
Lenin habla extraordinariamente claro: como norma general la mayoría de estados europeos occidentales después de 1871 son “estados burgueses unidos en el aspecto nacional” por lo que buscar el derecho de autodeterminación en los programas de los socialistas de esos países sería no comprender nada. Pero Lenin se cuida mucho de especificar que describe la norma es decir, la mayoría de los casos, pero sin excluir excepciones más allá del caso irlandés (puesto que el párrafo se refiere a “la Europa continental, de Occidente”) entre las que, atendiendo a los datos, debemos incluir el caso de España, cuyo movimiento de creación del estado nacional burgués sólo puede desarrollarse desde 1876 con la derrota definitiva del fraccionamiento feudal, es decir, precisamente cuando en el resto de países vecinos esa construcción nacional ya ha terminado hace tiempo.
¿Qué consecuencias prácticas tiene la aplicación de una cronología correcta y ajustada al materialismo histórico español? Principalmente permite una comprensión ajustada a la realidad de la historia de España durante de los siglos XIX y XX que permite comprender de forma natural y sin forzamientos la aparición y desarrollo de los movimientos nacionales catalán, vasco y gallego. Quienes se niegan esta cronología para adoptar la línea temporal genérica de Europa Occidental se ven forzados a negar el carácter plurinacional del estado (parcialmente reconocido incluso por la constitución monarco-burguesa de 1978) a pesar de los evidentes paralelismos del desarrollo capitalista español con el de los estados multinacionales de Europa del este que relatase Stalin en su obra “El Marxismo y la Cuestión Nacional” de 1913:
“Se desarrollan el comercio y las vías de comunicación. Surgen grandes ciudades. Las naciones se consolidan económicamente. Irrumpiendo en la vida apacible de las nacionalidades postergadas, el capitalismo las hace agitarse y las pone en movimiento. El desarrollo de la prensa y el teatro, la actuación del Reichsrat (en Austria) y de la Duma (en Rusia) contribuyen a reforzar los «sentimientos nacionales». Los intelectuales que surgen en las nacionalidades postergadas se penetran de la «idea nacional» y actúan en la misma dirección.
Pero las naciones postergadas que despiertan a una vida propia, ya no se constituyen en Estados nacionales independientes: tropiezan con la poderosísima resistencia que les oponen las capas dirigentes de las naciones dominantes, las cuales se hallan desde hace largo tiempo a la cabeza del Estado. ¡Han llegado tarde!” (Stalin. El Marxismo y la Cuestión Nacional. 1913)
Quienes cierran los ojos a las similitudes de ambos procesos históricos lo hacen con la determinación de la fe religiosa y no con el criterio del análisis científico pues el propio Stalin determinó claramente el marco temporal al que se refería su obra:
“La nación no es simplemente una categoría histórica, sino una categoría histórica de una determinada época, de la época del capitalismo ascensional. El proceso de liquidación del feudalismo y de desarrollo del capitalismo es, al mismo tiempo, el proceso en que los hombres se constituyen en naciones” (Ibídem)
De nuevo volvemos a encontrar la misma condición ya mencionada por Lenin; el desarrollo del capitalismo sobre los restos del feudalismo derrotado, y de nuevo nos tenemos que remitir a la misma fecha, ya conocida, de 1876 para situar esa condición en la historia de España. Es por ello que los movimientos nacionales vasco, catalán y gallego dan sus primeras muestras de vitalidad en fecha tan tardía en comparación con la norma general de la Europa occidental, mucho más próximas al caso oriental: porque el propio desarrollo capitalista de España, condición inevitable para ello, solo comienza a dar sus frutos durante el último tercio del siglo XIX.
Nada de todo este análisis está en las manifestaciones nacionalistas del socialchovinismo, pero quienes se erigen en defensores de la condición nacional única de España, en ocasiones, se ven empujados a reconocer la existencia del movimiento nacional vasco, catalán o gallego, acorralados por la testaruda realidad. En esas ocasiones no dudan en argumentar que tales movimientos son de carácter burgués y que el proletariado no debe prestarles apoyo, so pena de debilitar la fuerza conjunta del proletariado español. ¡Se creen que nos descubren un secreto a los marxistas-leninistas con ello! Olvidan, o ignoran, que el propio Stalin nos describió la naturaleza burguesa del movimiento nacional incipiente y por tanto no nos descubren nada que no sepamos:
“La lucha comenzó y se extendió, en rigor, no entre las naciones en su conjunto, sino entre las clases dominantes de las naciones dominadoras y de las naciones postergadas. La lucha la libran, generalmente, la pequeña burguesía urbana de la nación oprimida contra la gran burguesía de la nación dominadora (los checos y los alemanes), o bien la burguesía rural de la nación oprimida contra los terratenientes de la nación dominante (los ucranianos en Polonia), o bien toda la burguesía «nacional» de las naciones oprimidas contra la aristocracia gobernante de la nación dominadora (Polonia, Lituania y Ucrania, en Rusia)”.
La burguesía es el principal personaje en acción” (Ibídem).
Pero ignorar este pasaje permite ignorar los que de él se derivan, es decir, las responsabilidades que los comunistas tenemos ante la realidad del carácter burgués del movimiento nacional allí dónde se encuentra, que Stalin desarrolló en su magistral obra y que reproducimos a pesar de lo extenso de la cita:
“Pero de aquí no se desprende, ni mucho menos, que el proletariado no deba luchar contra la política de opresión de las nacionalidades.
La restricción de la libertad de movimiento, la privación de derechos electorales, las trabas al idioma, la reducción de las escuelas y otras medidas represivas afectan a los obreros en grado no menor, si no es mayor, que a la burguesía. Esta situación no puede por menos de frenar el libre desarrollo de las fuerzas espirituales del proletariado de las naciones sometidas. No se puede hablar seriamente del pleno desarrollo de las facultades espirituales del obrero tártaro o judío, cuando no se le permite servirse de su lengua materna en las asambleas o en las conferencias y cuando se le cierran las escuelas.
La política de represión nacionalista es también peligrosa en otro aspecto para la causa del proletariado. Esta política desvía la atención de extensas capas del mismo de las cuestiones sociales, de las cuestiones de la lucha de clases hacia las cuestiones nacionales, hacia las cuestiones «comunes» al proletariado y a la burguesía. Y esto crea un terreno favorable para las prédicas mentirosas sobre la «armonía de intereses», para velar los intereses de clase del proletariado, para esclavizar moralmente a los obreros. De este modo, se levanta una seria barrera ante la unificación de los obreros de todas las nacionalidades.
(…)Pero la política de represión no se detiene aquí. Del «sistema» de opresión pasa no pocas veces al «sistema» de azuzamiento de unas naciones contra otras, al «sistema» de matanzas y pogromos. Naturalmente, este último sistema no es posible siempre ni en todas partes, pero allí donde es posible -cuando no se cuenta con las libertades elementales- toma no pocas veces proporciones terribles, amenazando con ahogar en sangre y en lágrimas la unión de los obreros.
Pero los obreros están interesados en la fusión completa de todos sus camaradas en un ejército internacional único, en su rápida y definitiva liberación de la esclavitud moral a que la burguesía los somete, en el pleno y libre desarrollo de las fuerzas espirituales de sus hermanos, cualquiera que sea la nación a que pertenezcan.
Por eso, los obreros luchan y lucharán contra todas las formas de la política de opresión de las naciones, desde las más sutiles hasta las más burdas, al igual que contra todas las formas de la política de azuzamiento de unas naciones contra otras.
Por eso, la socialdemocracia de todos los países proclama el derecho de las naciones a la autodeterminación.
El derecho de autodeterminación significa que sólo la propia nación tiene derecho a determinar sus destinos, que nadie tiene derecho a inmiscuirse por la fuerza en la vida de una nación, a destruir sus escuelas y demás instituciones, a atentar contra sus hábitos y costumbres, a poner trabas a su idioma, a restringir sus derechos.
Esto no quiere decir, naturalmente, que la socialdemocracia vaya a apoyar todas y cada una de las costumbres e instituciones de una nación. Luchando contra la violencia ejercida sobre las naciones, sólo defenderá el derecho de la nación a determinar por sí misma sus destinos, emprendiendo al mismo tiempo campañas de agitación contra las costumbres y las instituciones nocivas de esta nación, para dar a las capas trabajadoras de dicha nación la posibilidad de liberarse de ellas.
El derecho de autodeterminación significa que la nación puede organizarse conforme a sus deseos. Tiene derecho a organizar su vida según los principios de la autonomía. Tiene derecho a entrar en relaciones federativas con otras naciones. Tiene derecho a separarse por completo. La nación es soberana, y todas las naciones son iguales en derechos.
Eso, naturalmente, no quiere decir que la socialdemocracia vaya a defender todas las reivindicaciones de una nación, sean cuales fueren. La nación tiene derecho incluso a volver al viejo orden de cosas, pero esto no significa que la socialdemocracia haya de suscribir este acuerdo de tal o cual institución de una nación dada. El deber de la socialdemocracia, que defiende los intereses del proletariado, y los derechos de la nación, integrada por diversas clases, son dos cosas distintas.
Luchando por el derecho de autodeterminación de las naciones, la socialdemocracia se propone como objetivo poner fin a la política de opresión de las naciones, hacer imposible esta política y, con ello, minar las bases de la lucha entre las naciones, atenuarla, reducirla al mínimo.
En esto se distingue esencialmente la política del proletariado consciente de la política de la burguesía, que se esfuerza por ahondar y fomentar la lucha nacional, por prolongar y agudizar el movimiento nacional.
Por eso, precisamente, el proletariado consciente no puede colocarse bajo la bandera «nacional» de la burguesía” (Ibídem)
Este extenso pasaje es el que el socialchovinismo pretende ocultar con su propia política de “azuzamiento” de unas naciones sobre otras, imponiendo una bandera burguesa sobre la bandera del proletariado. Su debilidad ideológica les hace incapaces de confiar en la libre unión del proletariado internacional contra la burguesía, y prefieren sustituirla por el viejo orden de cosas, el viejo reparto de poderes que la burguesía impuso en España durante su accidentado ascenso a la condición de clase dominante en el que forzaron la unión de distintos pueblos bajo su bandera y su mercado nacional.
Lenin, por su parte, condensó con su analítica visión esa misma idea un año después, despejando cualquier duda al respecto:
“Se nos dice: apoyando el derecho a la separación, apoyáis el nacionalismo burgués de las naciones oprimidas. (…) Nosotros contestamos: no, precisamente a la burguesía es a quien le importa aquí una solución «práctica», mientras que a los obreros les importa la separación en principio de dos tendencias. Por cuanto la burguesía de una nación oprimida lucha contra la opresora, nosotros estamos siempre, en todos los casos y con más decisión que nadie, a favor, ya que somos los enemigos más intrépidos y consecuentes de la opresión. Por cuanto la burguesía de la nación oprimida está a favor de su nacionalismo burgués, nosotros estamos en contra. Lucha contra los privilegios y violencias de la nación opresora y ninguna tolerancia con el afán de privilegios de la nación oprimida” (Lenin. El Derecho de las Naciones a la Autodeterminación. 1914)
Hasta ahora hemos expuesto la teoría del marxismo-leninismo respecto a la cuestión nacional para analizar con ella la evolución histórica del desarrollo capitalista en España y sus consecuencias, dejando al descubierto de paso el abismo que separa a cualquier socialchovinista de un marxista-leninista digno de tal nombre. Pero además, esa corriente desviada no tiene reparos en renegar de la línea histórica del partido comunista en España, como veremos, lo que les sitúa en el campo del revisionismo más descarado.
El congreso de Londres de la Segunda Internacional aprobó en 1896 un acuerdo con el que se buscaba socavar las bases de la creciente corriente nacional-chovinista que ya presagiaba el desastre de 1914. El acuerdo era del siguiente tenor literal:
«El congreso declara que está a favor del derecho completo a la autodeterminación de todas las naciones y expresa sus simpatías a los obreros de todo país que sufra actualmente bajo el yugo de un absolutismo militar, nacional o de otro género; el congreso exhorta a los obreros de todos estos países a ingresar en las filas de los obreros conscientes de su clase en todo el mundo, a fin de luchar al lado de ellos para vencer al capitalismo internacional y alcanzar los objetivos de la socialdemocracia internacional».
Tras la masacre de la Primera Guerra Mundial y la división del movimiento proletario mundial entre socialdemócratas y comunistas, la III Internacional, o Internacional Comunista, organizada por el propio Lenin, continuó la senda emprendida en 1896, ampliando las bases del internacionalismo proletario a través de la denuncia de la opresión nacional incluso bajo constituciones “democráticas” (sic) y apelando al ejemplo triunfante de la revolución rusa y su modelo político:
“En el terreno de las relaciones internas del estado, la política nacional de la Internacional Comunista no puede circunscribirse a un simple reconocimiento formal, puramente declarativo, y que en la práctica no obliga a nada, de la igualdad de las naciones, cosa que hacen los demócratas burgueses, ya sea los que se confiesan francamente como tales o los que, como los de la II Internacional, se encubren con el título de socialistas. No es suficiente con denunciar implacablemente, en toda su obra de agitación y propaganda de los partidos comunistas (tanto desde la tribuna parlamentaria como fuera de la misma),las violaciones continuas de la igualdad jurídica de las naciones y de las garantías de los derechos de las minorías nacionales en todos los estados capitalistas, a despecho de sus constituciones “democráticas”, sino que deben también demostrar constantemente que el régimen soviético es el único capaz de proporcionar realmente la igualdad de derechos de las naciones, al unificar primero al proletariado y luego a toda la masa de los trabajadores en la lucha contra la burguesía; es imprescindible que todos los partidos comunistas presten una ayuda directa al movimiento revolucionario en las naciones dependientes o en las que no gozan de derechos iguales (por ejemplo en Irlanda, entre los negros en Estados Unidos, etc.) y en las colonias”. Tesis y adiciones sobre las cuestiones nacional y colonial del II Congreso de la Tercera Internacional. Moscú. 1920.
En lo que respecta a España, el Partido Comunista de España aparece en 1921 como escisión del PSOE precisamente tras la creación de la III Internacional y la división entre comunistas y socialdemócratas en el seno del movimiento proletario español. De escasa influencia durante los primeros años debido a su clandestinidad durante la dictadura de Primo de Rivera, no será hasta la llegada de la Segunda República que el PCE, nuevamente legal, comience a desarrollar su agitación entre el proletariado, recibiendo entonces las directrices de la Internacional Comunista para extender su influencia aprovechando las características plurinacionales del estado:
«El Partido debe tener sobre esta cuestión tanta más actividad cuanto que los centros proletarios más importantes de España son, precisamente, Catalunya y Vizcaya, donde la explotación de la clase obrera está ligada a la opresión nacional.
El Partido debe propagar por todo el país el derecho de Catalunya, Vasconia y Galicia a disponer de ellas mismas hasta la separación. Debe defender este derecho con gran energía entre los obreros de España, para destruir su mentalidad hostil al nacionalismo catalán, vasco y gallego. En Catalunya, Vasconia y Galicia los comunistas deben hacer comprender a los obreros y campesinos la necesidad de su estrecha unión con los obreros y campesinos revolucionarios de España para llevar con éxito la lucha contra el imperialismo español, desenmascarar las vacilaciones y capitulaciones de los nacionalistas, llamando a las masas a usar libremente de manera absoluta su derecho de disponer de ellas mismas hasta la separación ,afirmando siempre que el objetivo del Partido Comunista es el de crear sobre las ruinas del imperialismo español la libre federación ibérica de repúblicas obreras y campesinas de Catalunya, Vasconia, España, Galicia y Portugal» (Carta de la Internacional Comunista al PCE. Moscú. 1931)
Unos meses después, la Internacional continúa recordando al PCE la importancia de hacer hincapié en la cuestión nacional para proyectar en ella la posición de los comunistas de España, alejándola de las posiciones de la burguesía regional al tiempo que se lucha contra el secular atraso económico y cultural impuesto por la alta burguesía española en coalición con la vieja nobleza y la iglesia católica. Para ello, la Internacional hace un escueto pero concretísimo análisis de la situación del momento a través de las condiciones históricas de España:
“…continúa desarrollándose en España la crisis revolucionaria que comenzó al iniciarse la crisis económica mundial, y que estaba preparada por el conjunto de las condiciones económicas, políticas y sociales del país: la presencia de formidables supervivencias feudales (predominio de los latifundios de carácter semifeudal y supervivencia de formas de explotación medievales: foros, rabassa morta, etc., los campesinos pauperizados aún, semi-siervos; el poder formidable de la Iglesia, dueña de casi un tercio de la riqueza nacional; el papel considerable de la casta de los oficiales y del caciquismo, etc.); el rápido crecimiento del capital financiero, que se ha adueñado de ramas esenciales de la economía del país; la presencia de un numeroso proletariado industrial y agrícola sometido a una feroz explotación por el capital financiero y los propietarios; la opresión nacional de Cataluña, Vizcaya, Galicia y Marruecos. Sobre esta base se han desarrollado en España, país económicamente atrasado, contradicciones y conflictos de clase de gran envergadura.
(…)La revolución democrático-burguesa de España no ha terminado. Sus objetivos esenciales:
– Abolición de las supervivencias feudales, solución revolucionaria de la cuestión agraria,
– Destrucción del poderío económico y político de la Iglesia y del clero.
– Abolición de la opresión nacional.
– Mejoramiento radical de la suerte de la clase obrera y de las grandes masas trabajadoras, no han sido aún terminados.
(…)El Partido Comunista ha manifestado, y sigue en cierta medida manifestando una actitud análoga de desdén, de pasividad sectaria con respecto a los movimientos de emancipación nacional de los catalanes, vascos y gallegos, y un olvido casi total de los marroquíes, cuando ese movimiento, a causa de la traición de los jefes y de su paso al campo del bloque de la burguesía y de los grandes terratenientes, se diferencia, y cuando los elementos obreros y campesinos se convierten en su seno en un factor de considerable importancia.’ De tal suerte que este movimiento constituye una fuerza que el Partido Comunista debe incorporar al frente general de la lucha por el triunfo de la revolución española”. (Carta de la Internacional Comunista al Partido Comunista de España. 1932)
En su profundización de la cuestión nacional desde la óptica marxista en España, la Internacional llega incluso a animar a constitución de secciones “nacionales” del PCE que organicen el trabajo de agitación proletaria desde la coordinación de un partido central.
«Para asegurar una mejor dirección a la lucha de clases revolucionaria del proletariado catalán y a la lucha de liberación nacional de las masas obreras de Catalunya, El Secretariado Político juzga necesario que la organización regional catalana del PCE se organice como Partido Comunista de Catalunya, que debe permanecer en relación con el PCE como los partidos de Bielorrusia y de Ucrania Occidental con el PC de Polonia al que pertenecen. Se encarga a la Comisión Política comunicar las directrices oportunas al PCE” (Resolución del Secretariado Político de la Internacional Comunista, 1932)
En esa línea, mostraba su preocupación por la falta de formación entre la militancia el entonces Secretario General del PCE José Bullejos diciendo ante el Pleno del Comité Central de 1932 lo siguiente:
“Para muchos militantes, como para el delegado de Levante, la cuestión nacional no existe: juzgan que Cataluña, Vasconia y Galicia no son pueblos oprimidos, que la cuestión nacional es un problema artificial, creado voluntariamente por la burguesía de estos países, y que interesa solo a las clases dominantes. Es la vieja concepción socialdemócrata, que sirve a los intereses del imperialismo, y en nuestro caso concreto, del imperialismo español” (José Bullejos. Revista Bolchevismo. Marzo de 1932)
En 1935 José Díaz, sucesor de Bullejos al frente del PCE, desgranaba así el punto referente a la cuestión nacional de su propuesta de Programa de Concentración Popular Antifascista:
“Punto 2º: Liberación de los pueblos oprimidos por el imperialismo español. Que se conceda el derecho de regir libremente sus destinos a Catalunya, a Euskadi, a Galicia y a cuantas nacionalidades estén oprimidas por el imperialismo de España.
¿Es que va a resolver el Gobierno actual el problema de las nacionalidades oprimidas? Yo os digo que no. Y la prueba es ese proceso que se sigue por el tribunal más reaccionario del país contra los consejeros de la Generalitat. Va a recaer sobre ellos el peso de una sentencia monstruosa. Treinta años de presidio les piden, y no hay duda de que serán condenados a esa pena. ¿Y, sabéis por qué van a ser condenados? Porque ese proceso no es sólo el de los hombres a quienes se juzga. Quien va a ser condenado con esa sentencia monstruosa es todo el pueblo de Catalunya, por su rebeldía, por su levantamiento contra la opresión del imperialismo español. Y contra esa monstruosa condena, contra ese odio a la libertad de Catalunya, yo os digo lo que antes: ¿Es que no estamos obligados a luchar en la Concentración Popular Antifascista por la liberación de esos hombres, a quienes se condena como expresión del odio y la opresión imperialista? Pues entonces, camaradas, tenemos una razón más para unimos todos: la lucha por la liberación de Catalunya, por el derecho de Catalunya y de todas las nacionalidades oprimidas a disponer de sus destinos” (Discurso de José Díaz durante la presentación del Programa de Concentración Popular Antifascista. 2 de junio de 1935)
Y una vez constituida la coalición republicano-socialista de cara a los decisivos comicios que debían desalojar a la derecha del gobierno republicano, el PCE con su Secretario General a la cabeza continúan en esa dirección:
“Queremos que las nacionalidades de nuestro país -Cataluña, Euskadi, Galicia- puedan disponer libremente de sus destinos ¿por qué no? y que tengan relaciones cordiales y amistosas con toda la España popular. Si ellos quieren librarse del yugo del imperialismo español representado por el poder central, tendrán nuestra ayuda. Un pueblo que oprime a otros pueblos no se puede considerar libre” (Discurso de José Díaz el 9 de febrero de 1936 ante las elecciones del día 12)
Esta acertadísima línea estratégica permitió a un PCE que apenas era un núcleo de agitación antes de 1931, convertirse en un formidable partido de vanguardia con miles de militantes destacados en la defensa de la libertad y la democracia para los pueblos una vez iniciada la funesta Guerra Civil, vinculando esa libertad a la unión fraternal dentro de las fronteras de la España republicana incluso en lo más crudo del combate:
“¿Cuáles son nuestras relaciones con las nacionalidades de España? La política de nuestro partido respecto al derecho de autodeterminación de las nacionalidades no podía sino crearnos buenas relaciones con las nacionalidades. Reconocemos su personalidad histórica y todos sus derechos, y les decimos que estos sólo se pueden conseguir en su plenitud dentro de una España republicana y democrática. Ellos también lo han comprendido así, por esto contribuyen lealmente a forjar un poder central en qué participan, con toda su autoridad, para dirigir en común el frente y la retaguardia. Hace falta luchar contra la tendencia que pretende presentar a Cataluña y a Euzkadi exclusivamente con fines egoístas, atendiendo sólo a la defensa de su territorio y a resolver su economía a expensas del resto de España. Si hacen falta ejemplos, aquí está Cataluña, que ha enviado contingentes a Aragón, a Madrid y donde ha hecho falta. Aquí está el gobierno nacionalista vasco que ha enviado en diferentes ocasiones, miles de combatientes a los frentes de Asturias. Existe una compenetración exacta por parte del Gobierno Central, en la necesidad de reconocer los derechos específicos de estas nacionalidades en el orden económico, político y cultural, de respetar sus creencias religiosas, a fin de que cada día nos unamos más por constituir el bloque de todos los pueblos de España y asegurar la victoria y al construcción de la nueva vida» (Informe al Pleno del Comité Central del PCE José Díaz. Valencia, marzo de 1937)
Incluso en los agónicos estertores de la defensa republicana el PCE logró incluir en la última oferta de pacificación del país hecha por el Presidente del Gobierno, Juan Negrín, en sus famosos “Trece Puntos” publicanos el 30 de abril de 1938 las “Libertades regionales sin menoscabo de la unidad española” (punto 5) pero como sabemos, esas esperanzas eran vanas y el funesto golpe Casado vino a terminar con cualquier posibilidad de resistencia republicana frente al fascismo. El PCE tardó 15 años en reorganizarse tras la derrota republicana alrededor de un Congreso reunido en el exilio. No obstante el PCE seguía entonces enarbolando la bandera de la autodeterminación nacional para los pueblos de España:
“Punto 2º: República democrática. Respecto a la libre autodeterminación de las naciones. (…) La unidad del estado español no será nunca verdaderamente sólida y democrática si se asienta sobre la fuerza y la asimilación violenta, sobre la negación de los derechos nacionales. Por ello, los comunistas estamos contra el sojuzgamiento de unas naciones por otras y defendemos el derecho de los pueblos a la libre autodeterminación. Sostenemos, pues, el derecho de los pueblos de Cataluña, Euskadi y Galicia a decidir libre y democráticamente su destino” (Programa del PCE aprobado por el V Congreso, Checoslovaquia, 1954)
A pesar de esto, el PCE había iniciado ya la senda del revisionismo carrillista, expresión viva de la pérdida de autonomía y autocrítica que el Partido había abrazado a imagen del PCUS a la muerte de Stalin, y en junio de 1956, sólo dos años después del citado congreso, hace pública su “Declaración Por la reconciliación nacional, por una solución democrática y pacífica del problema español” en la que el Comité Central utiliza el adjetivo “nacional” un total de 65 veces y todas ellas en referencia exclusiva a España en su conjunto, haciendo desaparecer cualquier referencia a las nacionalidades dentro de su vergonzosa propuesta de negociación con el fascismo, en un giro injustificable en las condiciones del momento. Esa senda derrotista y traidora dará lugar a la separación, en 1964 del Partido Comunista de España (marxista-leninista) como expresión de la continuidad ideológica del viejo PCE revolucionario y su coherente trayectoria histórica.
Así pues, tras el II Pleno del Comité Central del PCE (m-l) celebrado en diciembre de 1968 se recoge, en el punto 14 del Segundo capítulo del Programa del Partido lo siguiente:
“Reconocimiento del derecho a la autodeterminación de Cataluña, Euzkadi, Galicia y de cualquier otra región española cuya población lo reclame. Los comunistas propugnamos que la República Popular Española, tenga un carácter federativo y que, por tanto, las regiones con particularidades nacionales elijan, sin intervención del poder central, sus propios organismos autónomos de gobierno”.
Más tarde, el II Congreso del PCE (m-l) celebrado en 1977, incluía una Resolución sobre el Problema de las Nacionalidades de 5 puntos, cuyo punto final resumía la posición del partido de la siguiente forma:
“El Partido, pues, debe encabezar las luchas por la autodeterminación a las que enarcará, con su carácter, pues de hacerlo la burguesía irremediablemente llevarán en sello de la clase burguesa. Por lo tanto, el II Congreso hace un llamamiento a todo el conjunto del Partido para que intensifique sus esfuerzos en este frente adaptándolo a las características concretas de cada nacionalidad región, tomando medidas prácticas de cara a ‘impulsar y encabezar las luchas, teniendo en cuenta que éstas forman parte del combate general contra el fascismo y contra sus maniobras en el marco actual de la monarquía. En el caso concreto de las islas Canarias, es preciso tomar en consideración además de esta posición general, el hecho de que constituyen una plataforma estratégica en torno a la cual, de manera especial, disputan los intereses militares económicos de diversos países y en particular de las dos superpotencias”.
Esta resolución contrasta frontalmente con la postura que, en aquellos momentos, defendía el PCE de Santiago Carrillo y su cúpula revisionista, expresada en el manifiesto constituyente de la llamada Junta Democrática de España publicado en julio de 1974 y que aspiraba a impulsar el proceso de reforma del franquismo. Concretamente su noveno punto señalaba entre sus objetivos: “El reconocimiento, bajo la unidad del Estado español, de la personalidad política de los pueblos catalán, vasco, gallego y de las comunidades regionales que lo decidan democráticamente”. Es decir, anteponiendo “la unidad del estado español” se reconocerá la “personalidad jurídica” de los pueblos; vasco, catalán y gallego, entre otros, retorciendo el reconocimiento del derecho a la autodeterminación de los pueblos hasta reducirlo a una frase hueca y sin sentido alguno, pues ya en 1914 Lenin aclaraba al respecto:
“Desde el punto de vista de la teoría del marxismo en general, el problema del derecho a la autodeterminación no presenta dificultades. En serio no se puede ni hablar de poner en duda el acuerdo de Londres de 1896, ni de que por autodeterminación se entiende únicamente el derecho a la separación, ni de que la formación de Estados nacionales independientes es una tendencia de todas las revoluciones democráticas burguesas”. (Lenin. El derecho de las Naciones a la Autodeterminación. 1914)
Así pues, queda evidenciado a través de la historia y de los datos que la respaldan, cuál es la línea ideológica de un PCE digno de denominarse marxista-leninista y cuáles son las desviaciones que hoy, igual que hace 50 años, hacen una venenosa reinterpretación de los hechos y de las ideas de nuestros antecesores con el objetivo de debilitar el movimiento comunista y conducirlo hacia la charca de la burguesía.
Estos elementos que adoran a las fuerzas de seguridad y el ejército son una verdadera amenaza para los revolucionarios, aplauden la represión del estado burgués contra sectores de la izquierda que no piensan como ellos. También muchos de ellos militan activamente en partidos pseudocomunistas poniendo en riesgo a toda la militancia de base, pues hay que decirlo sin pelos en la lengua son perfectos delatores, no necesitan amenazas y torturas para vender a “compañeros”.
Hay que ejercer la vigilancia revolucionaria contra los chovinistas pseudocomunistas que tantos puntos troncales comparten con Vox: Unidad de españa, estado centralizado sin reconocimiento a la autodeterminación (los comunistas también defendemos un estado centralizado, pero desde una construcción nacional totalmente diferente), represión a inmigrantes, defensa de los símbolos (patrios) del estado burgués, apoyo total a las fuerzas represivas, exaltación folclórica del pasado imperial… También muchos de ellos compadrean con militantes de organizaciones fascistas y algunos llegan a exaltar la figura de primo de rivera.
No se trata de un enemigo interno como lo es el revisionismo, sino de reaccionarios con todas las letras infiltrados en nuestras organizaciones para destruirlas y como tal hay que combatirlos.
También se dan casos en los que pseudocomunistas normalmente de tendencias izquierdistas o radical oportunistas, critican el posmodernismo desde fuera del marxismo, lo que les lleva a asimilar el discurso reaccionario y con el tiempo, sus posturas.
Muchas veces debido a un rechazo sin fundamento y falto de análisis hacia todo lo que huela a posmodernismo se llegan a dar similitudes troncales entre críticas aparentemente de izquierdas con los posicionamientos de la reacción: negar la brecha salarial, secundar que existe un proceso de islamización de Europa, referirse al movimiento LGTB como un lobby homogéneo, rechazar todas las posiciones del movimiento feminista por su clara tendencia liberal…. Llegando incluso a defender la discriminación y la opresión de ciertos sectores sociales porque sus luchas han sido copadas y transversalizadas por liberales.
La crítica al posmodernismo debe realizarse siempre mediante el marxismo para combatir todas las tendencias reaccionarias dentro del movimiento obrero.