Antonio González
Desde la abdicación de Juan Carlos I en junio de 2014 (por la presión popular ante los escándalos de corrupción, amantes y cacerías que salieron a la luz entonces) hasta hoy, la monarquía se las prometía felices con la entronización de Felipe VI ”El Preparao” y la puesta en marcha de la maniobra de una segunda transición que tapara las vergüenzas borbónicas que dejara sin mácula al nuevo rey. Pero los hechos son tozudos y lejos de ser una balsa de aceite su reinado, a Felipe VI, desde entonces, le están lloviendo chuzos de punta.
Todos los meses salen más detalles de cómo se ha enriquecido el emérito rey y su familia a raíz de las declaraciones de una de sus amantes, filtradas por un comisario de policía –Villarejo– de las cloacas del estado monárquico. El escándalo es tal que ni los medios afines han podido ocultarlo aunque han tratado las noticias como algo menor publicándolo en sus páginas interiores.
Las cloacas de un régimen putrefacto
No voy a abundar aquí en lo que ya es público y notorio de la corrupción de la monarquía, pero sí en señalar que Felipe VI no es ajeno ni desconocedor de lo que ocurre en las cloacas de su familia (que es como decir del sistema monárquico), pese a que en estos momentos sus corifeos de propaganda traten de hacer creer lo contrario.
Desde que Felipe VI asumió su reinado, sus gobiernos no han favorecido a la clase obrera y capas populares, al contrario, para éstas, las cosas han ido de mal en peor: las cifras sobre pobreza severa aumentan, los salarios son insuficientes para tener una vida digna, la creciente precariedad laboral crea inestabilidad personal y familiar, la cercenación de derechos laborales y civiles es incrementada con leyes mordaza o endurecimiento del código penal, la represión por opinar o manifestarse ha llevado a centenares de personas a juicio o a la cárcel… también en su reinado estamos viviendo el completo deterioro de la enseñanza y educación o la sanidad públicas en beneficio de lo privado.
Felipe VI ya comenzó su reinado apuntando maneras de por dónde iban a ir las cosas, dicho de otro modo, desde el principio sabía que, si quería mantenerse en el trono y sus privilegios, debía seguir el legado de su padre dando un maquillaje a la institución monárquica, del mismo modo que Juan Carlos I, heredero del franquismo, cambió las formas –con la transición del 78- pero no el fondo de la corrupción y represión de la dictadura. La historia se repite.
En su primer discurso televisado navideño daba un golpe de efecto para aparecer distinto, “preparado”, moderno. En él dijo: “Debemos cortar de raíz y sin contemplaciones la corrupción“…, “Los responsables de esas conductas irregulares están respondiendo de ellas, eso es una prueba del funcionamiento de nuestro Estado de derecho“…, “Las conductas que se alejan del comportamiento que cabe esperar de un servidor público provocan, con toda razón, indignación y desencanto“ y la única medida que tomó fue retirarle el titulito a su hermana y cuñado-delincuente Undargarín, que ya no eran Duques de Palma. Formaba parte de esa segunda transición que menciono mas arriba. Los hechos son que, desde ese discurso hasta hoy, no se ha acabado la corrupción, que además de familiar, es institucional con todos los estamentos políticos, judiciales, policiales, militares, empresariales, envueltos en oscuros y criminales negocios y tramas y apenas son unos pocos los que responden (son condenados) por “esas conductas irregulares”, en realidad hechos delictivos, mafiosos, que atentan contra los intereses de todos pero que sus leyes y justicia monárquicas se les aplican con benevolencia (si se aplican), todo lo contrario a las sentencias que reciben quienes cuestionan la monarquía, expresan su opinión, hacen huelgas o son víctimas de provocaciones policiales o “manadas” violadoras. Al contrario, la corrupción en su reinado ha llegado a cotas estratosféricas ante la impunidad con la que actúan. Las cloacas de la monarquía son las cloacas de todo un estado e institución putrefacto.
Nuevamente la historia se repite. Juan Carlos I no es solo un golfo, mujeriego, comisionista… es sobre todo, el garante del postfranquismo. Juan Carlos I nunca firmó el encarcelamiento de los torturadores franquistas, primero porque sus gobiernos no se lo propusieron antes al contrario, pero sí les homenajeó y dió prebendas con su firma. Juan Carlos I nunca en sus discursos públicos ha condenado la dictadura franquista que nos lo impuso y que tantas víctimas y represaliados produjo, pero si tuvo buenas palabras para el dictador, también en su primer discurso navideño: “…recordemos la gran humanidad del Generalísimo…”. Juan Carlos I nunca defendió al pueblo saharaui cuándo el dictador estaba moribundo, si no que entregó el Sahara, con un pacto secreto, a su “hermano” Hassán II, feroz represor del pueblo marroquí. Juan Carlos I nunca quiso reformar las instituciones de la dictadura, y sus hombres de paja en el Gobierno de su “amigo” Suárez -con el beneplácito de la oposición domésticada- se limitaron a cambiar el nombre o la imagen (el ignominioso Tribunal de Orden Público se transformó en Audiencia Nacional pero los jueces eran, son los mismos; la policía y guardia civil cambió de uniforme pero los mandos y responsables siguieron siendo los mismos ejerciendo la misma represión; el ejército se profesionalizó pero la cúpula militar sigue tomando medidas represoras contra los militares democrátas que denuncian las irregularidades e injusticias…). Juan Carlos I siguió la estela franquista de connivencia y complicidad con la Iglesia Católica apareciendo con los prebostes católicos para reforzar las medidas de sus gobiernos que blindaron sus privilegios –religión en las aulas, exenciones fiscales y financiación pública– con la Constitución del 78. Juan Carlos I nunca ha sido un patriota si no un vendepatrias al servicio de los intereses del imperialismo yanqui. Este es el verdadero retrato del “campechano”.
Y nuevamente la historia se repite porque Felipe VI y sus gobiernos hacen exactamente lo mismo que los de sus antecesores y nadie, ni el rey preparado ni los políticos de sus Cortes, han hecho nada en contra de todo lo anteriormente expuesto.
Pero Felipe VI no se ha quedado solo en esto. Un ejemplo: perdió el culo en rendir pleitesía a régimenes dictatoriales como la monarquía absolutista de Arabia Saudí (siguiendo los pasos de su padre); un estado que financia a grupos terroristas (como los que atentaron el 11-M o en Barcelona), mantiene la pena de muerte, relega a la mujer a un papel de esclava y ejerce una feroz represión contra su pueblo. Pero eso no importa, lo importante es enriquecer a los sátrapas de los mercados, esos “compiyoguis” (sic) que lo sostienen y de paso, llenar la hucha de la familia Borbón. Otro ejemplo: su discurso televisado dos días después de las brutales cargas policiales en Cataluña tras el uno de Octubre de 2017. Siete minutos de mensaje le bastaron para dar cancha a su hinchada franquista, policial y militar. Sus soluciones se ciñeron a las ya consabidas e inalterables “constitución”, “ley” y “diálogo” (“la unidad de España, la defensa de la Constitución y el respeto a la ley”) que cumplen, él y sus cortesanos del Congreso y Senado, solo cuando les interesa y conviene. Hizo piña con los reaccionarios de La Moncloa y Génova dando total apoyo y sin ambages por la mano dura del artículo 155 contra la Generalitat por su aventura por la independencia. Y a modo de epílogo: Felipe VI mantiene el ducado de Franco, que concedió su padre basándose en el artículo 62 de la Constitución que «atribuye al rey la capacidad de otorgar estos títulos nobiliarios» y que solo el Rey a petición del Gobierno puede quitar. No es de extrañar, “El preparao” se dio cuenta que el franquismo fue una dictadura… ¡¡cuarenta años después!!
Ni Felipe VI ni la Casa Real se han pronunciado ante la riada de informaciones que les afectan, dando la callada por respuesta. Eso sí, al emérito le tuvieron que cuidar de un ataque de ansiedad ante tal avalancha. Lo dicho, no son las cloacas de una familia, son las cloacas de su institución, su estado, la monarquía, que desde sus orígenes ya estaba podrida y al servicio de la oligarquía.