J.P.Galindo
A punto de cumplir un año de la invasión rusa de Ucrania, el conflicto que comenzó en 2014 como una guerra civil (atravesada, eso sí, por las redes del imperialismo, tanto yanqui como ruso), está lejos de enfriarse. Lo que Rusia se planteaba como un paseo militar en el que los ucranianos los recibirían como a libertadores frente al ultranacionalista y filofascista gobierno de Kiev, se ha convertido en un cenagal que devora recursos a un ritmo insoportable y del que no se ve un final a medio plazo.
No es que la burguesía necesite la paz para mantener sus beneficios económicos −al contrario, la guerra es uno de los medios más rentables para la especulación a gran escala, como demuestra la evolución de las grandes fortunas a nivel mundial desde 2019− pero la economía “real”, cotidiana, de las clases populares, que depende de la producción y el consumo de recursos básicos, sí que está sufriendo consecuencias críticas debido a la prolongación de esta guerra “de baja intensidad” en un punto clave del comercio global. Y si el comercio de bienes de consumo se resiente, es imposible mantener el ritmo de funcionamiento de la rueda del capitalismo y la crisis, más pronto que tarde, es inevitable. Por eso es necesario desatascar la guerra en Ucrania. Aunque para ello haya que convertirla en una inimaginable Tercera Guerra Mundial que, en todo caso, permitiría “refundar el capitalismo” (como anunció el presidente francés Sarkozy hace años) sobre las ruinas del planeta.
En el momento de escribir estas palabras, Alemania acaba de autorizar el envío a Ucrania de sus tanques “Leopard” por parte de todos los países europeos que dispongan de ellos y España, siempre a la cabeza del belicismo otanista independientemente del color del Gobierno, ya ha comenzado los trámites para hacerlo. Mientras tanto, el “Tío Sam” aún no se ha decidido a enviar sus propios carros blindados “Abrams” al frente, pues para eso ya tiene a sus peones europeos.
Todo apunta a que al cumplirse un año de guerra comienza también una nueva fase de la que los grandes avances o retrocesos militares sobre el terreno ya no serán las cuestiones de mayor importancia (al fin y al cabo toda la invasión rusa está marcada por un tira y afloja bastante equilibrado), sino el nuevo paso dado hacia el enfrentamiento directo entre los dos grandes bloques imperialistas del mundo puesto que la guerra mundial total, con todos sus horrores, es la única salida que se le presenta a la burguesía para destruir unas fuerzas productivas que han llegado demasiado lejos en su desarrollo y se vuelven ahora en su contra.
Esta es la vieja historia de siempre. El proletariado, las clases populares en general, no tienen ningún interés en que esta guerra, tal y como está planteada, la gane EEUU y sus satélites o Rusia y los suyos. El único interés del proletariado en esta guerra pasa por convertir lo que hoy día es una guerra interimperialista en una guerra civil revolucionaria a ambos lados de la frontera en disputa. En el momento en que los trabajadores de Ucrania y Rusia volviesen sus fusiles contra sus respectivas burguesías, veríamos aflorar “mágicamente” una fraternidad entre capitalistas sin precedentes desde 1917. Una “solidaridad” entre oligarcas que llevaría a EEUU a salir en defensa de la burguesía rusa, como ya hiciera en los años 80 y 90 del siglo XX cada vez que el proletariado ruso trató de defenderse de la brutal restauración del capitalismo en lo que fue la URSS.
El marxismo-leninismo es la teoría del internacionalismo proletario; por eso es tan importante para la burguesía combatirlo en todas partes alentando fracciones y publicitando engendros socialchovinistas (como el PCFR en Rusia, primer promotor de la invasión a Ucrania), que tratan de conjugar la teoría revolucionaria con el nacionalismo (en España tenemos un patético intento de ello en el ‘youtuber’ Roberto Vaquero), y con el imperialismo (como ya hicieran en su día los socialimperialistas de la URSS revisionista de los que todavía quedan, por desgracia, muchos herederos). Estos “tontos útiles” del gran capital suelen responder con gran violencia a cualquier crítica a sus claudicantes posiciones, acusando de neutralidad a quienes nos resistimos a alinearnos tras las banderas del imperialismo de uno u otro lado. No comprenden que la causa del proletariado nunca puede defenderse bajo las banderas de la burguesía y se niegan a aceptar que lo que ellos han asumido es, en realidad, el papel de los viejos renegados de la II Internacional a los que tanto desprecio dedicaron Lenin y Stalin.
La burguesía está dispuesta a pasar ya a una etapa de guerra total para terminar con la crisis permanente del capitalismo y para ello necesita dividir y enfrentar al proletariado, incluso al más teóricamente consciente. Ese es el papel de los socialchovinistas y socialimperialistas frente al marxismo-leninismo. De nuestra fortaleza ideológica, táctica y estratégica puestas en práctica sobre el terreno dependerá pues, que esas corrosivas desviaciones burguesas no consigan el éxito que les han encomendado sus amos.
La organización de nuestra clase, su orientación ideológica y su trabajo práctico bajo las directrices del marxismo-leninismo son hoy más imprescindibles que nunca. Los obstáculos son inmensos, pero el precio a pagar con el fracaso es aún mayor.