C. Hermida
El triunfo del Frente Popular en las elecciones del 16 de febrero de 1936 fue un acontecimiento trascendental en la vida política de la II República española. Era la primera vez en la historia contemporánea de España que un amplio abanico de fuerzas políticas de izquierda, desde el republicanismo pequeñoburgués hasta el comunismo, se unían en una coalición electoral sobre la base de un programa común.
Los orígenes del Frente Popular se sitúan en el bienio negro (1934-1935), cuando los gobiernos integrados por el Partido Radical y la CEDA desmantelaron las reformas realizadas por el gobierno de Azaña entre 1931 y 1933 y llevaron a cabo una salvaje represión contra los trabajadores que protagonizaron la revolución de Octubre de 1934. Las organizaciones de izquierda iniciaron una reflexión profunda sobre la forma de hacer frente a un derecha fascistizada cuyo objetivo era la destrucción del régimen republicano. Los protagonistas de esa reflexión fueron Manuel Azaña, el socialista Indalecio Prieto y el Partido Comunista de España.
Azaña inició durante la segunda mitad del año 1935 una serie de mítines multitudinarios que culminaron en la concentración de Comillas (Madrid), a la que asistieron medio millón de personas.
En estas intervenciones Azaña subrayó la necesidad de una coalición electoral para rescatar la República de sus enemigos. Por su parte, Indalecio Prieto mantenía la necesidad de reeditar la alianza entre republicanos de izquierda y el PSOE que se había establecido durante el primer bienio (1931-1933). En cuanto al Partido Comunista de España, a raíz del VII Congreso de la Internacional Comunista, defendía la formación de un frente popular capaz de hacer frente al fascismo y defender la democracia parlamentaria.
Cuando se disolvieron las cortes el 7 de enero de 1936, el proceso a favor de la unidad estaba ya muy avanzado en las organizaciones de izquierda, y el 15 de enero se formalizó el pacto del Frente Popular, suscrito por Unión Republicana, Izquierda republicana, PSOE, UGT, Juventudes Socialistas, PCE, Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y partido Sindicalista. La izquierda supo ver el peligro, se unió y elaboró un programa común. Superando diferencias ideológicas, las organizaciones que integraron el Frente Popular fueron capaces de ponerse de acuerdo en lo que les unía, sobre la base de unos puntos programáticos claros y nítidos: defensa de la República, cerrar el paso al fascismo, amnistía para los presos de la revolución de 1934 y reanudación del programa reformista iniciado por el gobierno de Azaña entre 1931 y 1933.
El 16 de febrero el Frente Popular venció a la coalición de fuerzas derechistas y el nuevo gobierno, presidido primero por Manuel Azaña y posteriormente por Casares Quiroga, puso en marcha inmediatamente el programa pactado. Se decretó una amnistía que puso en libertad a los 30.000 presos políticos detenidos durante la revolución de Octubre; se restableció el Estatuto de Autonomía de Cataluña, comenzaron a tramitarse los de Galicia y el País Vasco, se obligó a las empresas a readmitir a los obreros despedidos por causas políticas entre 1934 y 1935 y se intensificó la reforma agraria, aunque el gobierno cometió el gravísimo error de no tomar las medidas contundentes para prevenir el golpe militar que venía gestándose desde el triunfo electoral de la izquierda. Iniciada la guerra civil, el Frente Popular será el fundamento político que permitió resistir al fascismo durante los tres años de la contienda
La situación actual de España es distinta a la de 1936, pero hay algunas similitudes. La derecha entonces quería destruir la República y hoy el Partido Popular, en las Comunidades Autónomas en las que gobierna, tiene el proyecto de implantar un nuevo modelo económico y social que pasa por desmantelar el estado del bienestar privatizando los servicios públicos, eliminar la mayoría de los derechos sociales conquistados por la lucha de los trabajadores y limitar al máximo los derechos civiles.
Desgraciadamente, la izquierda española no está ahora a la altura de su responsabilidad histórica. No entiende o no quiere entender la gravedad de la situación política, económica y social de España, y se mueve entre un reformismo estéril y la pugna por conseguir escaños en las Cortes Tampoco podemos olvidar que la actitud de los dirigentes es en buena medida el reflejo de unas masas populares asustadas por la severidad de la crisis, en las que ha calado a fondo el individualismo y el consumismo, y profundamente divididas entre parados y empleados, trabajadores españoles e inmigrantes extranjeros, además de aflorar en sectores populares un nacionalismo españolista profundamente reaccionario, actitudes todas ellas fomentadas por la oligarquía para mantener su dominación.
Se están perdiendo batallas, pero el resultado final de esta guerra, puesto que de eso se trata, de una guerra declarada por la oligarquía contra los trabajadores, no está aún decidido. Todo dependerá de la actitud de las organizaciones de izquierda. ¿Qué necesitamos para cambiar la relación de fuerzas y desbaratar los planes de la oligarquía? Necesitamos unificar las luchas, dotarlas de un contenido político y tener un objetivo claro.
No hay ninguna posibilidad de cambiar la situación dentro de este sistema político. La monarquía, heredera directa del franquismo, es el elemento fundamental que cohesiona un modelo político y económico basado en la corrupción y la falta de democracia. El Partido Popular y el PSOE defienden el mismo entramado de intereses económicos. No hay posibilidad de regeneración democrática porque el régimen proviene del fascismo y contiene elementos estructurales irreformables. El objetivo no puede ser otro que su superación mediante la proclamación de la República. Y para hacer realidad este objetivo, las organizaciones de izquierda deben unirse y forjar un bloque popular, una alianza de clases que incluya a los trabajadores, pequeña burguesía, clases medias e intelectuales. Esa es la tarea prioritaria y urgente, porque si la izquierda es capaz de unirse en torno a la lucha por la República, con un programa claro y coherente de profundas reformas económicas basado en la defensa de los servicios públicos, entonces las masas que hoy están en la calle, pero carecen en su mayoría de orientación política, se aglutinarán en torno a esa izquierda, recuperarán la confianza en la victoria y constituirán una fuerza formidable capaz de doblegar a la oligarquía.
Pero hay otro elemento igualmente trascendental. Más allá del acuerdo entre organizaciones de izquierda, es preciso crear un tejido republicano, una conciencia republicana, en los barrios, los centros de trabajo, en las Universidades. La formación de una extensa red Asambleas Republicanas será la base firme sobre la que asentar la lucha contra la monarquía.
Nuestro partido, que siempre ha mantenido alta la bandera de la República Popular y Federativa, trabaja y trabajará siempre por la unidad de los trabajadores para acabar con este régimen infame al servicio de una oligarquía cuyos intereses son antagónicos a los de nuestro pueblo.