C.Hermida
El 25 de julio de 1935 inició sus sesiones en Moscú el VII Congreso de la Internacional Comunista (IC), con asistencia de 513 delegados que representaban a 65 partidos comunistas. El acontecimiento fundamental del congreso fue el informe de J. Dimitrov en el que caracterizaba al fascismo como la dictadura terrorista abierta de los elementos más reaccionarios , más chovinistas y más imperialistas del capital financiero y consideraba que la subida del fascismo al poder no era un simple cambio de un gobierno burgués por otro, sino la sustitución de una forma estatal de dominación de la burguesía –la democracia burguesa– por la dictadura terrorista, lo que significaba un retroceso gigantesco en relación con la democracia burguesa.
Ante el avance del fascismo, la tarea prioritaria de los comunistas y de la clase obrera era la formación de frentes populares que aglutinaran a todas las fuerzas antifascistas, incluso con el objetivo de alcanzar el gobierno.
Dejando a un lado algunos pronunciamientos sectarios que se habían formulado en el VI Congreso de la IC, la nueva táctica formulada por Dimitrov dotó a los partidos comunistas de una herramienta teórica y de una praxis política que les permitió alcanzar una notable relevancia política entre las masas populares. No solo el proletariado, sino amplios sectores del campesinado, clases medias, pequeña burguesía e intelectuales vieron en los comunistas un referente de la lucha antifascista. La política de frente popular, con su defensa de los valores, libertades y derechos democráticos frente a la barbarie fascista fue, sin duda, uno de los grandes aciertos de la Internacional Comunista. La popularidad y el prestigio de los comunistas aumentó ostensiblemente como resultado de las resoluciones del VII Congreso de la IC. Si en 1935 la cifra de afiliados a los partidos comunistas en todo el mundo, dejando a un lado el PCUS, alcanzaba los 785.000, en 1939 llegaba a 1.200.000. (KRIEGEL, Annie: Las Internacionales Obreras. Barcelona, Martínez Roca, 1975. Pág. 126).
En España, los orígenes del Frente Popular se sitúan en el bienio negro (1934-1935), cuando los gobiernos integrados por el Partido Radical y la CEDA desmantelaron las reformas realizadas por el gobierno de Azaña entre 1931 y 1933 y llevaron a cabo una salvaje represión contra los trabajadores que protagonizaron la Revolución de Octubre de 1934. Las organizaciones de izquierda iniciaron una reflexión profunda sobre la forma de hacer frente a un derecha fascistizada cuyo objetivo era la destrucción del régimen republicano. Los protagonistas de esa reflexión fueron Manuel Azaña, el socialista Indalecio Prieto y el Partido Comunista de España.
Azaña inició durante la segunda mitad del año 1935 una serie de mítines multitudinarios que culminaron en la concentración de Comillas (Madrid), a la que asistió medio millón de personas. En estas intervenciones Azaña subrayó la necesidad de una coalición electoral para rescatar la República de sus enemigos. Por su parte, Indalecio Prieto mantenía la necesidad de reeditar la alianza entre republicanos de izquierda y el PSOE que se había establecido durante el primer bienio (1931-1933). En cuanto al Partido Comunista de España, siguiendo las nuevas directrices de la Internacional Comunista, defendió la formación de un frente popular capaz de hacer frente al fascismo y defender la democracia parlamentaria.
Cuando se disolvieron las cortes el 7 de enero de 1936, el proceso a favor de la unidad estaba ya muy avanzado en las organizaciones de izquierda, y el 15 de enero se formalizó el pacto del Frente Popular, suscrito por Unión Republicana, Izquierda republicana, PSOE, UGT, Juventudes Socialistas, PCE, Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) y partido Sindicalista. La izquierda supo ver el peligro, se unió y elaboró un programa común. Superando diferencias ideológicas, las organizaciones que integraron el Frente Popular fueron capaces de ponerse de acuerdo en lo que les unía, sobre la base de unos puntos programáticos claros y nítidos: defensa de la República, cerrar el paso al fascismo, amnistía para los presos de la revolución de 1934 y reanudación del programa reformista iniciado por el gobierno de Azaña entre 1931 y 1933.
El 16 de febrero el Frente Popular venció a la coalición de fuerzas derechistas y el nuevo gobierno, presidido primero por Manuel Azaña y posteriormente por Casares Quiroga, puso en marcha inmediatamente el programa pactado. Se decretó una amnistía que puso en libertad a los 30.000 presos políticos detenidos durante la revolución de Octubre; se restableció el Estatuto de Autonomía de Cataluña, comenzaron a tramitarse los de Galicia y el País Vasco, se obligó a las empresas a readmitir a los obreros despedidos por causas políticas entre 1934 y 1935 y se intensificó la reforma agraria. Y ese Frente Popular fue el que permitió a la República resistir al fascismo durante los tres años de guerra civil.
De la experiencia histórica del Frente Popular se pueden extraer enseñanzas útiles en relación con la situación política de España en la actualidad. En 1936 la derecha quería destruir la República y hoy el Partido Popular, junto con VOX, tienen el proyecto de implantar un nuevo modelo económico, social y político que pasa por desmantelar el estado del bienestar privatizando los servicios públicos, eliminar la mayoría de los derechos sociales conquistados por la lucha de los trabajadores y limitar al máximo los derechos civiles. Ya lo están haciendo en las Comunidades Autónomas en las que comparten el gobierno.
Se están perdiendo batallas, pero el resultado final de esta guerra, puesto que de eso se trata, de una guerra declarada por la oligarquía contra los trabajadores, no está aún decidido. Todo dependerá de la actitud de las organizaciones de izquierda. ¿Qué necesitamos para cambiar la relación de fuerzas y desbaratar los planes de la oligarquía? Necesitamos unificar las luchas, dotarlas de un contenido político y tener un objetivo claro.
No hay ninguna posibilidad de cambiar la situación dentro de este sistema político. La monarquía borbónica, heredera directa del franquismo, es el elemento fundamental que cohesiona un modelo político y económico basado en la corrupción, el caciquismo y la falta de democracia. No hay posibilidad de regeneración democrática porque el régimen proviene del fascismo y contiene elementos estructurales irreformables. El objetivo no puede ser otro que su superación mediante la proclamación de la República. Y para hacer realidad este objetivo, las organizaciones de izquierda deben unirse y forjar un bloque popular, una alianza de clases que incluya a la clase obrera, pequeña burguesía, clases medias e intelectuales. Esa es la tarea prioritaria y urgente, porque si la izquierda es capaz de unirse en torno a la lucha por la República, con un programa claro y coherente de profundas reformas estructurales, entonces las masas que hoy están en la calle, pero carecen en su mayoría de orientación política, se aglutinarán en torno a esa izquierda y constituirán una fuerza formidable capaz de doblegar a la oligarquía.
La República Popular y Federativa es el común denominador que puede unir a todos los que aspiramos a un profundo cambio en nuestro país, a los que deseamos una verdadera ruptura democrática. Esa República colocará todos los recursos económicos del país al servicio de los ciudadanos, asegurará la sanidad y la educación públicas, fomentará la cultura, protegerá el patrimonio artístico y cultural y restablecerá la soberanía popular. Esa República hará realidad la justicia y la reparación para las víctimas de la criminal dictadura franquista. Esta es la tarea de los comunistas, la tarea del PCE (m-l), de nuestro heroico partido que cumple este año el 60º aniversario de su fundación.