¡Organizarse para cambiar el mundo!
Las manifestaciones de este 8 de marzo han sido un éxito rotundo, con la movilización masiva de millones de mujeres de nuestra clase (acompañadas por muchos hombres) en todas las ciudades principales del país.
Ciertamente, este triunfo de las mujeres trabajadoras no puede haber sorprendido a nadie. En primer lugar porque, en un contexto de desigualdad creciente, en el que las medidas por la «igualdad» apenas llegan a las mujeres obreras, cada vez más precarizadas, el malestar y la tensión entre las mujeres de todos los sectores populares ha sido cada vez más palpable en los centros de trabajo y estudio, en los barrios y en la calle. Por otro lado, también los medios del capital se han empleado a fondo como altavoz del feminismo burgués, al objeto de canalizar un clamor que era imposible ignorar. Los cínicos y esperpénticos gestos de «apoyo» de las principales figuras mediáticas y líderes de la derecha -¡incluso de la Casa Real!-, el espacio dedicado en radio y televisión y las declaraciones contradictorias de los líderes peperos atestiguan que el descontento es ya estruendoso; y, por otra parte, han servido para generalizar una movilización que tiene su origen en la explotación capitalista y en los abusos del régimen monárquico (con sus escandalosas decisiones judiciales, reformas laborales, represión policial y coacciones de todo tipo), que se están cebando especialmente en las mujeres trabajadoras.
En cuanto a la huelga propiamente dicha, los datos reflejan un seguimiento importante, pero con una tendencia conocida: buenos resultados en la gran industria y el sector público, y mucho menor seguimiento en el sector privado de los servicios (hostelería, comercio…), precisamente un ámbito muy feminizado. Como viene siendo habitual en los últimos años, por tanto, las huelgas salen allí donde el sindicalismo está arraigado y es fuerte, mientras que en los sectores donde la clase obrera se halla dispersa, desorganizada y superexplotada se hace sentir con la mayor brutalidad la debilidad del sindicalismo y, por consiguiente, la coacción patronal y la amenaza del despido.
Es esta realidad, precisamente, la que -junto a los factores ya expuestos- explica que las manifestaciones de la tarde hayan sido un éxito rotundo de convocatoria y que el feminismo de base y el sindicalismo hayan podido disputar el terreno al feminismo burgués e institucional, pese a la brutal campaña mediática: las masas de mujeres trabajadoras que han tomado la calle han pasado por encima de ese feminismo burgués, desoyendo sus llamamientos a la despolitización, a la división de nuestra clase por género y a la desorganización. Nuestra clase -hombres y mujeres- está buscando referencias, análisis y programas políticos que ayuden a resolver sus graves problemas cotidianos; y lo han demostrado recibiendo de forma muy positiva nuestras posiciones respecto a un tema que les preocupa hondamente.
Son estas condiciones sociales y políticas, en fin, las que hacen más notoria y urgente la necesidad de organización de nuestra clase en general, y en particular de las mujeres obreras y de las clases populares. Nuestra mitad femenina ha demostrado su inconformismo, su combatividad, sus ganas de luchar y su búsqueda de instrumentos políticos con los que llevar a cabo su pelea. Sin organización, desde luego -tal y como ha demostrado nuestra historia pasada y reciente-, no vamos a acabar con el sistema capitalista ni con el marco político monárquico que lo sostiene en nuestro país. Como se vio con el 15M, las mareas y otros movimientos «espontáneos» posmodernos e «identitarios», no hay transformación posible sin organización estable y sin una perspectiva de clase que impida su asimilación por el Estado y la burguesía, y que permita romper con lo existente.
Es una tarea urgente, por tanto, reconstruir el tejido organizativo del proletariado y de las clases populares, y de las mujeres en particular, a partir de sus preocupaciones más básicas, para recuperar el impulso transformador que siempre ha caracterizado a las mujeres de nuestra clase. Sin ellas, tal y como demuestra nuestra historia, no hay revolución posible.
¡Organizarse para luchar, organizarse para cambiar el mundo!
Secretariado del PCE (m-l)
Ocho de Marzo de 2018