A. Torrecilla
Decía el camarada Marx en su libro «El 18 Brumario de Luis Bonaparte» que la historia tiende a ocurrir dos veces, una vez como tragedia y otra como farsa, pero algunas farsas organizadas por la burguesía tienen la capacidad de repetirse como tales una y otra vez sin solución de continuidad. Solo así, como una farsa artificialmente creada y alimentada por las maniobras políticas de la burguesía, se entiende la patética representación que se vive estos días alrededor de la figura de Edmundo González Urrutia; el septuagenario ex embajador venezolano, desconocido hasta hace unos meses, que se ha visto catapultado hasta la posición de «presidente encargado» de Venezuela, siguiendo la estela de su predecesor, el malogrado Juan Guaidó.
Como Guaidó en su momento (allá por el año 2019), Urrutia recibe ahora el reconocimiento político de las potencias capitalistas occidentales (EEUU y la UE), mientras que Nicolás Maduro es respaldado por las potencias capitalistas orientales (Rusia y China), demostrando así que estamos en un nuevo escenario de la peligrosa «Paz Armada» en la que se ha instalado desde hace décadas el imperialismo mundial. Por tanto, para la burguesía, la cuestión democrática de fondo es lo de menos; no en vano, ninguno de los dos candidatos presidenciales, ni Urrutia ni Maduro, ha sido capaz de demostrar fehacientemente su victoria electoral. Pero no importa; cuando se trata de negocios, la burguesía se olvida de conceptos como la democracia o los valores humanitarios a los que suele apelar en sus cínicos discursos. Los ejemplos contemporáneos de Israel y de Ucrania, donde los «adalides de la libertad y la democracia» respaldan sin el menor titubeo a regímenes absolutamente reaccionarios, que violan todo tipo de convenciones y derechos fundamentales, son suficientemente claros.
En su lucha interna por ampliar y mejorar sus propios negocios, las grandes potencias imperialistas mueven ahora sus respectivos peones alrededor de Venezuela atraídas por los suculentos beneficios económicos que promete un país aún no explotado en todo su potencial capitalista.
Bastan algunos ejemplos para poner a la vista el cinismo y la hipocresía de los gobiernos occidentales al respecto: en el año 2019, como ya hemos dicho, EEUU, la UE y España (el gobierno progresista de coalición encabezado por Pedro Sánchez y Pablo Iglesias), reconocieron a Juan Guaidó como «presidente encargado» sin la más mínima prueba de su victoria electoral, en preparación de una escalada de inestabilidad que culminase con el derrocamiento de Nicolás Maduro y, en el mejor de los casos, un realineamiento del país hacia la influencia estadounidense. Sin embargo, la invasión rusa de Ucrania, en febrero de 2022 (a consecuencia de una política muy parecida, llevada a cabo durante décadas para sacar al país de la zona de influencia rusa), provocó un vuelco a la situación internacional debido a las sanciones que la Unión Europea y EEUU impusieron al gas y al petróleo rusos. En esa complicada situación, Venezuela volvió a ser un socio fiable y respetable al que comprar hidrocarburos baratos, el gobierno yanqui levantó el embargo que había impuesto a Venezuela, y desaparecieron como por arte de magia las menciones diarias a la «dictadura bolivariano-chavista» en la prensa «independiente» española. De Juan Guaidó ya no se acuerda nadie.
Ahora, con la guerra ucraniana estancada y con fuentes alternativas de abastecimiento petrolero (EEUU ha reestructurado su industria para recoger los beneficios de la situación, disparando sus exportaciones hacia Europa), toca recrudecer el ataque a Venezuela. Al menos, de cara a la galería, porque lo que no es tan conocido es que, al mismo tiempo que el Congreso de los Diputados situaba al Gobierno de España en una complicada posición diplomática al reconocer a Urrutia como presidente, los negocios entre empresas venezolanas y españolas están en un momento de esplendor. De hecho, las importaciones de petróleo venezolano hacia nuestro país se han multiplicado en los últimos meses, superando en septiembre el total de lo importado en todo el año 2023.
Esa es la verdadera cara (siempre oculta al público) de la burguesía de todos los países; aparente enfrentamiento radical, pero consenso y reparto de ganancias en privado.
Así, mientras en España la facción de la burguesía neoliberal-conservadora (PP, VOX, Junts, PNV…) apela a presuntos valores democráticos y morales (que ella misma no tiene), para desestabilizar el gobierno sostenido por la facción progresista-liberal (PSOE, SUMAR, ERC, Bildu…), y en Venezuela, los histriónicos discursos televisados de la oligarquía chavista claman contra el intervencionismo occidental, especialmente el español, de regusto colonial, off the record, la petrolera estatal venezolana, PDVSA, continúa despachando toneladas y toneladas de petróleo (bien pagado en divisas) hacia sus pérfidos enemigos imperialistas de Europa y EEUU gracias a sus filiales mixtas, compartidas con la española REPSOL y la estadounidense CHEVRON.
Ahí está la gallina de los huevos de oro que todas las potencias imperialistas quieren atraer a su corral. Mientras la inestabilidad política siga dominando el país; es decir, mientras ninguna de las facciones enfrentadas consiga hacerse con el control de la producción en exclusiva, y los empresarios que ya perciben su parte del pastel sigan compitiendo entre ellos, el enfrentamiento difícilmente pasará del campo dialéctico. El problema real llegará si una de las partes consigue cerrar el mercado a las otras; entonces, lo que hoy son discursos grandilocuentes y declaraciones simbólicas en los parlamentos y en las cadenas de televisión nacionales, podrían pasar a mayores, como hemos comprobado en el caso ucraniano. Entonces, la farsa se convierte en tragedia.
Y en esa tormenta de intereses burgueses contrapuestos, el proletariado y las clases populares de España y Venezuela, huérfanas de la organización y la consciencia de clase necesarias para presentar una alternativa propia, juegan hoy un triste papel subalterno, arrastradas en una u otra dirección según la facción de la burguesía a la que se sientan más cercanas.
Mientras el proletariado no sea capaz de clarificar sus propios objetivos de clase y presentarlos públicamente como una alternativa deseable ante la barbarie, la inestabilidad y la crisis permanente que ofrece la dictadura burguesa en todas sus variables, la clase trabajadora estará condenada a arrastrarse tras la burguesía, colaborando inconscientemente en su propia explotación y miseria.
Solo la educación, la formación y la conciencia de la clase trabajadora encabezada por el proletariado revolucionario pueden romper esas cadenas de sumisión ideológica que nos conducen directamente al enfrentamiento y la guerra entre pueblos, para beneficio de la oligarquía imperialista, y organizar la única guerra digna: la lucha de clases que culmine con la instauración de la dictadura del proletariado, el socialismo y el comunismo. De nosotros depende.