Santiago Baranga
A un mes de las inundaciones producidas por la dana del 29 de octubre, numerosas localidades valencianas, particularmente en la comarca de L’Horta Sud, siguen ofreciendo un paisaje de destrucción por las ruinas, el fango, los enseres y la chatarra acumulados. Sin embargo, a medida que se aborda la «reconstrucción», se va revelando el carácter múltiple de un desastre que va mucho más allá de la catástrofe natural: 48.000 viviendas dañadas (más de 2.100 inhabitables); al menos 16.000 niños y adolescentes sin escolarizar; un mínimo de 92 centros educativos afectados y sin respuestas claras por parte de la Conselleria (salvo las mentiras que han producido la muerte de otro trabajador); una treintena de centros de salud aún con problemas de funcionamiento; cerca de cien mil vehículos destruidos; infraestructuras de transporte y alcantarillado destrozadas; miles de trabajadores asalariados y autónomos privados de ingresos; pérdidas agrícolas de más de mil millones, y más de nueve mil en las empresas…
Aun así, y a pesar del acostumbrado ruido de la política burguesa –redoblado ahora para salvarse de la quema y, sobre todo, para oscurecer las responsabilidades del capital–, se va mostrando aquello que no resulta tan perceptible en el día a día de las clases populares, pero que en momentos de crisis se muestra en todo su esplendor… para quien lo quiera ver, porque la parte más adocenada de la población seguirá, como siempre, mirando el dedo de los ejecutores –“perrosanchez”–, mientras la realidad del capitalismo se muestra descarnada ante sus narices.
Un artículo anterior de la JCE (m-l) ya hizo referencia a algunos aspectos que han convertido un fenómeno como las danas, hasta cierto punto “normales” en el País Valenciano, en un desastre de proporciones dantescas: sobre todo, la explotación del territorio como mero valor de cambio y la degradación programada de los servicios públicos (ver Octubre, nº 178). En ese sentido, lo que estamos viendo estos días añade una nueva vuelta de tuerca a las depredadoras políticas del capitalismo. Porque ya no es solo que los políticos del régimen exijan a las confederaciones hidrográficas la rectificación de los mapas de zonas inundables por provocar «una parálisis de la actividad económica» (el consejero de Fomento e Infraestructuras de la Región de Murcia –PP– en marzo de 2022) o, como en el caso de Valencia, las culpen directamente de la magnitud del desastre; o que, durante casi veinte años, hayan hecho oídos sordos a la petición de infraestructuras que permitieran aliviar el caudal del barranco del Poyo, conocido por sus riadas periódicas, en caso de crecida. Es que además, a la hora de emprender la «reconstrucción», no se ha producido el más mínimo replanteamiento sobre la ordenación del territorio afectado, en lo que respecta a usos del suelo e infraestructuras; ni, por supuesto, se ha aminorado el caos y la ineficiencia en el uso de los recursos disponibles, como vienen denunciando los mismos bomberos valencianos. Muy al contrario, los trabajadores de la comarca asisten impotentes a un súbito y brutal incremento de los precios de la vivienda, en un área metropolitana ya fuertemente «tensionada» (como gustan decir los tecnócratas a este mecanismo de extracción de rentas del proletariado), mientras varios amigos del PP, corruptos convictos, y empresas vinculadas reciben una lluvia de millones a base de concesiones a dedo. Nada que las interminables mentiras de Mazón y los suyos no permitieran presagiar, y una lamentable guinda para el aluvión de muertes de obreros provocado por el retraso criminal de Mazón y sus compinches, para mayor caja de los Roig de toda laya: que no se pierda ni un minuto de plusvalía, cueste lo que cueste. Como siempre, el capital prospera sobre la sangre de la clase obrera y de los pueblos.
Tampoco sorprende la calculada intervención de toda la basura fascista en medio del desastre: ya se sabe que acuden como hienas a la que huelen el sufrimiento humano, con tal de sembrar su odio criminal en el campo abonado de la desesperación y la ira. Y así, si bien es dudoso que hayan movido algo de fango, sí es seguro que han arrojado toneladas de detritus a la vida de los pueblos de la comarca, promoviendo toda clase de bulos y anunciando sus actividades escuadristas en directo. Tienen bien aprendida la vieja lección del fascismo: a río revuelto, ganancia de pescadores. No podían faltar tampoco las loas a la dictadura franquista por haber «salvado Valencia», bien amplificadas por los medios “serios” a pesar de que el famoso Plan Sur (desvío del cauce del Turia, para sacarlo del centro de Valencia) costase en su momento el cargo a algunos franquistas locales, que viera su aprobación retrasada durante meses (hasta que los mandamases franquistas vieron el filón propagandístico) o que tuviera que ser pagado en buena medida por los valencianos a base de impuestos indirectos. Asuntos a los que hay que sumar los desalojos en la huerta, la dudosa capacidad del nuevo cauce, la inadecuada planificación del conjunto del territorio afectado por la obra y, lo más visible el pasado 29 de octubre, el efecto balsa que produjo en los barrios del sur de… Valencia.
Pero todo vale, al parecer, si se trata de reivindicar al «centinela de Occidente». Y así parecen haberlo entendido en el PP valenciano, cuando han tenido la brillante idea de nombrar vicepresidente a un exmilitar que pretende «reconstruir» sin hacer «política»: porque ya se sabe que las decisiones a la hora de distribuir los recursos no tienen nada que ver con esta, sino con «España». ¡Que se lo digan a los amiguetes que llevan repartidos ya 62 millones para «reconstruir»!
Ironías aparte, lo que hace el PP al sumarse al discurso contra «la política», al igual que el PSOE cuando elude tomar el control de la situación con un evidente oportunismo (¿seguro que las cosas podrían salir peor de lo que lo han hecho con los incompetentes de Mazón?) es seguir alimentando a la bestia fascista. El negacionismo de la política se da la mano, así, con la negación del cambio climático (ese que permite reírse de las previsiones de los científicos y eliminar medios y medidas, porque total para qué) y la de los crímenes del fascismo. Ruido, en definitiva, para proteger a los culpables –el capital y sus lacayos– y para sembrar la desesperanza y la incertidumbre en los que prospera el fascismo.
En esta ocasión, los fascistas han tenido la desfachatez de intentar apropiarse de un lema popular como “Solo el pueblo salva al pueblo”. Evidentemente, si obviamos el sinsentido oportunista –típico de esta chusma– de pretender identificarse con el pueblo, lo cierto es que la experiencia de la solidaridad popular ha sido una de las pocas experiencias positivas de esta catástrofe, y así ha sido unánimemente reconocido, salvo por especuladores y explotadores. Ha representado justo lo contrario, por cierto, de lo que vienen predicando las hienas nazifascistas. La solidaridad más allá de distinciones étnicas o de cualquier otro tipo, el trabajo colectivo, la defensa de lo público y el rechazo a la politiquería burguesa o a los zánganos borbónicos son banderas de progreso y transformación que deben seguir siendo levantadas por la izquierda. De lo contrario, el fascismo se las apropiará para deformarlas y transformarlas en políticas de odio y exterminio, como ya hizo en el siglo XX. Por eso, a los comunistas nos corresponde ayudar a desarrollar esa corriente de organización y de cooperación, por encima de las barreras y los enfrentamientos que la reacción pretende levantar entre los trabajadores y trabajadoras. Así es como nuestra clase podrá emprender el camino de su propia emancipación.