Alfonso Torrecilla
Recientemente, en el transcurso de los debates preparatorios para nuestro próximo Congreso, ha vuelto a surgir la cuestión de qué posición debe tener nuestra organización respecto a la cuestión LGTB. Por ello, parece conveniente volver a reflexionar, una vez más, sobre esto desde una perspectiva marxista-leninista.
En general, las opiniones de los comunistas contemporáneos al respecto se dividen entre quienes consideran que son más y mejores marxistas repitiendo consignas y análisis sobre el tema enunciados a principios del siglo pasado o finales del anterior, y quienes consideran la cuestión LGTB una prioridad absoluta para el movimiento revolucionario actual. Desgraciadamente ambas posiciones yerran en su acercamiento a la cuestión, pues olvidan fundamentos primordiales de nuestra ciencia social, el marxismo-leninismo.
La primera aproximación se limita a repetir la vieja definición de cualquier alternativa a la heterosexualidad como «un vicio burgués», que propició su persecución legal en el código penal soviético desde 1933 (y nunca revertida por los revisionistas modernos, cabe recordar). Pero quienes se aferran a esa definición como rasgo de «pureza» ideológica, niegan al mismo tiempo el principio fundamental del materialismo dialéctico, es decir, el hecho de que las ideas y pensamientos cambian, se transforman, a medida que cambian y se transforman las condiciones materiales que las inspiran. Atrincherarse en pleno siglo XXI en posiciones que ya a principios del siglo XX fueron discutidas por retrógradas (el propio camarada Lenin incluyó la despenalización de la homosexualidad como una medida revolucionaria más), lejos de ser una muestra de fidelidad comunista es una demostración de incomprensión y sectarismo.
Pero, además, los hechos y la historia han demostrado ya sobradamente que las diversas manifestaciones de la sexualidad no dependen del modo de producción vigente en cada época, sino de la propia naturaleza humana y, por tanto, vincular la diversidad sexual a la burguesía tiene el mismo fundamento materialista que su vinculación al pecado cristiano. Prueba de ello es que todos los intentos de eliminación de esta diversidad mediante la represión y la condena pública fracasaron sistemáticamente a lo largo de los siglos y bajo todo tipo de modos de producción.
En el otro extremo encontramos a quienes aspiran a hacer de la lucha LGTB una parte más de las tareas cotidianas del Partido Comunista, esgrimiendo la necesidad de combatir las amenazas y contradicciones que el capitalismo impone a esta minoría social, equiparándolo a la lucha de otros colectivos, y (de paso), haciendo de esta posición un reclamo publicitario en la competencia con el resto de organizaciones comunistas.
Quienes defienden este argumento se olvidan de que la superación de las contradicciones y amenazas que sufre el colectivo LGTB (como el resto de colectivos y grupos sociales discriminados), únicamente puede darse de una forma definitiva y real a través de la superación del propio régimen capitalista de producción y todas sus relaciones sociales, que son las que sostienen y fomentan, entre otros, los prejuicios de índole sexual. Por el contrario, mientras el modo de producción capitalista siga vigente, la lucha sectorial de cualquier grupo o colectivo solo puede alcanzar límites reformistas, orientados a suavizar los efectos más perniciosos de la dictadura burguesa y, por ello, a hacerla más aceptable. Estamos, pues, ante una posición «gremial», «tradeunionista» como las que el propio Lenin combatió férreamente desde sus primeros esfuerzos por organizar un movimiento comunista coordinado, unificado y centrado en las cuestiones de toda la clase trabajadora.
Esto no quiere decir, no obstante, que los comunistas nos desentendamos de las justas reivindicaciones del colectivo LGTB, como tampoco de las de otros grupos. Nuestro objetivo estratégico es alcanzar una sociedad plenamente igualitaria, donde no caben discriminaciones por razón de género, orientación sexual, etnia, etc. Por tanto, somos los principales interesados en que las luchas contra la discriminación en todas sus formas sigan vivas y mantengan la presión sobre las desigualdades más o menos escondidas en este régimen de injusticia legalizada. Por eso nos implicaremos en estas luchas tanto como nos sea posible; pero lo haremos como comunistas, no como simples activistas.
Para actuar como comunistas en el seno de los movimientos reivindicativos y en las luchas parciales (es decir, todas aquellas que no tienen carácter revolucionario en el sentido socioeconómico; comunista), debemos demostrar que los marxistas-leninistas son los más entregados y disciplinados, los más resolutivos y creativos a la hora de afrontar los problemas; pero también lo haremos sin perder de vista nuestro objetivo estratégico de educar al proletariado en la labor de organizarse a sí mismo como clase, de perder toda esperanza de solución de la mano del régimen capitalista y sus representantes políticos burgueses y pequeñoburgueses, sino tender todas sus esperanzas hacia la unidad de la clase trabajadora que, por sí misma y para sí misma, transforme radical y completamente la sociedad de la mano de la revolución y la dictadura del proletariado.
Solo de esta forma nuestra intervención en los grupos y movimientos reivindicativos puede ser productiva para ambas partes; como forma de avanzar hacia la solución verdadera de los problemas denunciados (es decir, hacia la revolución), y como forma de perfeccionar nuestra labor comunista como organizadores y educadores de las masas populares.
No se trata de que nuestra organización se coloque a la zaga del movimiento en cuestión expresando su «simpatía» hacia el colectivo para lucir una bandera identificativa, pues no cabe imaginar un movimiento comunista digno de tal nombre que no sienta simpatía por la plena igualdad de todos los trabajadores del mundo entre sí. Se trata de expresar nuestra simpatía de forma práctica (comunista), a través del esfuerzo de nuestros camaradas por educar al colectivo en la verdad revolucionaria; en la idea de que sus problemas y limitaciones actuales nunca podrán ser solucionadas dentro del mismo régimen que las ha creado, puesto que están inseparablemente unidas con la cuestión de clase, la única cuestión verdaderamente transversal a todos los desafíos sociales bajo la dictadura burguesa. Allí donde un colectivo de trabajadores se organice para defender sus intereses frente a los abusos, la injusticia o la discriminación engendrada por el capitalismo, allí deberá encontrarse un militante marxista-leninista aportando todo lo que esté en su mano para el avance, el crecimiento y el fortalecimiento de dicho colectivo. Esto no es ninguna política especial para nosotros, sino la más simple aplicación lógica de nuestra ideología. Pero nuestra ideología, precisamente, nos obliga a ir mucho más allá que la simple participación en las reivindicaciones espontáneas y «gremiales» de los colectivos; nos obliga a profundizar en las raíces del problema; a señalar la fuente común de todas las injusticias y desigualdades que sufren las clases populares, para que todos las vean y entiendan que es imposible solucionarlo sin organizar al mismo tiempo un movimiento mucho más amplio y más fuerte, orientado no ya contra una cuestión concreta, sino contra un modelo social y económico al completo. Esta es nuestra única y verdadera diferencia, como marxistas-leninistas, respecto al resto de grupúsculos denominados comunistas y esta es nuestra posición consecuente en la cuestión LGTB.