Comité Ejecutivo del PCE (m-l)
La crisis estructural del capitalismo ya no es una tesis exclusivamente anticapitalista. En el año 2008 Nicolás Sarkozy, entre otros, enfrentado brutalmente a esa debilidad estructural, planteó la necesidad de su «refundación» ante las primeras sacudidas de la mayor crisis conocida hasta aquella fecha. Sin embargo, en cuanto el capital se aseguró de descargar las consecuencias sobre el proletariado, aquellas promesas fueron olvidadas y el sistema siguió como antes: apenas una década después, estamos inmersos en una crisis de mayor calado que la anterior (precisamente por no haberse resuelto aquella), precipitada y ampliada por una inesperada pandemia mundial.
Esta situación ha generado las condiciones perfectas para que la Unión Europea alcance un acuerdo, calificado como «histórico» por la propaganda burguesa, aunque en realidad no hace más que apuntalar el capitalismo europeo para garantizar su supervivencia en tiempos de crisis.
Según se han apresurado a anunciar todos los medios de comunicación, la UE va a movilizar 750.000 millones de euros en concepto de ayudas a la “reconstrucción” económica para los países afectados por la epidemia de COVID19 y sus maltrechas economías. De estos millones, 360.000 tomarán la forma de préstamos condicionados, tal y como planteaba un grupo de estados encabezados por Holanda, mientras que otros 390.000 millones se entregarán sin contraprestación alguna por parte de los estados receptores.
Para España, donde todos los grupos parlamentarios sin excepción han celebrado el acuerdo alcanzado, el reparto se traduce en 140.000 millones divididos en 72.700 millones directos y 67.300 millones como capital condicionado a reformas económicas y estructurales. Como dato comparativo, baste recordar que el rescate aprobado para España en 2012 fue de “solo” 100.000 millones, de los cuales finalmente hubo que compensar 41.300 millones a base de recortes y adaptaciones legislativas. Esta vez nos tocará compensar 26.000 millones de euros más que entonces.
Nadie ha mencionado la palabra rescate para referirse a esta compleja maniobra económica; sin embargo, es inevitable encontrar similitudes entre estas ayudas para la «reconstrucción» y los temidos “rescates” de Grecia, Italia e Irlanda durante la crisis precedente. Como entonces, los presupuestos de cada gobierno quedan ahora supeditados a la vigilancia europea, que tendrá que dar su visto bueno por mayoría cualificada (al menos quince Estados miembros que representen el 65% de toda la población de la UE), la cual podrá paralizar hasta tres meses la entrega de las partidas económicas (condicionadas o no), en tanto se analiza la situación de «desviaciones graves del cumplimiento satisfactorio de los plazos y los objetivos», tras la denuncia de al menos un estado miembro.
Este enorme desembolso europeo se compensará, además de con las citadas medidas estructurales por parte de los estados, a través del recorte en partidas económicas de las que España ha sido importante receptora, como las ayudas a la agricultura (la PAC) y los fondos de cohesión, además de crearse nuevos impuestos directamente europeos y bonos de deuda común por primera vez en nuestra historia.
Por último, pero no menos importante, debemos tener en cuenta dos factores que muestran el camino emprendido por la UE con este acuerdo: la obligatoriedad de realizar importantes inversiones en sectores emergentes en el “nuevo” capitalismo (energías renovables y digitalización industrial), con el fin de mantener la acumulación de capital, asentándola sobre (relativamente) nuevas bases, y la cláusula que, por primera vez en la historia de la UE, supedita la entrega de las ayudas económicas al «respeto al estado de derecho»; lo cual, hablando de una Unión Europea que no ha tenido empacho en equiparar el comunismo con el nazismo, y viendo la satisfacción de los ultrarreaccionarios gobiernos de Polonia y Hungría con el acuerdo, no da pie a hacerse ilusiones respecto al afán democrático de la UE.
En definitiva, lo que pretende este «acuerdo histórico», al igual que en 2008, es solventar la crisis del capitalismo asegurando los intereses del capital, cargando las consecuencias sobre las espaldas de la mayoría trabajadora y cercenando aún más la soberanía nacional frente a los dictados neoliberales de Bruselas. Lo que representa la tan cacareada «reconstrucción», pues, no es más que el intento de las burguesías europeas de tomar la iniciativa con una cierta unidad interna, en un momento en el que la hegemonía estadounidense parece declinar, para acudir en la mejor situación posible a la pelea global por los mercados y los recursos,
Ese es el yugo que supone, para el proletariado y los pueblos, la pertenencia a la Europa del Capital y la Guerra.