Por Javier P. Galindo
El economicismo o tradeunionismo fue una corriente dentro del marxismo teórico de finales del siglo XIX y principios del XX, cuando aún la revolución socialista parecía una utopía irrealizable, que se basaba en orientar el activismo hacia las condiciones económicas de la clase obrera. Así, sus principales luchas se dirigían al nivel de sueldos, jornadas de trabajo, condiciones laborales y de vida… Aquella corriente fue rápidamente atajada por Lenin, entre otros, reorientando la militancia hacia posiciones revolucionarias que incluían las condiciones materiales, pero las vinculaban a la conquista del estado por la clase trabajadora.
Tras la Revolución Socialista el tradeunionismo quedó como tarea exclusivamente sindical, totalmente separada del trabajo de los partidos políticos, durante todo el siglo XX. Sin embargo, la degradación del sindicalismo, el abandono de posiciones revolucionarias en el campo de la izquierda, y la desaparición de referentes históricos ha logrado retrotraer la actualidad política hasta las viejas trincheras del tradeunionismo a través de las nuevas olas que agitan el activismo político del siglo XXI.
Una de las principales características de la llamada “nueva política” es su innegable vinculación a la situación económica que la puso en marcha. La gran crisis del 2008 vino a derribar todos los avances que la clase obrera había venido construyendo trabajosamente en base a la etapa especulativa previa, al tiempo que los partidos políticos tradicionales perdían gran parte de su credibilidad al ser incapaces de detener el derrumbe económico. Con estos ingredientes, quienes deseaban crear alternativas políticas nuevas difícilmente podían resistirse a hacer de las reivindicaciones económicas su banderín de enganche, repitiendo los vicios contra los que Lenin ya combatía a principios del siglo pasado, cuando el marxismo aún se definía como socialdemocracia.
“La socialdemocracia dirige la lucha de la clase obrera no sólo para conseguir ventajosas condiciones de venta de la fuerza de trabajo, sino para destruir el régimen social que obliga a los desposeídos a venderse a los ricos. La socialdemocracia representa a la clase obrera en sus relaciones no sólo con un grupo determinado de patronos, sino con todas las clases de la sociedad contemporánea, con el Estado como fuerza política organizada. Se comprende, por tanto, que, lejos de poder limitarse a la lucha económica, los socialdemócratas no pueden ni admitir que la organización de denuncias económicas constituya su actividad predominante. Debemos emprender una intensa labor de educación política de la clase obrera, de desarrollo de su conciencia política”
Lenin. ¿Qué hacer? (1902)
Los partidarios del “economicismo” defendían entonces una agitación social basada en las condiciones económicas de los trabajadores, orientada a la mejoría paulatina de estas condiciones a través de huelgas y movilizaciones, mientras que Lenin y otros defendían una agitación política orientada a crear la conciencia de clase capaz de revolver a los trabajadores contra las condiciones impuestas por el capitalismo, hasta destruirlas y sustituirlas por otras creadas por los propios trabajadores para sí mismos.
Curiosamente a día de hoy las reivindicaciones enarboladas por muchos activistas de la izquierda “transformadora” (más o menos institucional) se centran en esa lucha por conseguir “ventajosas condiciones de venta de la fuerza de trabajo” tales como salarios elevados, jornadas laborales cómodas, bajadas de impuestos, y toda una serie de medidas más propias de reclamaciones sindicales que políticas. Todo ello sin un cuestionamiento general del régimen económico en su conjunto. Esto no es más que el viejo tradeunionismo reverdecido al amparo de la desorientación política generalizada.
La parcialización de la lucha contra la explotación, seccionada en diferentes tipos de pobrezas según el recurso básico al que los trabajadores deben renunciar para sobrevivir, o la reclamación de la llamada Renta Básica, sin cuestionar en ninguno de los casos el origen del problema, limitándose únicamente a una reclamación económica orientada a una suavización de las desigualdades inherentes al sistema capitalista, son actualmente algunas de las grandes banderas del activismo político progresista. La moderación de las salvajes contradicciones del capitalismo no conduce al aprendizaje del proletariado en la escuela revolucionaria, sino al perfeccionamiento de la estructura capitalista para su mejor funcionamiento.
A este respecto, el mismo documento de Lenin dice lo siguiente:
“En realidad, se puede «elevar la actividad de la masa obrera» únicamente a condición de que no nos limitemos a hacer «agitación política sobre el terreno económico». Y una de las condiciones esenciales para esa extensión indispensable de la agitación política consiste en organizar denuncias políticas omnímodas.”
Qué hacer (1903)
Generalizar las denuncias, tomar parte activa en ellas aunque no sean prioritarias para nuestra vida cotidiana, comprender que todas las desigualdades que encontramos emanan del mismo punto, es la receta que Lenin daba a principios del siglo pasado para crear una conciencia de clase sin fronteras.
Lamentablemente, lo que en 1903 era un tema de debate interno para los marxistas y que a lo largo del siglo XX fue ampliamente superado, a principios del siglo XXI parece haber regresado con fuerza no ya como debate académico, sino como práctica única de la política izquierdista en el contexto de un repunte del capitalismo más salvaje, precisamente cuando las condiciones materiales del proletariado podrían facilitar su incorporación a la lucha revolucionaria.
La labor de quienes honradamente nos consideramos herederos de los revolucionarios del siglo XX pasa por retomar sus lecciones plantando batalla paciente pero implacablemente a quienes se refugian en la comodidad del tradeunionismo del siglo XXI, tan desastroso y traicionero como el que le precedió.
Un siglo de victorias nos aguarda si lo logramos.