por P. Recife
Las tecnologías 2.0 se han puesto de moda en nuestro país a raíz de la aparición de los partidos ciudadanistas. A partir de la propaganda dada a la utilización de éstas hemos empezado a descubrir que existen “community managers”, “records manager” y otros. Pero ¿ qué es toda esta jerga?
Los términos Web 2.0 o Web Social, se refieren a aquéllas que permite realizar trabajo colaborativo entre varios usuarios o colaboradores utilizando esas tecnologías. No suplen ni son una actualización de la Worl Wide Web como cabría pensar, si no que se refiere a cambios acumulativos en la forma en la que desarrolladores de software y usuarios finales utilizan la Web.
Ejemplos de la Web 2.0 son las comunidades web (de las que se encargan los community managers), , los servicios web (conjunto de protocolos y estándares que sirven para intercambiar datos entre aplicaciones) , las aplicaciones Web (herramientas que los usuarios pueden utilizar accediendo a un servidor web, p.e. las que utilizan lenguajes como PHP, Javascript, Python, VisualBasic…), los servicios de red social (medio de comunicación social que se centra en establecer un contacto con otras personas por medio de Internet, p.e. Facebook, Twitter, Google+, Linkedin, Instagram… ), los servicios de alojamiento de videos, las wikis, blogs, mashups (p.e. Google Maps) y folcsonomías (indexación social, la clasificación colaborativa por medio de etiquetas simples en un espacio de nombres llano, sin jerarquías ni relaciones de parentesco predeterminadas).
En principio esta tecnología nacía, como internet, con el fin de ampliar la participación, la colaboración y compartir los conocimientos e información de manera más eficaz e inmediata, pero rápidamente el capitalismo la ha transformado básicamente en herramientas que les sirvan para sus intereses: publicidad intensiva, manipulación de la opinión pública, recopilación de datos masiva para futuras estrategias económicas y políticas, desvirtuar las redes sociales en meros titulares sin contenidos. (Un claro ejemplo de lo que decimos es el auge que las empresas y grandes medios han tomado en esas redes sociales y el fracaso y la escasa o nula implementación de esas tecnologías en escuelas e institutos dónde más eficaces serían y falta hacen).
Sin embargo, desde que nos venden los populistas y ciudadanistas la “amplia participación”, “elecciones primarias”, “transversalidad”, “desarrollar la democracia directa digital” han puesto en manos de su militancia y las masas, esos canales y herramientas de participación que, dicen, permiten esos objetivos de “formas más democráticas”. La Unión Europea del capital que no de los pueblos, la misma que hace, previo pago multimillonario, de Turquía la barrera que frene a los cientos de miles de refugiados que huyen de la guerra, en marzo de 2011 ya decía en su web: “La baja participación en las pasadas elecciones europeas pone de relieve la importancia de buscar formas de incentivar al voto e implicar en mayor medida a los ciudadanos europeos en la construcción de la UE. Una posibilidad sería el voto a través de internet, que podría ser especialmente útil para los votantes más jóvenes, ofreciéndoles la posibilidad de votar desde casa después de ver un vídeo en Youtube o de conectarse a Facebook” . La negrita es nuestra: la intencionalidad de buscar nuevas vías para seguir controlando sin desafecciones graves son evidentes.
No es algo nuevo. Las urnas electrónicas ya se comenzaron a utilizar en los años 60 del siglo pasado. En España las primeras experiencias piloto se realizaron en Cataluña y Euskadi en 1995 y 98 respectivamente en los que se registraron numerosos problemas. Con la llegada de internet en los años 80 parecía que esto iba a cambiar pero la realidad es que el voto electrónico hoy solo está implementado en Brasil, EEUU,Venezuela, Bélgica, Estonia, Filipinas e India y solo 19 países lo tienen desde hace mas de dos décadas con implementación parcial o en estudio2.
Desde 2001, en la localidad granadina de Jun, dónde todos los habitantes están conectados a internet, se ha trabajado en un modelo de participación ciudadana digital que llamaron Teledemocracia Activa. En las elecciones Generales del 14 de marzo de 2004 llevaron a cabo su primera experiencia de voto online no vinculante en colaboración con Indra, un método a través del cuál participó solo un 34% del censo (en las últimas elecciones generales, el voto con la papeleta de siempre en Jun, ha sido del 73,93%, superando la media de participación del estado). Sus dos grandes preocupaciones eran ya entonces mantener el secreto de elección y, al mismo tiempo, evitar cualquier fraude posible en el número de electores. Para solventarlo se decidió el uso de una firma electrónica o certificado digital, una pequeña llave USB emitida por la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre que se debía solicitar online y recoger previamente en el Ayuntamiento acreditando la identidad. Requería además como mínimo instalar Java en los ordenadores de entonces. En la Unión Europea, el principal ejemplo de voto online lo constituye Estonia, donde ya en 2005 se introdujo este sistema para las elecciones al Parlamento, para volver a utilizarse después en los comicios europeos con no poca oposición. Para validar un voto a través de internet, era necesario disponer de una tarjeta de firma electrónica y dos códigos PIN. En Argentina, EEUU, Brasil y México las denuncias de manipulación y opacidad del voto electrónico han dejado en evidencia la desconfianza del electorado con denuncias masivas, además de la opinión en contra de expertos y juristas, hacia una tecnología con graves deficiencias técnicas y jurídicas.
“La tecnología no es el mecanismo que parece atraer más a los ciudadanos a las urnas, sino las ofertas partidarias o lo disputado de una elección”, declaró a El Economista de México el director del Centro de Asesoría y Promoción Electoral, Joseph Thompson. Y lleva razón.
La brecha digital entre la población (de la que no hablan los ciudadanistas y, sin embargo, nuestro país es el que más atrasado está de Europa en su desarrollo1), incluídos los países mas desarrollados, es notoria. En primer lugar, un amplio espectro de las clases populares no tiene acceso a las nuevas tecnologías (en España , según un estudio del 2015: “7,5 millones de ciudadanos nunca han entrado en Internet y 4,1 millones de viviendas en España no disponen de acceso a la Red”). Las prioridades de esos ciudadanos son otras: poder comer, vestir, vivienda, luz, agua, escuela para sus hijos. Pero también es cierto que estas tecnologías no llegan a muchos rincones del país por falta de infraestructuras. Esta realidad ya deja fuera de ese sistema a varios millones de personas en nuestro país, no digamos en el mundo. Y, muchos que sí tienen acceso a esas tecnologías, tienen un amplio desconocimiento del uso de las mismas cuando no un claro rechazo. Segundo, esta tecnología no garantiza los principios básicos del sufragio como que sea libre y secreto y además no es auditable por todos los ciudadanos (algunas primarias y votos realizados por partidos ciudadanistas con estos métodos en España fueron cuestionados y acusados de pucherazos). Tercero, no hay sistema que no haya sido vulnerado en estos temas, son ejemplo países como Holanda (que fue en 1965 pionera en la implantación del voto electrónico), Alemania, Irlanda, Finlandia y Reino Unido que han prohibido o desistido de utilizar esta tecnología por este tipo de fallos. Cuarto, se le atribuyen ventajas innumerables NO demostradas: rapidez, transparencia, eficiencia, y la supuesta capacidad para revertir viejos vicios y defectos del sistema tradicional de votación.
El problema de fondo es un problema social; no es una cuestión de tecnologías, es lucha de clases. Seguimos necesitando resolver antes muchos problemas sociales, culturales, educativos, que la monarquía y quienes gobiernan ni quieren ni lo pretenden. La tecnología es una herramienta que debe estar a nuestro servicio, al servicio de las capas populares, siempre que previamente tengamos resueltos esos problemas estructurales y, hoy por hoy, con el régimen monárquico no se van resolver.
No es que nos opongamos a los avances sino que exigimos la inclusión social de todos en las nuevas tecnologías. Si no es así, no se estará desarrollando ninguna democracia directa digital y esas tecnologías solo serán un juego y un engaño a favor de intereses espurios.
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1. España, a la cola de Europa en hogares con acceso a Internet, según el estudio «La brecha digital en España» http://www.abc.es/tecnologia/redes/20150722/abci-brecha-digital-espana-201507221733.html
2. Otro aspecto a tener en cuenta es como tiburones de las finanzas y tecnología como Paul Allen, cofundador de la nefasta Microsoft, invierten en estas tecnologías (Leer más: Elecciones europeas: Un puñado de técnicos controla desde Barcelona el voto online de todo el mundo. Noticias de Empresas http://goo.gl/aECyHi), sus intereses, además de económicos, son políticos.