Por P. Recife | Octubre nº 89
«Antes, toda la inteligencia humana, todo su genio creaba únicamente para dar a unos todos los bienes de la técnica y la cultura, mientras privaba a los otros de lo más necesario: de la educación y el desarrollo». (V.I. Lenin, Discurso de clausura del III Congreso Panruso de los Soviets, 31 de enero de 1918).
En el anterior artículo comenzamos diciendo que “que el desarrollo de las nuevas tecnologías y la irrupción de Internet desde la mitad del siglo pasado han modificado nuestras relaciones, comportamientos y actividad cotidiana”. Pero internet, las redes sociales y las nuevas tecnologías no han sido las únicas que han modificado nuestra forma de comunicación ni las únicas que nos sirven como herramienta revolucionaria.
Desde los comienzos del partido en el año 1964, cuando rompimos con la cúpula revisionista del PCE con S. Carrillo a la cabeza, no había célula u organización del mismo que no tuviera una vietnamita, una “máquina” multicopista algo más elaborada que la que utilizaron los vietminh, y aunque bastante rudimentaria –bastidor abatible, tela para entintar y colocar el cliché, plataforma para el papel y rodillo- se utilizó profusamente para imprimir octavillas de difusión y propaganda, revistas y hasta el periódico.
No era preciso que el partido diera la directriz, todos los militantes eran conscientes de que la propaganda era necesaria y la reproducción de comunicados, la edición de algunos artículos del periódico central, incluso carteles y pegatinas convocando a tal o cual movilización, eran abundantemente distribuidas en fábricas, barrios, medios de transporte y otros pese a la represión y la clandestinidad. Era nuestro “aparato de propaganda” no centralizado. Después se utilizaron las multicopistas, que permitían una mejor calidad de impresión y mayor capacidad de respuesta hasta llegar a la composición profesional para imprenta, montando las maquetas con letras transferibles, fotolitos, etc., lo que permitió crear documentos en color.
Hoy en día, y tras la introducción de la informática doméstica, no hay camarada que no tenga un computador –más o menos potente–; software para composición –desde un bloc de notas, procesador de texto simple a cualquier autoeditor profesional-; una impresora –en color o blanco y negro, de inyección o láser- y una cámara de fotos –desde un teléfono móvil hasta cualquier tipo de cámara, sea ésta compacta, DSLR o Bridge-. Este solo hecho hace de cada camarada un emisor y centro de difusión y transmisión de nuestra propaganda. Un aparato de propaganda en sí mismo. Si le sumamos la facilidad para componer nuestros contenidos y después reproducirlos en una copistería o imprenta, las posibilidades se nos hacen infinitas y la capacidad de respuesta ante un hecho determinado, inmediata.
«El camino que conduce a la ciencia y el saber no es fácil, pero sólo quien no teme el cansancio, que supone la cuesta arriba del estudio, alcanzará las altas y luminosas cumbres del saber» (C. Marx, citado por E. Ódena en el nº 18 de Vanguardia Obrera, noviembre de 1966).
Los conocimientos para poder realizar esta tarea son muy simples. No requiere experiencia pero sí actitud para aprender. Son muchas las ayudas que podemos encontrar en Internet y no son pocos los camaradas dispuestos a mejorar nuestra capacidad en esta tarea. En cualquier caso, para empezar, cualquiera sabe escribir un texto en un programa adecuado, sabe insertar una imagen o logotipo en ese texto y sabe imprimirlo. El primer paso ya está dado; ya podemos comenzar a cumplir con nuestro objetivo de agitación y propaganda; no hay excusa. Ya somos un “aparato de propaganda”, sin acudir a una copistería o imprenta. De este modo, nuestra agilidad y capacidad de respuesta es casi inmediata. Podemos hacer llegar cientos de octavillas, hacer decenas de carteles o pegatinas en unos pocos minutos y repartirlas, colocarlos o pegarlas con una inmediatez que nunca antes tuvimos. Si además, varios camaradas reproducen lo mismo –basta con que uno lo maquete y lo comparta con el resto de su organización vía pincho, email o nube-, harán que la respuesta sea aun más rápida y eficaz, además de compartir los costes, que no están nuestras economías para tirar cohetes.
Mejorar nuestra formación en composición, en maquetación, es cuestión de dedicarle unos pocos minutos todos los días en elevar nuestros conocimientos, en interesarnos en ser más eficaces en nuestras tareas revolucionarias; y esta de la agitación y propaganda es de las más importantes.
Pensar que solo las redes e internet hoy día son suficientes para llegar a la clase obrera, a las fábricas, a nuestros barrios es un craso error. Son un medio muy importante pero no debe ser ni el único ni exclusivo, ni es el más importante; es un complemento más a las tareas en la calle, que es donde se hace la revolución. El capitalismo no tiene problemas: controla los grandes medios de difusión y propaganda (televisiones, periódicos y revistas digitales y en papel, radios, etc.); pero las fuerzas revolucionarias, sin acceso a esos grandes medios, debemos utilizar todas las vías a nuestro alcance, como hacíamos hace cincuenta años pero con la tecnología y avances de hoy, para hacer llegar nuestra voz. No utilizarlos, menospreciar la capacidad de agitación de nuestra propaganda en la calle es poner palos en las ruedas de nuestro avance revolucionario.
Por ello tenemos que ser conscientes de que allí donde estemos es una obligación perentoria e inexcusable comenzar a utilizar de forma periódica, inmediata, los medios informáticos domésticos de los que disponemos cada uno para esta tarea. Tenemos que estar en la calle con nuestra propaganda, hacerla llegar a miles de personas. La calle tiene la ventaja sobre las redes e internet que nos permite el contacto físico con la realidad, con nuestros compañeros de trabajo, con las fábricas, con nuestro barrio. Y sobre todo, nos hace visibles, estamos ahí, hacer llegar nuestros análisis y consignas a las masas, nos permite entrar donde no estamos y abre las puertas de la organización a quienes están buscando a su Partido.