por J.P. Galindo
Como bien sabemos quienes mantenemos en alto la bandera roja del socialismo, la situación política a la izquierda de la socialdemocracia vive una crisis permanente de la que parece difícil distinguir un final a la vista, lo que se traduce (y se fundamenta a la vez) en una situación agónica para la clase obrera de nuestro país, desarmada y desorganizada a falta de un destacamento de vanguardia que la dirija en la lucha de clases que continúa (y se recrudece) a pesar de que una de las partes haya dejado de combatir momentáneamente.
Este panorama es en el que los y las comunistas de España debemos trabajar sin demora pues, si siempre ha sido importante realizar nuestra tarea histórica de organización en estos momentos ya es urgente, con las fuerzas del capital trabajando a pleno rendimiento para cerrar las cadenas de la esclavitud del siglo XXI con la colaboración necesaria de buena parte del propio proletariado.
Es cierto que nuestras fuerzas son limitadas e incluso débiles en comparación con los recursos disponibles de los partidos del régimen (se nombren como se nombren y se pongan el color que se pongan) pero esta circunstancia temporal no puede ser la excusa con la que rehusar nuestras tareas pendientes: la revolución nunca ha sido organizada por una mayoría, sino por la minoría más consciente y militante, capaz de animar y guiar a las más amplias capas sociales hacia la liberación colectiva.
Es por esto que urge ponerse en marcha inmediatamente hacia la construcción de un movimiento amplio pero concreto, valiente pero no aventurero; dispuesto a ejercer su responsabilidad de vanguardia sin miedo al fracaso y sin caer en la imitación de fórmulas que no conducen sino a la repetición de errores o vicios ya conocidos.
Quienes no hemos bajado nuestras banderas a pesar de las dificultades debemos hacernos ver sin disfraces allí donde estamos; en nuestros barrios, en nuestros pueblos, en nuestros centros de estudio y de trabajo, para servir de apoyo y de guía a la lucha de clases allí donde surge en sus distintas y difuminadas formas actuales (luchas vecinales, antirracistas, feministas, estudiantiles, ecologistas…) pero también para sacar a la luz las contradicciones de este sistema allí donde aún no han producido movilización popular, alentándola y creando núcleos de debate y crítica de la realidad actual.
Por desgracia estas tareas pendientes llegan, muchas veces, también al interior de nuestras organizaciones y debemos asumirlas cuanto antes y desterrar actitudes ya conocidas de acomodamiento, de tibieza e incluso de cobardía frente a la labor fundamental del destacamento de vanguardia del proletariado: debemos depurar estos vicios como tarea inmediata mediante la sana crítica y autocrítica de nuestros propios actos y actitudes en el seno de nuestras organizaciones, asumir los riesgos que nuestra responsabilidad como proletariado consciente y organizado nos impone, y empujar la maquinaria política hasta ponerla a pleno rendimiento.
Nada ocurre sin una causa previa y la dramática situación de la clase obrera está relacionada con la preocupante situación de las organizaciones revolucionarias, vinculada a su vez con la oxidación interna y ausencia de vigor de nuestras propias herramientas de trabajo político. Antes de revolucionar la sociedad debemos revolucionar nuestros frentes de lucha; sindical, político, estudiantil, etc…
El estudio de nuestros clásicos, el análisis de la actualidad, la teorización y el trabajo científico de llevar nuestras ideas a la práctica desde mil frentes distintos, aprendiendo de nuestros errores y de nuestros aciertos es el único camino capaz de enderezar nuestra crisis permanente.
Tenemos las armas teóricas necesarias para la victoria, tenemos la voluntad de vencer y tenemos la obligación de hacerlo. De lo contrario no seríamos comunistas.