Secretariado del Comité Central del PCE (m-l)
¿Qué calma cabe esperar de millones de ciudadanos de segunda, sometidos a la más cruel e inmisericorde explotación por parte del capital más voraz, sujetos a la mano de hierro de un Estado que habla y habla de democracia y derechos humanos pero no duda en recurrir a la violencia más brutal?
Estados Unidos estalla. Y no es solo por el asesinato de George Floyd a manos de un policía, uno más de una larga lista de crímenes, la mayoría impunes, contra ciudadanos negros a manos de elementos fascistas y racistas de la policía de ese país. Este crimen ha sido el detonante del estallido de las contradicciones acumuladas, a lo largo de muchos años, en la hasta ahora primera potencia imperialista.
La desigualdad social y la extrema explotación de los trabajadores crecen sin parar en ese país. Solo entre febrero y abril de este año, el porcentaje de parados sobre la población activa ha pasado del 3,5% al 14,7%
A lo largo de la hibernación económica provocada por la pandemia, 40 millones de trabajadores han pedido la prestación del paro en Estados Unidos en solo diez semanas, lo que elevará el número de personas sin cobertura sanitaria a cifras intolerables. Todo ello en un país donde, según la ONG Public Citizen, antes de declararse la pandemia ya había 29 millones de personas sin seguro médico y 58 millones de ciudadanos con una póliza de coberturas escasas y altos copagos.
La pandemia también tiene un sesgo de clase: el mayor número de contagiados y fallecidos por COVID-19 se da en los barrios populares, entre los trabajadores, lo que ha llevado a la extrema derecha fascista a justificar las descomunales cifras de contagiados y fallecidos en los “vicios alimenticios” de las clases populares.
EEUU estalla. Decenas, centenares de miles de manifestantes se han lanzado a las calles en varias de sus principales ciudades, atacando todos los símbolos del poder imperialista: la sede de CNN -uno de los principales “creadores de opinión” del imperio yanqui-, supermercados, comisarías y coches de policía, etc.
La rabia del pueblo sujeto a la bota de hierro del capital imperialista ha desbordado las formas “democráticas” del imperialismo, que sabe perfectamente cuáles son los verdaderos instrumentos del poder. Por eso, también allí, como en el resto del mundo, la burguesía progre y “biempensante” y sus representantes políticos se muestran alarmados y preocupados por esta explosión, y llaman al proletariado a la calma. Desde el expresidente Obama hasta la hija de Martin Luther King, Bernice King, quien afirmaba que «lo que veo en las calles de Atlanta no es Atlanta. Esto no es una protesta. Esto no está en el espíritu de Martin Luther King», junto a muchos representantes del Partido Demócrata y no pocos intelectuales y artistas “comprometidos”, claman por que la paz vuelva a las calles.
Poco cabe esperar de los altruistas burgueses, que lloran por el calamitoso estado de la mayoría social pero aceptan y defienden sin rechistar el modelo que sustenta esa situación y que ellos defienden desde las instituciones. Sirvan como ejemplo de esta cínica burguesía las declaraciones de la senadora Amy Klobuchar, quien hasta hace un par de meses se postulaba como posible candidata demócrata de cara a las elecciones presidenciales de noviembre, y se apresuró, al empezar las movilizaciones, a reclamar calma y unidad de esta forma: «No podemos avanzar cuando la gente está quemando nuestra ciudad, quemando nuestro estado…».
Pero ¿qué calma cabe esperar de millones de ciudadanos de segunda, sometidos a la más cruel e inmisericorde explotación por parte del capital más voraz, sujetos a la mano de hierro de un Estado que habla y habla de democracia y derechos humanos pero no duda en movilizar a la Guardia Nacional, un cuerpo militarizado, y en recurrir a la violencia más brutal para reprimir a cientos de miles de personas a las que se les niega los más elementales derechos? ¿Qué calma cabe en un país cuyo presidente, Donald Trump, es un auténtico patán, un payaso patético que responde con amenazas a la protesta popular y exige a gobernadores y alcaldes que apliquen sin contemplaciones mano dura ante las protestas, ofreciendo el ejército para sofocarlas; un verdadero matón fascista que aseguraba que, de haber entrado en los terrenos de la Casa Blanca, los manifestantes hubieran sido recibidos «con los perros más viciosos y las armas más siniestras que he visto»?
No es la primera vez que esto ocurre. En mayo de 1992, por ejemplo, estallaba también la lucha social, detonada por otro caso de racismo policial. Las contradicciones en la entonces indubitada primera potencia mundial también estallaron bruscamente y el Estado ahogó las protestas a sangre y fuego, movilizando a la Guardia Nacional, que tomó literalmente la ciudad de Los Ángeles, epicentro de las protestas, para imponer la “paz del imperialismo”. Medio centenar de muertos y centenares de heridos fueron el saldo trágico de aquellas jornadas.
La situación no es ni mucho menos la misma que entonces. Hoy, la pelea interimperialista se encona, el capitalismo afronta una crisis general que está poniendo a prueba los resortes de todos los Estados capitalistas, hoy la hostilidad del imperialismo crece al paso que avanza su crisis.
La clase obrera y las clases populares de EEUU están mostrando al mundo la grandeza y al tiempo la debilidad de su lucha, que es también la nuestra, la de todos los trabajadores sujetos al yugo de la explotación capitalista. A pesar de las amenazas y del incremento de la represión hasta niveles verdaderamente brutales, miles, cientos de miles de personas salen a la calle a gritar lo que se ha transformado en algo más que una consigna, una proclama, un grito de guerra que une a los explotados: «no puedo respirar». Es todo un alegato de decenas de millones de trabajadores que sufren en sus vidas la injusticia de un régimen basado en la explotación inmisericorde de las personas.
Pero, por otro lado, esta lucha demuestra también una debilidad común: la falta de organización, que dificulta el establecer objetivos políticos comunes y puede terminar por transformar las movilizaciones en un desahogo de la rabia acumulada. Por eso, el papel de los comunistas va a ser cada vez más decisivo.
¡CONTRA EL IMPERIALISMO, SOLIDARIDAD CON LA MOVILIZACIÓN POPULAR EN EEUU!
¡VIVA LA LUCHA DE LOS TRABAJADORES DE EEUU POR SUS DERECHOS!