Por Agustín Bagauda
En Vistalegre I decían querer “asaltar los cielos”. En Vistalegre II, pasando por diciembre de 2015 y junio de 2016, lo que quieren asaltar son los sillones parlamentarios y ministeriales.
Hemos asistido en los meses previos a esta su II Asamblea Ciudadana a toda una serie de ataques y contraataques entre sus principales dirigentes, que se iniciaron en las redes sociales (jugando como niños con los tuits) y saltaron a la televisión, y que han llevado a algunos medios de comunicación a aventurar la posibilidad de fractura del partido.
Nacho Álvarez y C. Bescansa han presentado una iniciativa para que la asamblea “no aboque a un choque de trenes, innecesariamente desgarrador, sin que esto signifique fundar una nueva familia” y hacen un llamamiento a un “ejercicio de cordura colectiva”. No creemos que la sangre llegue al río. Forma parte de la pelea interna por objetivos, en gran medida, personales y espurios. Y en esa pelea utilizan al “conjunto” para alcanzarlos: “Podemos ha acusado a las élites españolas de hablar en nombre del conjunto (la tierra, la gente), para servir a los intereses de pequeños grupos. De modo análogo, en el debate interno los dos sectores principales del partido han tendido a presentarse como los garantes de la totalidad del proyecto de Podemos, vertiendo sobre la otra parte la imagen de quien habla en nombre del conjunto para servir a los intereses de su parte” (“Podemos y el <<desafío al mundo>>”, de Loris Caruso, en El Viejo Topo).
A pesar de toda la paja que ha rodeado su Asamblea Ciudadana, que está teniendo gran eco en los “mass media”, si nos fijamos en el grano vemos, como decimos en nuestro Informe del CC (enero 2017), que “el núcleo reformista de su propuesta no se ha movido ni un ápice; varían las formas, algo más radicales en su retórica en Pablo Iglesias y su gente, más acomodaticias en Errejón”.
Ninguna de las corrientes principales (pablistas, errejonistas y “Anticapitalistas”) plantean la ruptura real con el Régimen, ni una alternativa de Estado; ninguno la lucha por la III República. Ni tan siquiera la mencionan en sus documentos. Eso sí, todos hablan de cambio, pero un cambio, por lo dicho, dentro del marco de la monarquía, un cambio que no toque sus pilares. Sus hechos confirman sus palabras y escritos. Así, el pasado 6 de diciembre acudieron al besamanos regio. No lo hicieron sus principales voceros, Iglesias y Errejón, porque no pueden exponerse en un acto de ese calibre y carácter, no pueden quemarse, pero sí sus segundos espadas: Echenique, Bescansa y, significativo, el General otanista Julio Rodríguez.
Cuando uno echa un vistazo a los documentos se pregunta por qué iban a querer romper con el régimen si ya no existe: “El régimen del 78 da nombre al sistema político español vigente desde la promulgación de la Constitución de 1978 hasta las elecciones gene¬rales de diciembre de 2015”. Estamos en enero de 2017. Y es que “Con la crisis de 2008 comenzó en España una década de transformacio¬nes que culminaría en la nueva transición que estamos viviendo”; “Todos los procesos electorales señalados,…, forman parte de la nueva transición política en España”, donde “las elecciones de diciembre de 2015 marcaron un antes y un después…” (Doc. político de P. Iglesias). Coherentes con sus entelequias mentales hablan de un bloque restaurador del Régimen del 78, formado por el PP, PSOE y C,s, que “pretende erigir un nuevo edificio institucional, legislativo y en última instancia constitucional sobre un ce¬menterio social”.
Al parecer, para Podemos, el Régimen del 78 desapareció, como por arte de birlibirloque, en 2015, cuando y porque ellos llegaron al Parlamento. A partir de ese momento no hay tal Régimen y estamos viviendo una transición. Solo mentes enfermas o con aviesas intenciones pintarían este cuadro tan surrealista. ¿Acaso se ha derogado la Constitución del 78? ¿Acaso, siquiera, se ha reformado (aunque se está en ello)? ¿Ya no tenemos artículo 135? ¿Y el artículo 2, el 8 o el 155, que impedirán su apuesta por el derecho a decidir? ¿Hemos dejado de tener testa coronada? ¿Acaso no tenemos un régimen de “Monarquía parlamentaria” como consagra la “Carta Magna”? Y lo más importante, ¿no sigue mandando la misma minoría oligárquica? ¿Acaso no es esta clase social la que detenta el poder y lo sigue utilizando, el Estado monárquico, Su estado, construido “ad hoc”, en su propio beneficio y en contra de la mayoría de la población (ejemplo último, las eléctricas)? ¡Alicia en el País de la Maravillas! ¡Qué nos quieren vender, qué quieren vender al pueblo los prebostes de Podemos!
Su palabra mágica es “cambio”. Podemos es una de “Las fuerzas del cambio”, que, para el líder, son los “sectores políticos y sociales partidarios de encarar reformas profundas en una dirección constituyente”. Él mismo liga cambio a reforma, reforma que, por otra parte, va reñido con esa “dirección constituyente” (si se refiere a un proceso constituyente) porque exige la abolición, la ruptura, no la reforma, con el anterior orden constitucional. Más en concreto, para ellos “El cambio pasa básicamente por apostar por una política económica más soberana, redistributiva y crítica con el modelo alemán para Europa, por recuperar derechos sociales, por medidas de regene¬ración efectivas (como la prohibición de las «puertas giratorias»), por la independencia de la justicia, por una reforma del sistema electoral que lo haga más proporcional, por oponerse al TTIP, por asumir la urgencia de afrontar los problemas medioambientales, por practicar políticas efecti¬vas de defensa de los derechos de las mujeres y por afrontar el carácter plurinacional de España”. Obviamente el cambio no pasa por romper con el Régimen, no pasa por la III República; no pasa por la toma del poder, de hacerse con el aparato de Estado. Plantea un programa económico y social (de “cambio”) que es inaplicable, de imposible realización si no hay una toma del poder por las clases explotadas, golpeadas, populares, si no se echa abajo el régimen y se trae una república popular. Obviamente hablamos de revolución, nada más lejos del sueño de los señores de Podemos, que para ellos sería una pesadilla.
Este es el planteamiento político central del señor Iglesias. ¿Difiere en algo el de Errejón? Lógicamente no. Al señor Errejón le sale prurito cuando oye “ruptura democrática” o “República”, porque es todo un abanderado del reformismo, un maximalista del institucionalismo, el ala derecha de Podemos. Quiere ser la “oposición” responsable (como dirían los principales partidos del orden): su “Plan estratégico” pasa por “ser útiles hoy para gobernar mañana”, y para eso la labor Podemos debe ceñirse al angosto Parlamento y olvidarse de veleidades movilizadoras. Ese plan también es “hacer patria”, que no puede ser otra que la de monarcas y malabaristas de la cartera. A todo esto lo llama pasar a una “fase de ofensiva”.
Sobre la misma base estratégica, el señor Iglesias (sin abandonar el institucionalismo) adopta otras líneas tácticas, se sitúa a su izquierda, con un Podemos, dice, de “activistas”, de “calle”, de “dialéctica movimiento-institución”, pero que busca en la movilización social no otra cosa que limpiar la cara de Podemos de la mácula que dejó su indigencia política, emplastecer las grietas de una nueva casa de viejos cimientos y añosos inquilinos con trajes nuevos, y darla una mano de pintura, con la finalidad de rentabilizarlo electoralmente mejorando sus resultados, frustrados el pasado junio, como reconoce: “A todos y a todas nos decepcionaron los resultados de las elecciones generales de junio de 2016 ante las expectativas”. Irrumpieron con mucha fuerza pero también muy rápidamente cedían, se escoraban a la derecha, y, ansiosos de sillones, sus formas, maneras y actitudes se empezaron a parecer cada vez más a aquellas de los que llaman “viejos partidos”, “casta”. Esto lo vio el pueblo. Como el mismo Iglesias reconoce: “Si nos subordinamos a la lógica institucional, nos disolveremos”. Para un importante sector popular dejaron de ser creíbles. Y necesitan credibilidad. Necesitan diferenciarse, tener un perfil propio, y quieren mirar a la calle para que la calle les mire y aupe al Olimpo de los Dioses, léase, al Parlamento y, sobre todo, al Gobierno. “Plan 2020: ganar al PP, gobernar España, construir derechos”, reza su documento político.
¿Se espera algo distinto del ala izquierda de Podemos, de los “Anticapitalistas”? No en términos de estrategia. Están más o menos en consonancia con los planteamientos dialécticos de institución-movilización de Iglesias: debemos “asumir que ningún proceso de transformación puede basarse solo en la acción institucional”, “entender que la dicotomía <<o la calle o la institución>> puede constituir una tensión creativa” y estar con “un pie en las instituciones y mil en las calles”. Y tienen un discurso más radical, pero no tienen un planteamiento coherente y consecuente de ruptura: “Podemos (explican) debe convertir los amagos de restauración que se producirán en verdaderas grietas constituyentes de la democracia por venir… la labor de Podemos deberá fijarse el objetivo de empujar las contradicciones del régimen hasta sus últimas consecuencias. Es decir, apuntar a que la reforma democrática es una farsa y que la democracia solamente es posible en clave de ruptura constituyente”. La cuestión es qué entienden por “ruptura constituyente” cuando todo proceso constituyente culmina con un nuevo marco constitucional y un nuevo estado, de los que nada dicen, cuando no se plantea la consiguiente y lógica alternativa republicana. Y si nada dicen es que se mantienen en lo que hay, en el marco del actual del Estado monárquico, por lo que su “ruptura constituyente” solo es una expresión vacía de contenido y para captar a incautos. Tampoco aparece la República por ningún sitio en su apartado “Un programa de ruptura y desobediente”, donde se habla de “Reformas democráticas”, de “reforma del sistema democrático”, de la “reforma de la estructura territorial del Estado”, de la “Separación definitiva de la Iglesia y el Estado y ruptura del Concordato con la Santa Sede”, pero no van más allá, no rematan; toda una serie de propuestas muchas de las cuales son imposibles de llevar a cabo si no hay un cambio revolucionario. Así las cosas, estos “Anticapitalistas” no terminan de romper con la forma de Estado que toma el capitalismo en nuestro país, la monarquía, con lo que nos volvemos a encontrar en el terreno estratégico de Errejón e Iglesias.
En conclusión: nada nuevo bajo el sol. En Vistalegre II las diferencias entre los principales líderes y corrientes podemitas no son estratégicas, sino tácticas. Son diferencias de formas, métodos, procedimientos, ritmos, no de objetivos básicos o principios. También obedecen a una pelea por hacerse, a codazos y con zancadillas, con cuotas de poder y sillones, tanto en su organización como en las instituciones, lo que va, obviamente, ligado. Los prebostes de Podemos se han “empoderado” (palabreja que suelen utilizar) de Podemos, y no sueltan prenda, a pesar de que todos reconocen que se necesita una dirección más colegiada y unas secretarías con menos poder. Significativo lo que dice P. Iglesias: “… secretarías tan grandes y con tanto poder que se habían convertido en aparatos con vida propia. Esas diferencias políticas que enfrentaban no solo a compañeros (sino a aparatos con amplias estruc¬turas de profesionales liberados)…”. Preocupa esta cuestión al proyecto de Urbán: “debemos ser conscientes de que la <<maquinaria de guerra electoral>> que inauguramos después de la primera Asamblea de Vistalegre… genera una determinada cultura política, con sus hábitos e inercias: cargos de representación, asesores, liberaciones, tentaciones cotidianas para adaptarse al campo del poder, que necesitan contrapesos” (las negritas son nuestras). Lo que pone en evidencia es que Podemos, a fecha de hoy, es un partido al uso, una organización con su aparato o sus aparatos de infinidad de asesores y liberados, que tienen sus intereses personales y egoístas, al servicio de uno u otro capitoste; se ha convertido en “casta” a velocidad de crucero. Y con inercias que son difícilmente controlables.
Unos y otros son unos irreverentes reformistas que, dado que el reformismo no entraña ningún cambio profundo sino superficial o cosmético, están obligados a utilizar la demagogia y el populismo, con buena maña por cierto, para llegar, engañar, confundir, desorientar, atraerse y conseguir el apoyo electoral de las masas populares. Hablan de “unidad popular”, de “movimiento popular” pero no crearán tal unidad real, de ruptura, que no significa otra cosa que un pueblo organizado en pie de lucha, primero porque su reformismo invalida que su objetivo sea construir algo verdaderamente nuevo y, por tanto, no necesitan tal unidad, y, segundo, porque como buenos pequeñoburgueses temen como al diablo todo proyecto y proceso emancipador del pueblo independiente de la burguesía. Así pierde el pueblo y gana la oligarquía.