C. Hermida
En el año 2013 se publicó Intemperie (Seix Barral), la primera novela de Jesús Carrasco, un escritor hasta ese momento desconocido en el panorama literario español e internacional. Lo que podría haber sido un libro más en el inmenso campo de la producción editorial española, se convirtió en un éxito tanto de público como de la crítica especializada.
El autor demostraba tener un enorme talento narrativo, con un lenguaje preciso que describía personajes y paisajes en la mejor tradición de la literatura realista española. Una obra deslumbrante, magnífica, que obtuvo numerosos galardones en el ámbito nacional como internacional. Todo hacía prever que estábamos en presencia de un brillante novelista llamado a ocupar un puesto de honor en la Literatura del siglo XXI.

Sin embargo, su segunda novela decepcionó (La tierra que pisamos), no alcanzando ni de lejos la calidad de Intemperie. En su tercer libro (Llévame a casa), como se suele afirmar coloquialmente, remontó el vuelo, pero seguía faltando la solidez narrativa y el lenguaje luminoso de su opera prima.
Acaba de aparecer su cuarta novela –Elogio de las manos–, que ha obtenido buenas críticas, pero que, en mi opinión, demuestra que estamos en un escritor en “línea descendente”.
El argumento es un relato autobiográfico: el narrador (que es el propio autor) pasa con su familia temporadas en una casa de pueblo casi en ruinas que pronto será derribada para construir modernos apartamentos. El proyecto urbanístico se demora debido a la crisis económica y, paulatinamente, la familia va realizando pequeñas reparaciones: encalar paredes, arreglar ventanas, construir un gallinero, etc., para hacer más habitable la vivienda. Esta peripecia habitacional sirve al autor para reflexionar sobre el trabajo manual, su dignidad, la satisfacción que produce el trabajo bien hecho y la gratificación de las cosas realizadas por uno mismo, con voluntad y esfuerzo. Todo ello muy loable, pero el texto es repetitivo. No hay trama argumentativa y, en conjunto, el autor nos ofrece un texto plano, con algunos destellos de buena narrativa, pero ajeno a lo que entendemos por una gran novela. Aderezado con algunas citas bibliográficas para dar al contenido un aire académico e intelectual, Jesús Carrasco no logra transmitir la pasión que para él ejerce el trabajo artesanal.
Lo que en Intemperie nos trasladaba a un espacio geográfico árido y estéril, aunque sin datación cronológica ni espacial precisa, pero con una tremenda fuerza visual, y dibujaba con trazos precisos unos protagonistas –el niño y el cabrero– capaces de crear unos lazos de amistad y solidaridad en un medio dominado por la injusticia y la miseria, en la novela que comentamos no existe ni de lejos esa capacidad descriptiva.
Esperemos que el autor vuelva a encontrar las fuentes originarias de inspiración y le sitúen de nuevo en el prometedor camino que marcó sus inicios como novelista.