J. Romero
“Y esta unidad es infinitamente valiosa e importante para la clase obrera…Los obreros separados no son nada. Los obreros unidos, lo son todo…los obreros, efectivamente, necesitan la unidad. Y es más imprescindible que nada comprender que, a excepción de los propios obreros, nadie les dará “la unidad”, nadie está en condiciones de ayudar a su unidad. No se puede “prometer” la unidad: eso sería huera fanfarronería, engañarse a sí mismo; no se puede “crear” la unidad mediante un “acuerdo” entre grupitos de intelectuales: eso constituiría el error más triste, más ingenuo y más burdo.” Lenin Trudivaya Pravda
Siempre hemos insistido en la necesidad de que la clase obrera trabaje unida para avanzar hacia su emancipación. Por separado los trabajadores, como señalaba Lenin, están derrotados de antemano. Pelean contra un enemigo mucho más fuerte, que dispone de un aparato, el Estado, que controla el desarrollo de las actividades colectivas; un instrumento que crea constantemente ideología, depurando la técnica de manipulación de las conciencias, adaptándola a cada momento concreto y, finalmente, dispone la fuerza necesaria para imponer las condiciones económicas y sociales que interesan a la clase dominante, cediendo cuando lo considera necesario, para recuperar el control luego, o recurriendo a la represión cuando no le sirven otros medios. Frente a ese poder, únicamente la fuerza que da la unidad de la mayoría puede permitir organizar la lucha de nuestra clase, adaptándola también a las circunstancias cambiantes: retrocediendo ordenadamente cuando es necesario y atacando cuando las condiciones lo permiten.
Con el surgimiento del movimiento organizado, los sindicatos fueron la estructura primaria y primordial que permitió agrupar a los obreros para encarar la pelea por mejores salarios y condiciones de vida y trabajo.1 Las diversas corrientes ideológicas han mostrado una actitud diferente hacia los sindicatos. Para los comunistas el sindicato es una organización primaria, de masas, de carácter clasista. Su papel es el de agrupar al grueso de nuestra clase para la lucha por sus reivindicaciones inmediatas. No se trata de exigir una determinada orientación política o ideológica a los afiliados, se trata de unir sus fuerzas para la defensa mutua frente al capitalismo.
Lo que no quiere decir que nuestra actitud sea “indiferente” frente a los sindicatos. Estas organizaciones han entrenado a los trabajadores para las luchas concretas: huelgas, manifestaciones, enfrentamientos, creación y gestión de cajas de resistencia, recursos legales, etc; preparándolos y educándolos para enfrentar en la práctica la explotación capitalista, facilitando la formación política e ideológica de los más conscientes. De ahí la necesidad de su existencia y la urgencia de reforzar su organización. Sin embargo, el sindicalismo hoy está en crisis.
Los síntomas externos de la crisis
La celebración del Primero de Mayo de este año fue un reflejo de la grave situación que vive el sindicalismo en España: después de meses de inactividad y paz social, en un contexto de creciente agravamiento de la situación de los trabajadores y sus familias, la manifestación central del 1º de Mayo fue un rutinario “paseo” en el que las reivindicaciones brillaron por su ausencia.
Los Secretarios Generales de los dos principales sindicatos de clase, CCOO y UGT, hicieron sendas arengas, que nada tenían que ver con su actitud real de total colaboración en el sostén de una paz social que daña profundamente los intereses del proletariado: “…España crece, señalaban, pero la riqueza cada vez se concentra en manos de menos personas… O hay acuerdo, o tal y como ocurrió en el año pasado (sic) va a haber conflicto. No es ni una amenaza ni una advertencia. La paz social requiere por parte de la patronal esfuerzo, negociación y reparto de la riqueza. Y si no se hace, que tenga la seguridad de que las organizaciones sindicales vamos hacia movilizaciones que sabemos cuando empiezan, pero no cuándo van a acabar…”
Tres días después de esta gratuita soflama, se conocía la existencia de un acuerdo entre la gran patronal y los sindicatos, que ya tenían pactado, para un incremento salarial del 10% entre 2023 y 2025, que no es de obligada aplicación, sino una simple recomendación en la negociación de los convenios2.
Unos días antes, el 25 de abril, el presidente de la CEPYME, había reivindicado “la paz social” actual, recordando que en el año 1978 se perdieron 128 millones de horas en huelgas y en 1998, un millón y medio. Continuaba amenazando a los dirigentes sindicales con los que comparte su “paz social”: “cuidado con coger la senda equivocada. Se ha trabajado mucho en los últimos años para tener la paz social que tenemos”.
El cínico papel de don Tancredo de los dirigentes de CCOO y UGT quedaba una vez más de manifiesto. Durante muchos años, conforme se agravaba la crisis económica y social, y aumentaban en consonancia los beneficios de la gran empresa, los sindicatos han abandonado todo recato, todo disimulo y se limitan a dejar pasar la tormenta, centrando sus esfuerzos en “ordenar la casa”, deshacerse de toda oposición de clase y pelear entre ellos por cuotas de poder. Los dirigentes sindicales son los principales valedores de una “paz social” que frena la lucha de la clase obrera contra el capital; esa paz social de la que se enorgullecen patronos y revisionistas es un auténtico crimen, una imperdonable traición a los intereses colectivos de nuestra clase porque agota su impulso antes de ponerse en acción.
El ejemplo de la lucha de los sindicatos franceses contra la reforma de las pensiones impuesta por Macrón deja aún más a la vista la traición de los líderes de CCOO y UGT; los sindicatos franceses siguen luchando unidos, firmes y por encima de diferencias. Pueden perder la batalla (la confusión ideológica, dificulta la dirección adecuada de las luchas), pero renunciar a la pelea por los derechos y garantizar la paz social a una minoría explotadora que no conoce límites en su voracidad es la peor de las opciones porque equivale a una rendición incondicional; y renunciar, antes de empezar, a pelear por los derechos de la mayoría trabajador, abre una brecha que el capital aprovechará porque sabe que no encontrará oposición.
Lamentablemente, es cierto lo que decía el dirigente patronal: la diferencia entre el número de horas de huelga que señalaba, es la diferencia que existe entre un proletariado movilizado y unido y la dispersión actual. Esa diferencia también explica por qué aquel fue un momento de conquistas del proletariado y este de derrotas: ¿como se pretende poner fín al proceso de privatización de la sanidad y de la educación, a la constante merma de los salarios y derechos laborales, con el arma mellada de la “paz social”?
Con la firma de esta acuerdo, el objetivo del gran capital: la paz social, se veía plenamente cumplido, a muy bajo coste. El mismo Presidente de la CEOE, Garamendi, lo señalaba exaltado: “Es un acuerdo importantísimo porque genera una “paz social” que traspasa la legislatura, ya que abarca hasta 2025…y la mayor infraestructura de un país es la paz social”.
En definitiva, este es un punto y seguido en una larga lista de desafueros de los dirigentes sindicales que han aceptado, justificado y enaltecido sucesivos acuerdos que son realmente cesiones inaceptables, rendiciones sin condiciones ante el capital, barnizadas de “ejemplares acuerdos entre las fuerzas sociales”: la reforma laboral, la de las pensiones, la renuncia final a un estatuto del becario, etc.
Las causas
“Los revisionistas… consideran las reformas como una realización parcial del socialismo. El anarcosindicalista rechaza la “labor mezquina”, sobre todo la utilización de la tribuna parlamentaria…Unos y otros frenan la labor principal, la más apremiante: la agrupación de los obreros en organizaciones grandes, poderosas, que funcionen bien y sean capaces de funcionar bien en todas las circunstancias, en organizaciones que estén penetradas del espíritu de la lucha de clases, que tengan una visión clara de sus objetivos, y estén educadas en una verdadera concepción marxista del mundo”. VI Lenin. Diciembre 1910 nº 1 de Zviedza.
El sindicalismo está en crisis en España; nadie puede negar lo evidente. Según datos de la OCDE: entre 2009 y 2019 se produjo una caída de la afiliación sindical en España de casi seis puntos, del 18,3% al 12, 5%. Hay muchas razones prácticas, objetivas, para explicar la crisis; pero son aún más decisivas las causas subjetivas, la actitud de las organizaciones, los militantes y los dirigentes sindicales y políticos hacia los sindicatos, por cuanto determinan la inactividad frente a los problemas, el dejar hacer a quienes están llevando al desastre al primer nivel de defensa de nuestra clase frente a la ofensiva del capital.
Entre las objetivas: la estructura económica, donde domina de forma abrumadora el sector de los servicios no ligados a la producción y, en consecuencia, las microempresas. De las 1.322.734 empresas inscritas en la Seguridad Social, el 52% tenían de uno a dos trabajadores, y el 22,7% de 3 a 5. Pero con esto no está dicho todo, por cuanto, en muchos sectores la plantilla de medianas y grandes empresas cada día está más fragmentada y dispersa, por el recurso generalizado al empleo de falsos autónomos o la subcontratación.3
Los dirigentes sindicales no ignoran esta situación. Fernando Lujan, Vicesecretario General de Política Sindical de UGT, señalaba en el artículo del diario El País: “Las grandes empresas han ido deshaciéndose de todo lo que no tenía un valor añadido. Han creado a su alrededor pseudo empresas que en realidad no son tales, sino que recogen las migajas de las grandes compañías y ahí han intentado dividir primero a los trabajadores y luego, con eso, debilitar al sindicato..”
La legislación laboral pactada al inicio de la transición, que desampara completamente a los trabajadores en los sectores con mayor dispersión y mayor precariedad. Apoyándose en esta legislación, el grueso del aparato sindical procede de la gran empresa y del sector público, los únicos sectores donde se pueden hacer efectivos los derechos de representación laboral y garantizar la liberación de permanentes sindicales. Esto explica también la tendencia al corporativismo de los sindicatos, el interés en blindar el propio sector e ignorar las necesidades de la clase en general.
A veces se ha planteado en los sindicatos la necesidad de reforzar las estructuras territoriales frente a las sectoriales para acercar el sindicato a los trabajadores, pero poco se ha hecho para avanzar en esa tarea. Más aún, en CCOO, por ejemplo, congreso a congreso se ha ido reforzando, mediante fusiones, la estructura sectorial, ignorando los territorios y reduciendo derechos, de asesoría jurídica y otros, a los afiliados.
Como señalaba en el mismo reportaje del que proceden muchos de estos datos, el responsable de digitalización de UGT, José Varela: “…los empleadores, los trabajadores y, por supuesto, los sindicatos hemos entendido perfectamente que el modelo industrial clásico que ha venido colocando a los trabajadores en un mismo espacio va camino de desaparecer…”. Es claro que los “empleadores” lo tiene perfectamente claro, más claro aún los trabajadores que sufren sus consecuencias; otra cuestión es que los dirigentes sindicales lo entiendan; o si lo hacen, que estén dispuestos a cambiar la estructura y las formas de acción sindical para hacer frente adecuadamente al cambio.
Pero nos interesa más tratar de las causas subjetivas del debilitamiento sindical, porque, en última instancia, son las que han permitido que el sindicalismo se haya ido plegando al poder del capital, limitándose a representar pantomimas de negociación que justifican finalmente una paz social que, en momentos de ofensiva del capital, únicamente beneficia a éste.
Queda claro para todos que la dirección de los grandes sindicatos de masas actúa objetivamente como un agente del gran capital; y que las organizaciones políticas revisionistas y oportunistas comparten con esa dirección su obsesión por la paz social; unos y otros consideran, como señalaba Lenin en la cita que encabeza este apartado, que las reformas son una realización parcial del socialismo. Pero el revisionismo radical oportunista tampoco ayuda a superar el problema pues mantiene una postura anarquizante que tanto daño a hecho en la historia de nuestro país, que frente a la actitud criminal de los dirigentes sindicales, sacan la conclusión de abandonar los sindicatos. Para ellos, el objetivo a batir son los grandes sindicatos de masas y, por ello, fomentan la mayor de las dispersiones de la lucha obrera.
Lenin criticaba la actitud infantil de los comunistas “de izquierda” alemanes, muy cercana a la que mantienen muchas organizaciones que se autodefinen como “comunistas radicales”, en estos términos: “deducir del carácter reaccionario y contrarevolucionario de los cabecillas de los sindicatos la conclusión de que es preciso…¡¡salir de los sindicatos!!, ¡¡renunciar al trabajo en ellos!!, ¡¡crear formas de organización obrera nuevas, inventadas!!. Una estupidez tan imperdonable que equivale al mejor servicio que los comunistas pueden prestar a la burguesía…No actuar en el seno de los sindicatos reaccionarios significa abandonar a las masas obreras insuficientemente desarrolladas o atrasadas a la influencia de los líderes reaccionarios, de los agentes de la burguesía, de los obreros “aristócratas” u obreros aburguesados”.
La cuestión es que hoy, la clase obrera en España está sometida a una confusión política constante: oyen de boca de dirigentes gubernamentales “progresistas” que se limitan a dar bandazos sin entrar en la raíz de los problemas reales de la mayoría trabajadora, contínuos alegatos místicos para santificar la paz social y la “empatía” como “bálsamo de fierabrás” que cura las maldades de un modelo político, económico y social verdaderamente perverso; soporta a unos dirigentes directamente comprometidos en el apoyo de la patronal más implacable; y, de otra parte, el empeño en dispersar las luchas y dividir las escasas fuerzas organizadas del proletariado para “acabar con los dirigentes vendidos de los sindicatos”, repitiendo, por tanto, errores que ya han costado a nuestra clase sonoras derrotas de consecuencias dramáticas
Y sin embargo se mueve
En Francia se vivían problemas parecidos: una estructura productiva débil, predominio abrumador de la pequeña y microempresa, dispersión sindical, infantilismo anarquizante de la “izquierda radical”, etc. Y ha bastado una decisión de lo servidores del capital, soberbios y provocadores como siempre que quedan en evidencia, para encender la mecha de una explosión social que aún no ha cesado. La juventud, una juventud que, como en España hasta ahora, eludía su participación en las organizaciones por las que no se sentía representada, se ha lanzado en vanguardia de las manifestaciones, encabezando los enfrentamientos con la policía. Es posible, que finalmente Macrón y sus secuaces impongan su reforma, pero la situación allí ya no es la misma. La clase que siempre ha encabezado las luchas por la emancipación ha entrado en combate, ha roto la paz social del capital; y a buen seguro que afrontará las próximas luchas con nuevas lecciones aprendidas.
La situación del movimiento obrero en España es preocupante, y, sin embargo, empiezan a moverse cosas. De momento son pequeñas escaramuzas en tal o cual sector, muestras de solidaridad con trabajadores en lucha que se extienden a pesar del muro de silencio de los medios de comunicación al servicio de la burguesía; el surgimiento de corrientes internas que empiezan a politizar reivindicaciones que hasta ahora se movían en el ámbito de lo “políticamente correcto” para el régimen, etc. Pero, como el vivificante ejemplo de la clase obrera francesa demuestra, al final la vida misma es el mejor maestro y terminará activando el motor imparable de la mayoría social frente a tanta traición y miseria.
Para preparar ese momento, para permitir que el movimiento obrero recupere su unidad, los comunistas debemos implicarnos a fondo. Nuestro camaradas, deben estar en los sindicatos, a pesar de que estén en manos de reaccionarios; precisamente por eso, por la urgente necesidad de alejar a los trabajadores del control de una dirección “aristocrática” vendida al capital. Ese trabajo no se hace fuera de los sindicatos, menos aún llamando a los trabajadores a abandonarlos; se hace peleando por impulsar las luchas y la organización, por aislar dentro de ellos a los vendidos, ganando a las masas para la lucha.
Notas
1 “Los sindicatos fueron un progreso gigantesco de la clase obrera en los primeros tiempos del desarrollo del capitalismo, por cuanto significaban el paso de la dispersión y de la impotencia de los obreros a los rudimentos de la unión de clase… el desarrollo del proletariado no se ha efectuado ni ha podido efectuarse en ningún país de otro modo que por medio de los sindicatos y por su acción conjunta con el partido de la clase obrera” V. I Lenin
2 El acuerdo, del que ya publicamos una primera valoración en nuestra edición digital, ignora completamente las primeras propuestas sindicales; inicialmente planteaban un incremento mínimo del 13,48%, en el periodo de 2022 a 2024, empezando por un 5% para el año pasado, un 4,5% para este y un 3,75% el que viene. Finalmente han renunciado al incremento de 2022 (y eso que ese año los precios subieron un 8,3 % y los salarios menos de la tercera parte (el 2,78%). Para los reformistas recalcitrantes conviene no olvidar que en 2022 los beneficios empresariales batieron un nuevo record, llegando al 91,3%.
3 “El auge de la subcontratación está detrás de esta merma. Porque cuanto menor es la plantilla, más se fomenta la competencia entre trabajadores… Lo que están buscando es que el trabajador no se sienta parte de un grupo y defienda unos intereses comunes…” Tomado del diario “El País”