J. Fernández y M. Campeny
En los últimos meses han salido a la luz varios casos de infiltrados policiales en diferentes movimientos y organizaciones sociales de Barcelona, Valencia y Madrid. En concreto, los policías infiltrados se habían metido en centros sociales okupados, sindicatos de estudiantes, asociaciones feministas y ecologistas… Los artículos publicados en La Directa y El Salto describen muy bien el proceso y la actividad de estos agentes, pero no responden a una pregunta fundamental: ¿por qué?
Según la Ley Orgánica 9/2015 la policía “tiene como misión proteger el libre ejercicio de los derechos y libertades y garantizar la seguridad ciudadana”. Ahora bien, ¿qué derechos y libertades protegen al cargar contra manifestantes, desahuciar a familias, apalizar inmigrantes… y demás crímenes que cometen como parte de su actividad cotidiana?
La policía no es un ente neutral que vela por los intereses de todos, sino que protege y asegura los derechos y libertades de la clase dominante. No protege al trabajador frente al empresario que le explota, ni a los inquilinos frente a los fondos buitres que les desahucian, ni a los vecinos que protestan contra la gentrificación o especulación en los barrios… Es decir, la policía es, ante todo, una herramienta para mantener en pie el capitalismo. Esto se puede extender al Estado en sí mismo. Es desde esta óptica desde la que tenemos que entender las infiltraciones recientes.
La policía se infiltra en los movimientos sociales con el objetivo de recabar información, controlarlos, y sobre todo, orquestar la represión. Los casos que han salido a la luz recientemente se han dado en organizaciones que ni siquiera tenían el objetivo de destruir el Estado burgués y organizar una revolución violenta, sino que en su mayoría las organizaciones que han sufrido las infiltraciones luchaban por derechos muy básicos (contra la violencia machista, contra los desahucios, etc). Es decir, que la policía no simplemente defiende los intereses propios de la burguesía, sino el statu quo en su sentido más estricto. Es decir, que incluso para hacer efectivos los derechos más básicos que necesitamos (vivienda, trabajo, paz…) hace falta enfrentarse y derrotar al Estado. Por lo tanto, estos derechos no los vamos a conseguir con reformas, aprobando tal o cual ley en el parlamento, sino que es necesario transformar radicalmente la estructura política, económica y social de nuestro país.
Las noticias de una infiltración policial no dejan igual, teniendo un impacto psicológico en todo aquel social o políticamente implicado. Más aún cuando el agente aprovechó su identidad falsa para mantener relaciones sexoafectivas con militantes. Esta conducta tan deshumanizante muestra el desprecio absoluto por parte de la policía a nuestro bienestar y nuestros derechos, y las recompensas y honores que el policía infiltrado recibió después añaden sal en la herida. Cuando una persona empieza una relación sexoafectiva con alguien y esta resulta estar basada en una identidad falsa, la persona afectada ha sido engañada y la relación pasa a no ser consentida. En cierta medida, el descubrimiento de un topo supone una última victoria del Estado en esa infiltración, dejando a menudo a una organización debilitada y acechada por la desconfianza y la desmoralización. Por otro lado, otra reacción natural a esas noticias es también la rabia y el odio hacia las fuerzas represivas del Estado
Esa reacción no debe convertirse meramente en piedras lanzadas contra la policía (no por una cuestión ética), sino que debe usarse para fortalecer nuestras organizaciones a nivel antirrepresivo y sacar conclusiones tras un análisis político de los hechos. Aunque las infiltraciones, así como la represión en un término más amplio, no es exclusiva de España sino propia de los Estados capitalistas, en nuestro país nos encontramos que, mientras la naturaleza represiva de la dictadura franquista era comprendida, al menos, por toda la izquierda, tras la Transición nuestra burguesía patria supo camuflar el carácter represivo de su Estado, y décadas después seguimos con gente sorprendida ante casos de topos policiales o cuando el Gobierno Más Progresista de la Historia envía tanquetas a reprimir obreros en huelga. Noticias como las que han ido saliendo en los últimos meses deben servirnos para agrupar las distintas luchas afectadas (estudiantil, vivienda, vecinal…) en una sola lucha contra el propio Estado y el sistema capitalista, concienciando a amigos, compañeros y conocidos, de la necesidad de derrocar al denominado Régimen del 78.
Por eso, desde hace mucho tiempo, nuestro Partido, dirigiéndose a todas las personas progresistas, oprimidas, con anhelos y ganas de cambiar el mundo; propone unir fuerzas para implantar en España la República Popular y Federativa, sobre la base de esos derechos que ahora mismo nos son negados