por J. Romero
En apenas un año, el ciudadanismo, la última y más depurada de las corrientes oportunistas, ha pasado en Europa del triunfalismo a la frustración. Syriza, en Grecia, levantó enormes expectativas entre amplios sectores populares, que traicionó en apenas cinco meses: hoy Tsipras y su gobierno aplican la política neoliberal dictada por la Comisión Europea, cuyas directrices cumplen cabalmente como alumno aventajado (acaba de imponer la subida del IVA del 23% al 24% y un recorte de pensiones) frente a la contestación en aumento de las clases trabajadoras que han realizado cuatro huelgas generales desde julio del año pasado, la última de cuarenta y ocho horas.
Algo parecido ha ocurrido en España con PODEMOS, que paso a paso ha probado su incapacidad de transformar nada sustancial del régimen y su conformidad efectiva con él.
Ahora, Varoufakis, quien fuera Ministro de Finanzas del primer gobierno Tsipras, ha puesto en marcha, junto a un nutrido grupo de representantes y cargos públicos de diversas fuerzas ciudadanistas, una nueva iniciativa, el denominado “Plan B” en torno al lema: «Una rebelión democrática en Europa».
No es nada nuevo ni original. La pequeña burguesía, alarmada por el carácter descarnado del capitalismo en su fase imperialista, que amenaza su supervivencia como clase independiente, anhela la vuelta al capitalismo bueno, de la libre competencia. El oportunismo pequeño burgués no se plantea destruir el capitalismo (que en la etapa de desarrollo actual no puede ser sino monopolista). Busca un imposible: suavizar las consecuencias de su tendencia destructiva, atemperar sus contradicciones, “salvarlo de si mismo”.
El propio Varoufakis es un compendio de las contradicciones que son propias de su clase y se ha movido siempre en el terreno de la reforma. Esto es lo que señalaba en mayo de 2013, en el 6º “Festival Subversivo” celebrado en Zagreb en su ponencia “Confesiones de un marxista errático en medio de una crisis europea repugnante”: “…el deber histórico de la izquierda, en esta coyuntura particular, es estabilizar el capitalismo; salvar al capitalismo europeo de sí mismo y de los inanes dirigentes que llevan inexorablemente a la catástrofe a la eurozona…en el contexto de la calamidad europea, los radicales deberíamos esforzarnos por minimizar el sacrificio humano reforzando las instituciones públicas de Europa (es decir, de la Europa del Capital y de la Guerra) y, así, ganando tiempo y espacio para desarrollar una alternativa genuinamente humanista (sic)”
En el mismo escrito decía: “…cuando regresé a Grecia en 2000, aposté por George Papandreu (padre de Y Papandreu de quien años después, siendo Primer Ministro griego, repitió como asesor económico) con la esperanza de ayudar a evitar el retorno al poder de una dere-cha recrecida…mis intervenciones en el debate público sobre Grecia y Europa …no contienen ni una pizca de marxismo” 1
No, Varoufakis es un reformista impenitente que ya ha intentado otras veces convencer a la oligarquía europea y a sus representantes políticos de las bondades de su cruzada . Y a la vista está que no consiguió cambiar el rumbo de los acontecimiento ni frenar la tendencia hacia el agravamiento de la crisis capitalista, tampoco en Grecia.
En su cruzada, ha intentado siempre convencer a los capitalistas de las bondades de su “marxismo errático” para salvar al capitalismo, con argumentos como esté: “si el capital consiguiera alguna vez…convertir al trabajo completamente en mercancía, como busca sin desmayo hacer, también destruiría esta indeterminada y recalcitrante libertad humana que, inserta en el trabajo, permite la generación de valor…cuanto mayor sea el éxito del capitalismo en punto a convertir el trabajo en mercancía, menor será el valor por unidad de cada producto generado, más baja la tasa de beneficio y, eventualmente, más cercana la próxima y desagradable recesión del sistema económico”,
Es decir, utiliza del marxismo la prueba de la irracionalidad del capitalismo, como un sistema abocado a la anarquía productiva, que genera las condiciones para su propia destrucción. Pero ignora deliberadamente la consecuencia que Marx plantea ante la clase obrera: la necesidad de su superación revolucionaria.
Varoufakis (y muchos de los oportunistas que siguen sus postulados), no es un iletrado, nadie duda de su capacidad técnica como economista, ni de la honestidad que pueda guiar sus “ingenuas” aportaciones “humanistas”. Pero los intereses de clase que defiende, no son los de la clase obrera, que únicamente puede encontrar alivio a sus problemas en la superación revolucionaria de un sistema impelido por su propias leyes internas a la sobreproducción y destrucción periódica de fuerzas productivas, la financiarización y en última instancia, la guerra.
Varoufakis y quienes desde el campo oportunista apoyan su propuesta, no intentan unir a los sectores populares frente a la oligarquía imperialista que domina Europa, sino convencer a esta de que si no suaviza las consecuencias de su política se pone a sí misma en riesgo “…Al dirigirme a diversas audiencias, desde activistas radicales hasta directivos de fondos de riesgo, la idea es forjar alianzas estratégicas incluso con gentes inclinadas a la derecha con las que podemos compartir un interés muy simple: poner fin al círculo vicioso entre austeridad y crisis, entre Estados en bancarrota y bancos en bancarrota; un círculo viciosos que socava tanto al capitalismo como a cualquier programa progresista que pretenda reemplazarlo”.
No es de extrañar, por tanto, que la impotencia haya sido la conclusión de todos sus esfuerzos hasta el momento. Detrás del Plan B no hay nada nuevo: una suma de oportunismo e ingenuidad burguesas, que pueden confundir a algunos sectores populares, generando expectativas engañosas sobre la posibilidad de reformar el sistema, sin destruirlo. La presentación del Plan B, en febrero pasado fue un espectáculo mediático, pero tras la imagen, el vacío más absoluto, el oportunismo en estado puro. Así resumía un comentario en la red el popurrí que se dio cita en el antiguo Matadero madrileño: “Las izquierdas que se han juntado en Madrid están en contra y a favor del euro, unas plataformas son decididamente europeístas y otras nacionalistas, hay quien se opone al pago de la deuda y quien quiere auditarla para renegociarla. (The Huffington post)
Al parecer, el único acuerdo de tan variopinto mejunje político es que quieren más democracia y más transparencia en Bruselas. ¿Es eso posible?
¿Qué es la Unión Europea?
La Unión Europea es una alianza entre las oligarquías nacionales de los distintos estados, con el objetivo de competir con otras potencias imperialistas en mejores condiciones por el reparto de mercados a nivel internacional. En la Unión Europea coinciden algunas de las potencias más fuertes y agresivas del planeta, que tuvieron en su día la hegemonía del campo imperialista y fueron parte determinante en el inicio de los dos guerras mundiales interimperalistas.
Eso explica que, junto al interés común, coexistan intereses contrapuestos entre sus oligarquías nacionales, particularmente las de Alemania, Reino Unido y Francia, en cuestiones concretas. Esas contradicciones están en el origen de los continuos cambios que se producen en el seno de la Unión Europea que obligan a constantes modificaciones legislativas e incluso institucionales (el último de ellos, aún no cerrado, provocado por el referéndum británico y la amenaza de “Brexit”). La Unión Europea es un proceso abierto; pero que nadie se confunda sobre el sentido de los cambios internos: nunca han sido expresión de la opinión de la mayoría social, sino de los miedos y dudas de las oligarquías nacionales; nunca han servido para frenar la tendencia hacia la degradación social, democrática y política en Europa, sino para generalizar los recortes y eliminar las barreras a la libre acción del capital monopolista.
La oligarquía europea, siempre práctica y poco dada a retóricas, ha ido haciendo y deshaciendo acuerdos conforme avanzaba en la configuración de un área de libre comercio a costa de los derechos sociales, laborales y políticos de la mayoría trabajadora. En 1992, con el Tratado de Maastricht, se establece el marco general de configuración de la futura zona euro y de un espacio ultrliberal; entre otros puntos, ese tratado estableció la prohibición de endeudamiento público por encima de las previsiones de la UE, origen de los problemas que pretende solventar el «Plan B»2.
Cuando hubo que aplicar las normas de Maastricht, comenzó el juego de diplomacia “creativa” tan querido para las nacientes instituciones europeas, y uno tras otros fueron aprobándose otros tantos tratados y acuerdos: Amsterdam, Niza, Lisboa, etc que reinterpretaban los anteriores o los «corregían» para garantizar su esencia, dirigida, siempre, contra la clase trabajadora.
Cuando la Constitución Europea de 2005 fue rechazada en Holanda y Francia, la oligarquía europea elaboró un nuevo texto, el tratado de Lisboa de 2007, solventando el molesto problema de su ratificación en refréndum mediante aprobación parlamentaria. De hecho, de todos los Estados de la UE, solo hubo referéndum en Irlanda y el pueblo votó no, obligando a repetirlo.
No, Varoufalis y su Plan B no se proponen sino reformar el capitalismo, atemperar sus consecuencias brutales para millones de familias trabajadoras. El problema es que lo intenta en una coyuntura histórica en la que aquel tiende inexorablemente a profundizar sus contradicciones internas y actúa implacable, ya sin caretas humanitarias, en un sentido contrario a los intereses de la mayoría trabajadora. El problema es que la pequeña burguesía habla de paz y humanismo, y busca el acuerdo “estratégico” con la oligarquía, cuando el imperialismo se prepara activamente para la guerra y redobla sus prácticas inhumanas.
Así, de renuncia en renuncia, con la “ingenuidad” del humanismo burgués bien pensante, la socialdemocracia en su día hizo en Europa la labor de zapa del fascismo y hoy repite ese papel. Así, a golpe de reformas laborales, procesos de desindustrialización, concentración bancaria, etc, el “socialdemócrata” Holland en Francia, lo mismo que Felipe González en España, Willy Brant en la Alemania de la guerra fria o Ebert (el asesino de Rosa Luxemburgo) en la de Weimar, han ido abriendo el camino, cuando no colaborando activamente en los planes del imperialismo dirigidos a desarmar a la clase obrera de su ideología revolucionaria, descastar su empuje, llevándola por el “errático” camino de la colaboración de clase.
Y es en este contexto concreto de crisis imperialista inhumana y repugnante, en el que propuestas como el Plan B, aparecen más claramente como un engaño que debemos denunciar. El proletariado griego y el francés marcan el camino: luchar en la calle, organizados y unidos contra la generalización de los recortes y de la miseria en la Europa del Capital y de la Guerra.
El idealismo burgués tacha de utópicos a quienes mantenemos que la Unión Europea debe superarse, que los trabajadores deben pelear en su propio país y junto al resto de hermanos de clase, contra el capital y sus instrumentos (la UE, el principal de ellos en Europa) y que únicamente valen las “alianzas estratégicas” con las clases objetivamente interesadas en acabar con la irracionalidad de un sistema que habla de humanismo y progreso mientras liquida los avances que lo hacen posible. Pero lo cierto es que sus propuestas, como este Plan B, son un puro engaño; como la experiencia nos enseña cada día, son un camino sin salida.
1 El PASOK, es una formación socialdemócrata hoy prácticamente desaparecida del panorama político griego, de la que fueron máximos dirigentes los Papandreu. Fue fundada en 1974 y desde entonces se alternó con la derechista Nueva Democracia en el gobierno griego y en la aplicación de las medidas económicas dictadas por la Comisión Europea.
2 La lamentable actuación del grupo parlamentario de IU de entonces, dominado por oportunistas que terminarían en la casa común del felipismo fue un ejemplo de la verdadera naturaleza del «humanismo ingenuo» de la burguesía: 8 de sus 16 diputados se negaron a cumplir el mandato de su Asamblea General y dieron un “si crítico” al Tratado de Maastricht, en lugar de rechazarlo