A. Bagauda
Veíamos en anteriores artículos que la unidad popular es una condición sine qua non para vencer al enemigo de clase, arrancar sus raíces y cambiar el orden social y político.
Así las cosas, la unidad popular, como proceso de acumulación de fuerzas, es la tarea central que la izquierda revolucionaria debe plantearse, y cuyo primer peldaño sería deseable (no necesario) fuese la unidad de las distintas fuerzas que la componen. ¿Por qué? Porque si bien la movilización y la organización de las masas empujan a la izquierda a unirse, también sucede, dialécticamente, que la unidad de la izquierda estimula, galvaniza, la respuesta, movilización y organización popular. Es un proceso dialéctico del que podemos aprender mucho de nuestro Frente Popular de la II República.
Sobre la activación que produce en las masas populares dicha unidad, tenemos un ejemplo cercano en Alternativa Galega de Esquerda (AGE). Fuerza compuesta por Anova, Esquerda Unida, Equo-Galiza y Espazo Ecosocialista Galego, se presentó a las elecciones autonómicas gallegas de 2012 y supuso un verdadero vuelco en el panorama político, no solo electoral. En la anterior legislatura ninguna fuerza de izquierda tenía representación parlamentaria. AGE consiguió de golpe el 14 % de los votos, 9 diputados y ser la tercera fuerza política galega. Fue, además, la primera y segunda fuerza en votos en algunas grandes ciudades de Galicia. Pero lo más importante es el eco que tuvo en la población. Los actos de campaña se desbordaron y llenaron con cientos y miles de personas. Y es que esa unidad representó la voluntad de los sectores populares más conscientes, les había dado aliento, esperanza e ilusión; un referente; algo con y por lo que luchar. Había marcado la senda.
Lamentablemente AGE se quedó recluida en el angosto marco parlamentario y no se tomó en serio (o no pudo, por la idiosincrasia interna y el sustento de clase de algunas de sus organizaciones), salvo algún tímido intento, implantarse y organizarse en concejos, ciudades, barrios, centros de trabajo,…, ¡Qué no hubiera logrado si toda esa ilusión, apoyo electoral,…, lo hubiera transformado en organización!
Este hubiera sido el enfoque correcto, el camino hacia la unidad popular. Mas, su organización se limitaba prácticamente a unas estructuras conjuntas para coordinar su acción parlamentaria. Había sido concebida como una simple coalición electoral. AGE nos muestra lo que pudo ser y no fue. Hay lecciones por sacar pero se escapa a uno de los propósitos de este artículo, que es resaltar la importancia de la unidad de la izquierda para la unidad popular.
No obstante, precisamente por la dialéctica a la que aludíamos, la construcción de la unidad popular es una tarea impostergable para las distintas fuerzas rupturistas con independencia de cuándo se lleve a término su unidad y de los trabajos que se realicen con tal fin. Si bien es apremiante, dada la situación, no se puede esperar sine die para abordar la labor práctica, concreta, cotidiana, por la unidad popular, que pasa, inexcusablemente, por promover y fomentar, o, en su caso, consolidar y fortalecer, estructuras de participación popular que vayan poniendo los cimientos. Esos espacios organizados populares son los que fueron desmantelados, fundamentalmente, en los años de la “Transición”.
No es un trabajo fácil ni “grato”, pero es incuestionablemente necesario, obligado. No es fácil, porque la unidad popular no cae del cielo ni se consigue de la noche al día. Hay mucho por construir, por levantar, y es algo muy laborioso, que requiere de una actividad tenaz, perseverante, con la gente de a pie, con los trabajadores, con los jóvenes, con las masas populares, en los barrios, en los centros de trabajo, en los centros de estudio, etc. Por eso tenemos que ponernos a la faena desde ya.
Y, por otro lado, no es “grato” porque, en general, la izquierda está acostumbrada a una labor política rutinaria y, digamos, “por arriba”, con otras organizaciones con las que nos encontramos cómodos porque hablamos el mismo lenguaje político. Ese lenguaje, esos niveles de entendimiento, complicidad y formación no se dan, al menos al principio, con aquellos que están llamados a ser el sujeto revolucionario y con los que tenemos que bregar. Las fuerzas de izquierda hemos creado un hábito de trabajo de grandes actos, de manifestaciones, que consume las mayor parte de nuestras energías, pero no de trabajo allí donde está la población, nuestros vecinos del barrio, nuestros compañeros de trabajo, nuestros jóvenes, con sus inquietudes, dificultades y problemas. Resulta cuando menos curioso, ligado a lo anterior, que siempre esperamos que los sectores populares, a los que tenemos desatendidos, acudan masivamente a nuestros actos, a las movilizaciones que hemos organizado, y, además, si no lo hacen no pocas veces descargamos sobre ellos la responsabilidad de la problemática situación que vivimos. La miopía política vuelve a hacer acto de presencia.
Esta forma de hacer “política”, en definitiva, si es predominante se convierte en endogámica, nociva y estéril; un trabajo, cuya inercia, de años, no es fácil romper pero que, sí o sí, hay que hacerlo. Obviamente, no decimos que se dejen de hacer actos, participar en foros unitarios,…, porque no siendo suficientes son necesarios y porque, sobre todo, si lo sabemos combinar inteligente y dialécticamente con la obra de calle el producto final será muy beneficioso.
La labor con las masas debe ser, pues, la tarea central de los políticos que queremos transformar la realidad, que queremos ser radicales en la solución de los problemas, de los políticos revolucionarios. Porque no habrá cambio sin unidad popular. Otra cosa es jugar, solo jugar, a la política.
Es precisamente la falta de esta labor política práctica, que obedece a su concepción electoralista, la que ha llevado a mucha gente, incluso a círculos enteros, de Podemos a abandonar dicha organización. También por la desatención a la militancia de base, a las organizaciones de base, de las que, podríamos decir, bajo ese enfoque se puede prescindir en buena medida. Así tenemos a compañeros, que en su día participaron en Podemos, que se quejan amargamente: “En Podemos no hay bases, no hay militantes, el proyecto inicial de los círculos ha quedado en nada. Solo hay dirección, aparato, que es un búnker y no hay forma de que te escuchen”.
Nada de esa política hay en Podemos, ni podía haber. Tampoco en IU/UP, como hemos visto. En junio de 2015, la Presidencia Federal de IU, a propuesta de A. Garzón, aprobó el documento “Hacia la Unidad Popular”. En él se ve cómo siendo el motivo del mismo la cuestión a debate nada se habla de ella, nada de la táctica e intervención política para lograrla, del papel que deben jugar en ello las elecciones, y sí mucho de convergencia electoral, y esto a pesar de que afirma que hay que clarificar “cuestiones relevantes” como “¿a qué llamamos realmente Unidad Popular?” o “¿hacia dónde nos dirige ese camino?” o “¿cuál es el método de la Unidad Popular?”, cuestiones a las que no se da respuesta alguna. Se observa, también, la limitación de los objetivos de las “candidaturas de unidad popular” o, mejor dicho, el planteamiento exclusivo de objetivos tácticos a los que se eleva a categoría de estratégicos: “derrotar al PP y a Rajoy y, también, a las políticas del bipartidismo”, “hacer llegar a las instituciones, al Parlamento y finalmente al Gobierno de España lo que son demandas de la calle y de la amplia mayoría social”, “desalojar a la derecha y a las políticas de derecha de las instituciones”. Se obvian los objetivos estratégicos (romper el “statu quo” monárquico, traer la República, construir la unidad popular) y su íntima relación con los tácticos. Se cae así, una vez más y a pesar (o precisamente por ello) de caras y formas novísimas, en el castrante tacticismo propio del revisionismo.
Todo ello es coherente y consecuente con su concepción parlamentarista y electoralista de la política de la que venimos hablando. El tiempo, no tardando mucho, pondrá a cada uno en su lugar. El problema, la tragedia, es que sus errores políticos los pagarán aquellos a quienes dicen representar.
La unidad popular es, en el momento presente, una cuestión de primer orden tanto desde un punto de vista teórico como del de la práctica política. Su camino puede ser largo y difícil, pero es imprescindible, necesario, inexcusable. Si lo recorremos iremos configurando un bloque popular que en un primer momento responderá con eficacia a las agresiones del capital para pasar, cuando se den las condiciones oportunas, a la ofensiva, al derrocamiento de la oligarquía y su podrida monarquía. Este es el reto que tiene planteada la izquierda revolucionaria.