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  ACTUALIDAD  Artículos  Notas sobre la Guerra Civil española y las Brigadas Internacionales
Artículos

Notas sobre la Guerra Civil española y las Brigadas Internacionales

20 de mayo de 2025
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C. Hermida

(Texto presentado en Livorno el 25 de abril en el acto sobre “La Resistencia y Antonio Gramsci)

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CARÁCTER Y SIGNIFICADO DE LA GUERRA DE ESPAÑA

Durante el primer tercio del siglo XX se forjó en España un fuerte movimiento obrero que aspiraba a la emancipación económica, social y política. Paralelamente, una brillante generación de intelectuales se mostraba abiertamente crítica con la monarquía de Alfonso XIII  y apostaba decididamente por el régimen republicano. La huelga general de 1917 y la conflictividad social del denominado “trienio bolchevique” (1918-1920) pusieron de manifiesto que la clase obrera española había adquirido una madurez política y una conciencia de clase que ponía en peligro la dominación de la burguesía.

La proclamación de la II República el 14 de abril de 1931 abrió una etapa histórica en la que las poderosas organizaciones obreras –CNT, UGT, PSOE y PCE– desafiaron abiertamente el orden social tradicional. El programa reformista de la República –reforma agraria, eclesiástica, militar, educativa, laboral, etc.– pretendía acabar con los privilegios seculares de la oligarquía española. Por primera vez, los trabajadores empezaron a sentirse dueños de su propio destino. Los jornaleros andaluces y extremeños ya no podían seguir siendo tratados como animales. En el campo se implantó la jornada de ocho horas, se formaron Jurados Mixtos para discutir las condiciones laborales y se redactaron Bases de Trabajo que fijaban los salarios. Además, la Ley de Reforma Agraria de septiembre de 1932 estableció la expropiación y reparto de los latifundios, aunque su aplicación, lenta y burocrática, frustró las expectativas de un cambio rápido en el régimen de la propiedad de la tierra.

Pero las clases dominantes no estaban dispuestas a aceptar unas reformas que limitaban su poder político y económico. Desde sus inicios, la República contó con la hostilidad      de los terratenientes, la Iglesia Católica y sectores del Ejército. Valiéndose de sus inmensos recursos económicos, del control de numerosos periódicos (El Debate, ABC, etc.) y de poderosas organizaciones patronales, como la Asociación de Agricultores de España o la Agrupación Nacional de Fincas Rústicas, la derecha se marcó como objetivo no sólo la destrucción del régimen republicano, sino el aniquilamiento de las organizaciones sindicales y los partidos de izquierda. Para las fuerzas derechistas, los trabajadores españoles estaban subvirtiendo lo que ellas consideraban el orden natural: unos mandan y la mayoría obedece. Esa “rebelión de las masas” de la que habló Ortega y Gasset amenazaba con cambiar el mundo y era preciso evitarlo por cualquier medio. Aquellos trabajadores que defendían su dignidad, que ya no bajaban la cabeza ante el amo, que eran capaces de defender sus derechos, que frecuentaban las Casas del Pueblo, leían El Socialista, Mundo Obrero o   Solidaridad Obrera y habían forjado una vigorosa cultura popular, debían ser sometidos y devueltos a la condición de siervos.

Los proyectos políticos e ideológicos de la derecha monárquica quedaron plasmados en la revista Acción Española, fundada en diciembre de 1931, en torno a la cual se agruparon intelectuales derechistas –Maeztu, Pradera, Pemán y Sáinz Rodríguez, entre otros– quienes proponían la rebelión contra la República y la instauración de un estado contrarrevolucionario y tradicional. La filosofía política de Acción Española, centrada en el odio a la democracia parlamentaria, inspiró posteriormente a los responsables de la dictadura franquista.

La primera tentativa antirrepublicana fue el golpe militar encabezado por el general Sanjurjo el 10 de agosto de 1932. El fracaso de la sublevación en Madrid y Sevilla, donde los militares se enfrentaron a una huelga general, frustró esta primera intentona monárquica. Sanjurjo fue condenado a muerte, pero la sentencia fue conmutada por cadena perpetua; la derecha le concedió la amnistía en 1934 y se trasladó a Portugal, donde continuó conspirando.

Un sector de la derecha consideraba que la senda insurreccional no era en esos momentos la adecuada, optando por una vía legalista que pretendía destruir la República desde dentro. Era la postura de Gil Robles, máximo dirigente de la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA) fundada en 1933. En las elecciones de noviembre de ese año, la CEDA obtuvo la victoria electoral, consiguiendo 115 diputados y el 24,4% de los votos, seguida por el Partido Radical, con 104 diputados y el 22% de los sufragios. La izquierda, dividida en varias candidaturas, fue derrotada.

La estrategia de la CEDA, partido que no se declaraba republicano, se estructuró en varias fases: en la primera apoyaría un gobierno del Partido Radical; posteriormente entraría en el gabinete ministerial y, finalmente, Gil Robles, se convertiría en presidente de gobierno. A través de este proceso, la CEDA pondría en práctica su programa, anulando la legislación azañista del primer bienio (1932-1933) y modificando la Constitución para implantar un régimen que nada tendría que ver con la República. Las intenciones de Gil Robles quedaron al descubierto durante la campaña electoral, cuando declaró:

“La democracia no es para nosotros un fin, sino un medio para ir a la conquista de un Estado nuevo. Llegado el momento, el parlamento se somete, o le hacemos desaparecer”.

Los planes de la CEDA se cumplieron en sus dos primeras fases. Entre 1933 y octubre de 1934 formó gobierno el Partido Radical, dirigido por Alejandro Lerroux, comenzando el desmantelamiento de las reformas del primer bienio. El 4 de octubre la CEDA entró en el gobierno, ocupando las carteras de Agricultura, Trabajo y Justicia. La respuesta de los trabajadores ante lo que consideraban un asalto al régimen republicano fue la revolución de Octubre. Aunque la insurrección fracasó en el conjunto del país, los mineros asturianos, agrupados en las Alianzas Obreras, se hicieron con el control de una gran parte de la región entre los días 5 y 20 de octubre. El Gobierno encargó al general Franco la represión del movimiento revolucionario. La Legión y los Regulares ocuparon las cuencas mineras y emprendieron una represión implacable, con torturas generalizadas, violaciones, fusilamientos sobre el terreno y treinta mil detenidos. Las tropas de África actuaron en Asturias con el estilo de una guerra colonial, un ensayo de lo que después se repetiría, en proporciones acrecentadas, durante la guerra de 1936-1939.

Tras el episodio de la Comuna asturiana, la CEDA incrementó su participación en el gobierno, ocupando cinco ministerios, entre ellos el de la Guerra, desempeñado por Gil Robles. La reforma agraria se anuló, miles de familias campesinas fueron expulsadas de las tierras que cultivaban (Ley de Yunteros) y militares claramente antirrepublicanos ocuparon puestos clave en el aparato militar. Franco fue nombrado Jefe de Estado Mayor en recompensa por la represión de la revolución asturiana.

En el otoño de 1935 dos escándalos de corrupción política  hundieron al Partido Radical y Gil Robles consideró que había llegado el momento de ser nombrado presidente del gobierno y culminar la destrucción de la República. Sin embargo, sus planes se frustraron cuando Alcalá-Zamora, Presidente de la República, se negó a entregarle la jefatura del gobierno. Un nuevo gobierno, presidido por Portela Valladares convocó elecciones para febrero de 1936.

El 16 de febrero la izquierda, agrupada en el Frente Popular, ganó las elecciones y se reanudaron con más intensidad las reformas del primer bienio, en especial la reforma agraria. La derecha no aceptó el resultado y Franco, Gil Robles y Calvo Sotelo intentaron que Portela Valladares anulara los comicios y declarase el estado de guerra. Al no conseguirlo, las fuerzas derechistas (Falange, carlistas, la CEDA y Renovación Española), los militares agrupados en la organización clandestina Unión Militar Española (UME) y un grupo de generales comenzaron a conspirar para derrocar la República. No se trató, como después intentó justificar la historiografía franquista, de una rebelión militar en respuesta a una revolución comunista en marcha. Ni había revolución comunista –el PCE había inspirado el Frente Popular y defendía la legalidad republicana– ni España estaba sumida en el caos que denunciaba desde su escaño Gil Robles. Quienes intentaban crear el caos eran los terroristas de Falange con sus sangrientos atentados y los provocadores discursos de Calvo Sotelo llamando a la sublevación militar. Los atentados de los días 12 y 13 de julio, que costaron la vida al teniente Castillo y al dirigente derechista antes citado no tuvieron tampoco nada que ver con la sublevación, cuya trama se inició desde el mismo instante del triunfo del Frente Popular. La derecha había diseñado una estrategia para acabar con la República. Fracasada la táctica legalista de la CEDA, se lanzó abiertamente por el camino de la insurrección y la guerra civil para aniquilar la experiencia republicana e impedir que volviera a repetirse.

La guerra civil fue el camino escogido por la burguesía industrial, los terratenientes, la oligarquía financiera, un amplio sector del Ejército y la Iglesia Católica para aplastar a unas clases sociales que se habían atrevido a poner en práctica un mundo diferente. Aquí radica la explicación de la represión genocida de los sublevados: destruir el proyecto modernizador del régimen republicano y erradicar el movimiento de emancipación social que estaban llevando adelante los sectores populares en los años treinta. La represión franquista no fue producto de las pasiones desatadas por la contienda, como se ha sostenido en ocasiones, sino una operación premeditada y planificada que se ejecutó a través de la guerra civil.

Desde el inicio de la contienda, los militares rebeldes desataron una represión salvaje contra las organizaciones políticas y sindicales de izquierda. Los fusilamientos masivos mostraban una voluntad de exterminio y aniquilación del adversario. El terror generalizado  tenía como objetivo  la extirpación de lo que la derecha consideraba la anti-España. El propio Franco, en una entrevista que concedió al corresponsal estadounidense Jay Allen aseguró que estaba dispuesto a matar a media España para conseguir sus objetivos. Las “Instrucciones” del general Mola dictadas antes de la sublevación y en los primeros días de la guerra  inciden en que la acción de los militares debe ser extremadamente violenta:

“Se tendrá en cuenta que la acción ha de ser en extremo violenta para reducir lo antes posible al enemigo, que es fuerte y bien organizado. Desde luego serán encarcelados todos los directivos de los partidos políticos, sociedades o sindicatos no afectos al Movimiento, aplicándoles castigos ejemplares a dichos individuos para estrangular los movimientos de rebeldía o huelgas” (Instrucción reservada nº 1, de 25-5-1936).

El 19 de julio de 1936, en Pamplona, dirigiéndose a los alcaldes navarros, afirmó:

“Hay que sembrar el terror…, hay que dejar sensación de dominio eliminando sin escrúpulos ni vacilación a todos los que no piensen como nosotros”.

Y en otra ocasión pronunció unas palabras estremecedoras:

“En este trance de la guerra yo he decidido la guerra sin cuartel.  Los militares que no se han sumado a nuestro movimiento, echarlos y quitarles la paga. A los que han hecho armas contra nosotros, contra el Ejército, fusilarlos. Yo veo a mi padre en las filas contrarias y lo fusilo”.

Las declaraciones de otros mandos militares como Yagüe y Queipo de Llano eran del mismo tenor, con insistencia en la voluntad de aniquilar, de arrancar lo que ellos consideraban las “malas hierbas”. No se trataba únicamente de ganar la guerra, sino de borrar y eliminar todo lo que significase libertad de pensamiento, modernización, reivindicación social y progreso. Por ello, el terror alcanzó a poetas, maestros, líderes sindicales, dirigentes políticos y a cualquiera que se identificase con el ideal republicano. Fue una operación vastísima de  limpieza ideológica y social que pretendía destruir hasta sus cimientos el entramado de organizaciones sociales y culturales de los trabajadores: periódicos obreros, ateneos libertarios, Casas del pueblo, bibliotecas populares; en fin, todo lo que el proletariado había construido con enorme esfuerzo desde el último cuarto del siglo XIX fue arrasado. De esta manera, a sangre y fuego, con saña, con decidida voluntad de exterminio, se fue materializando el genocidio republicano.

En varias ocasiones Franco afirmó que prefería una guerra lenta, de ocupación paulatina del territorio que le permitiese una operación de “limpieza” sistemática:

“En una guerra civil, es preferible una ocupación sistemática del territorio, acompañada por una limpieza necesaria, a una rápida derrota de los ejércitos enemigos que deje el país aún infestado de adversarios”.

El avance del ejército sublevado iba siempre acompañado de terribles matanzas. En su marcha por tierras de Badajoz, la columna mandada por el teniente coronel Yagüe  sembró el terror en los pueblos conquistados, fusilando a 6.610 personas. La ciudad de Badajoz fue sometida a un brutal saqueo por parte de legionarios y marroquíes, y en su plaza de toros se fusiló a más de mil republicanos, según hizo constar en sus crónicas el periodista portugués Mário Neves.

La mejor muestra de la mentalidad de los sublevados la ofrecen varias declaraciones de Gonzalo de Aguilera y Munro, aristócrata, terrateniente  y capitán del ejército franquista, que desempeñó el cargo de oficial de prensa de Franco y Mola durante un período de la guerra.

A un periodista norteamericano le dijo sin inmutarse:

“Todos nuestros males vienen de las alcantarillas. Las masas de este país no son como sus americanos, ni como los ingleses. Son esclavos. No sirven para nada, salvo para hacer de esclavos. Pero nosotros, las personas decentes, cometimos el error de darles casas nuevas en las ciudades en donde teníamos nuestras fábricas. En esas ciudades construimos alcantarillas y las hicimos llegar hasta los barrios obreros. No contentos con la obra de Dios, hemos interferido su voluntad. Si no tuviéramos cloacas en Madrid, Barcelona y Bilbao, todos esos líderes rojos habrían muerto de niños, en vez de excitar al populacho y hacer que se vierta la sangre de los buenos españoles. Cuando acabe la guerra destruiremos las alcantarillas. El control perfecto para España es el que Dios nos quiso dar. Las cloacas son un lujo que debe reservarse a quienes las merecen, los dirigentes de España, no el rebaño de esclavos”.

En una entrevista con el periodista inglés Peter Kemp afirmó:

“El gran error que han cometido los franquistas al empezar la Guerra Civil Española ha sido no fusilar de entrada a todos los limpiabotas. Un individuo que se arrodilla en el café o en plena calle a limpiarte los zapatos está predestinado a ser comunista. Entonces ¿por qué no matarlo de una vez y librarse de esa amenaza?”

Y en una conversación con al periodista norteamericano John T. Whitaker declaró:

“Tenemos que matar, matar, ¿sabe usted? Son como animales, ¿sabe?, y no cabe esperar que se libren del virus del bolchevismo. Al fin y al cabo, ratas y piojos son los portadores de la peste. Ahora espero que comprenda usted qué es lo que entendemos por regeneración de España… Nuestro programa consiste… en exterminar un tercio de la población masculina de España. Con eso se limpiaría el país y nos desharíamos del proletariado. Además también es conveniente desde el punto de vista económico. No volverá a haber desempleo en España… ¿se da cuenta?”

El terror se convirtió en la forma de dominación de los militares golpistas. Las decenas de miles de fusilados eran enterrados en fosas comunes, al pie de un árbol, lanzados a profundas simas o arrojados al mar con un peso en los pies. Los pozos de Caudé, en Teruel; la sima de Jinámar, en Gran Canaria; la fosa de Candeleda, en Ávila; la fosa de la Barranca, en la Rioja, y tantas otras, fueron el destino de miles de hombres y mujeres cuyo delito era defender la legalidad republicana.

El furor represivo contó con la bendición de la Iglesia Católica que, con pocas excepciones, apoyó la sublevación militar, denominó “Cruzada de Liberación” a lo que era una guerra de exterminio, participó directamente en la represión y la justificó, considerándola como una obra de depuración y redención. Los militares y falangistas nunca hubieran podido asesinar en masa si la Iglesia hubiera manifestado su oposición. Una actuación decidida de los obispos habría servido para salvar decenas de miles de vidas. Muy al contrario, adoptó una postura beligerante contra la República e incitó al odio y la venganza.

No tenemos todavía una cifra exacta de la represión franquista, y probablemente nunca la conoceremos, debido a la destrucción de documentación que se llevó a cabo tras la muerte de Franco para ocultar la obra genocida, pero contamos con un buen número de estudios y tesis doctorales que nos proporcionan cifras escalofriantes. Los últimos estudios arrojan un total de 130.192 personas asesinadas en la zona franquista durante la guerra (Ángel Viñas, ed.: En el combate por la Historia. La República, la Guerra Civil, el Franquismo. Barcelona, Pasado &Presente, 2012. Pág. 495). Pero todavía hay centenares de fosas comunes por exhumar y habría que añadir los fusilamientos de posguerra, los muertos en cárceles y campos de concentración a causa del hambre, las enfermedades y los malos tratos. La represión franquista no bajará de 200.000 víctimas entre guerra y posguerra.

  •  LAS BRIGADAS INTERNACIONALES

Durante tres años el pueblo español luchó contra el fascismo y escribió una página de heroísmo inigualable, pero fue derrotado por un conjunto de factores: la enorme superioridad en armamento de los franquistas, apoyados desde el inicio de la guerra por Hitler y Mussolini; la traición de Francia e Inglaterra y la farsa del Comité de No intervención y, desgraciadamente, las divisiones entre las organizaciones que apoyaban la República.

Pero el pueblo español no estuvo solo. Contó con la ayuda ayuda de la URSS, de México y de las Brigadas Internacionales, aunque no fue suficiente para   contrarrestar la intervención de la Alemania nazi y la Italia fascista en España.  Caballero.

Y queremos recordar hoy aquí, en este homenaje que rendimos a   Giovanni Pesce (“Visone”) e Onorina Brambilla (“Sandra”), heroicos partisanos, a todos los brigadistas internacionales que vinieron a España a luchar contra el fascismo. Porque esos miles de hombres y mujeres que lo dejaron todo –trabajo, estudios, familia y amigos– eran conscientes de que la guerra que se libraba en suelo español era la antesala de la guerra mundial contra el fascismo.

Las Brigadas Internacionales fueron un aporte fundamental de ayuda militar, pero también moral. Esa solidaridad internacional mostró a los republicanos españoles que no estaban solos; que decenas de miles de hombres y mujeres de decenas de países del mundo miraban a España y estaban dispuestos a morir y luchar por la causa del pueblo español. Alrededor de 35’000 brigadistas de 50 países llegaron a España y lucharon en las principales batallas de la guerra civil.

Pero muy especialmente queremos referirnos a los brigadistas italianos. La inmensa mayoría de los italianos antifascistas que vinieron a España se integraron en el Batallón Garibaldi, que formaba parte de la XII Brigada Internacional. Su comandante era Rodolfo Pacciardi y entre sus comisarios políticos estaba Luigi Longo. El 13 de noviembre tuvieron su bautismo de fuego en el Cerro de los ángeles y participaron en la batalla de la Ciudad Universitaria, Boadilla, Pozuelo, Majadahonda, Morata de Tajuña y Guadalajara.

La Batalla de Guadalajara fue uno de los enfrentamientos más importantes y decisivos durante la Guerra Civil Española. Este enfrentamiento se llevó a cabo entre el 8 y el 23 de marzo de 1937, y tuvo lugar en la provincia de Guadalajara, en la región de Castilla-La Mancha. Una de las características dela batalla fue la lucha entre tropas fascistas italianas y los italianos antifascista encuadrados en la XII Brigada Internacional.

La Batalla de Guadalajara comenzó el 8 de marzo de 1937 con el objetivo por parte de los franquistas  de tomar esa ciudad  y entrar en la capital de España por el norte.  Enfrentados el Ejército Republicano –con cerca de 20.000 efectivos- y el Corpo Truppe Volontarie (CTV) italiano, formado por 35.000 hombres al mando del general Mario Roatta, que recibió el apoyo de la unidad franquista de la División Soria, liderada por el General Moscardó, la lucha comenzó con una primera ofensiva del CTV el 8 de marzo, que concluyó el 11 de marzo con el repliegue de las tropas republicanas ante el empuje de las fuerzas de Mussolini. El CTV italiano lo formaban cuatro divisiones y elementos no divisionarios. Tres de las divisiones estaban nutridas con “camisas negras”, voluntarios de la organización fascista; y la 4ª División, “Littorio”, se integraba con elementos del Ejército italiano, también voluntarios. El objetivo principal del CTV era romper el frente republicano defendido por la 12ª División republicana, 60 kilómetros al norte de Guadalajara. La idea de maniobra planeada consiste en que este cuerpo operará entre la franja de terreno delimitada por los ríos Henares y Tajuña, con la carretera general Madrid-Barcelona como eje de marcha.

La estrategia de ataque macerada por los jefes italianos consistía en lanzar a su infantería junto con tanques y vehículos ligeros para abrir brecha en el frente controlado por los republicanos en el sector del norte de Guadalajara, tomando Brihuega y rodeando a los defensores de Madrid desde el noroeste, para llegar hasta Alcalá de Henares. El 10 de marzo, las tropas nacionalistas de Moscardó tomaron las localidades de Jadraque, Bujalaro, Castilblanco de Henares, Ledanca y Miralrío.

Y, posteriormente, entre el 12 y el 14 de marzo, el ejército republicano fue atacado duramente por las tropas franquistas hasta el punto que llegó a ceder numerosas posiciones y localidades. En los días posteriores, entre el 15 y el 23 del mismo mes, se produjo la contraofensiva republicana definitiva, que contó con el auxilio de las Brigadas Internacionales.

Uno de los episodios más relevantes de la batalla se produjo en los alrededores de Brihuega, junto al Palacio de Ibarra. Este emplazamiento albergó una particular guerra fratricida entre italianos, al enfrentarse el Batallón Littorio, integrado en el CTV enviado por Mussolini para apoyar a Franco, y el Batallón Garibaldi republicano.

Durante los primeros días de la batalla, los franquistas tuvieron éxito y consiguieron avanzar de manera significativa. Sin embargo, los republicanos respondieron con una ofensiva sorpresa que tomó a los nacionalistas por sorpresa. Las tropas republicanas rodearon a los franquistas y comenzaron a atacar sus flancos. .A pesar de que las fuerzas franquistas eran superiores en número y armamento, la falta de coordinación y un plan bien definido significó que su avance fue lento y laborioso. El terreno escarpado y difícil dificultaba los avances de las tropas. Además, la resistencia republicana se fortaleció con la ayuda de brigadas internacionales que llegaron a la región. La Batalla de Guadalajara llegó a su fin el 23 de marzo de 1937. A pesar de que las tropas franquistas se habían acercado a la ciudad de Guadalajara, no lograron capturarla. Los republicanos, por su parte, habían conseguido contener el avance franquista y tomar la iniciativa en los últimos días del conflicto. El resultado final de la Batalla de Guadalajara fue una victoria para los republicanos. La operación ofensiva franquista había fracasado, en gran parte debido a la falta de coordinación y un plan mal diseñado. Además, la resistencia republicana y las brigadas internacionales habían fortalecido la capacidad de defensa de los republicanos y habían contribuido decisivamente a la victoria. En conclusión, la Batalla de Guadalajara fue un episodio importante en la Guerra Civil Española. Esta batalla demostró que las tropas republicanas eran capaces de resistir y repeler un ataque ofensivo, incluso cuando se enfrentaban a fuerzas superiores. Además, esta batalla hizo que Franco abandonara la idea de tomar Madrid, que había sido su principal objetivo desde que comenzó la contienda. En 1938 el presidente Negrín decidió que las Brigadas Internacionales abandonaran España, como gesto de buena voluntad frente a Inglaterra y Francia, buscando que las potencias fascistas hicieran lo mismo y sacaran a sus tropas de España. Evidentemente no fue así. La sangre de los camaradas italianos regó las tierras de España y eso crea lazos indestructibles entre los trabajadores. Nunca olvidaremos a Giovanni Pesce, ni a los miles de compatriotas que vinieron luchar y a morir en nuestra guerra. Fueron un ejemplo de internacionalismo proletario, de dignidad, de solidaridad y los llevaremos siempre en la cabeza y en el corazón. 

  ¡¡¡VIVAN LAS BRIGADAS INTERNACIONALES!!!

¡¡¡HONOR Y GLORIA A LOS BRIGADISTAS ITALIANOS!!!

¡¡¡VIVA EL SOCIALISMO!!!

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