David Marí
El turismo representa más del 11% del PIB español y, exceptuando los tiempos de pandemia, este porcentaje no ha hecho más que crecer. Está claro cual es la estrategia económica española: ser el chiringuito de Europa. El estado español lleva a cabo desde hace muchas décadas un proceso de desindustrialización para rendir las fuerzas productivas al ladrillo y a la hostelería. El negocio del ladrillo hace 16 años que estalló y ahora sólo nos queda la hostelería, empresas de logística y recambios, una agricultura nada competitiva, reductos industriales en Euskadi y Cataluña, y un paro juvenil abrumador que roza el 30%.
Este proceso no sucede sólo aquí, es algo común en toda Europa. En esta fase tan avanzada del imperialismo, la producción del sector industrial se ha deslocalizado en países donde hay menos regulaciones y mano de obra barata. La ganancia se la llevan los de siempre, claro está.
Esto nos ha dejado a los jóvenes españoles un mercado laboral en el que muchos de nosotros no somos necesarios. No hay un lugar en el que desarrollar las carreras profesionales de ingenieros, técnicos, investigadores y científicos. En la división actual del trabajo esto significa dos cosas: o te conformas con un trabajo precario en el sector hostelero y servicios, o te vas fuera de tu hogar a trabajar.
Desde el estallido de la burbuja inmobiliaria, comienza un proceso de adquisición de viviendas por parte de la banca nacional e internacional, fondos buitres y de inversión como Blackstone (posee un 66.83% de las viviendas alquiladas por grandes empresas de Madrid – datos de abril de 2024), que afecta a los barrios más pobres de las capitales españolas. Pisos adquiridos a un precio ínfimo revalorizados y convertidos en apartamentos turísticos para las clases pudientes extranjeras.
Al propietario, grande o pequeño, le es más rentable alquilar la vivienda a turistas durante tres meses del año que aceptar el alquiler que le puedan pagar la familia trabajadora que vive en su hogar. Si a esto sumamos el problema de los nómadas digitales, tenemos un caldo de cultivo perfecto para el desarrollo del turismo.
Al capital la crisis del ladrillo le sale redonda. Con la división del trabajo y la desindustrialización, los jóvenes nos vemos empujados a trabajar en el sector hostelero y en servicios relacionados íntimamente con el turismo, convirtiéndonos en mano de obra baratísima. Mientras, las familias trabajadoras se ven obligadas a abandonar los barrios que tradicionalmente eran de clase obrera, para vivir fuera de la ciudad mientras trabajan en ella.
Esto viene acompañado de un deterioro de las condiciones de vida de la clase trabajadora: al irse fuera de la ciudad, pero trabajando dentro de ella, sufrimos una bajada de salario real, ya que dedicamos más tiempo y dinero al transporte entre nuestra casa y el trabajo. El alquiler, aunque fuera de la ciudad, sigue siendo desorbitado. Y a esto aún habría que añadirle la inflación.
Las ciudades, convertidas en mercancía, cambian escuelas, parques, plazas, comercios locales, por franquicias y cadenas internacionales para agradar al turista extranjero. Este deterioro de los espacios comunes se ve reforzado por la presencia de la policía, que se asegura de que los desahucios se lleven a cabo para hacer sitio a los nuevos inquilinos.
Los jóvenes encontramos un entorno nada familiar y hostil, ajeno a todo lo que hemos conocido mientras crecíamos. Presenciamos las principales contradicciones entre la burguesía y nuestra clase delante de nuestras narices. Cuando cierran la carnicería de nuestra vecina y abren un local de “boba tea”, estamos observando al capital sacando el máximo rédito de nuestros espacios. Es así como los barrios de las ciudades donde históricamente ha vivido la clase trabajadora se convierten en mercancía. El uso que nosotros le damos al barrio no ofrece el mayor beneficio al empresario burgués. Este quiere convertir cada rincón de nuestras vidas, ya no solo el trabajo, en un lugar del que sacar dinero.
Los edificios, el suelo, cada espacio abierto, se transforma en dinero. Ya no es el parque donde jugábamos de pequeños, la calle peatonalizada donde cenábamos a la fresca con nuestras familias, ni tampoco el lugar en el que quedar con los amigos para hablar de nuestras cosas. Se convierte, fría y sórdidamente, en dinero. Sin importar el uso que le podamos dar, eso no le importa al burgués, pero a nosotros sí. Y mucho.
El capitalismo hace tiempo que nos ataca hasta en nuestros hogares. No solo desahuciando, también con viviendas turísticas que suben el precio del alquiler de las zonas. Sustituye el comercio local y de proximidad por franquicias multinacionales. Mata a los barrios y expulsa a sus habitantes.
Es crucial recuperar los espacios en los que hemos crecido, pues son los mismos lugares en los que ahora nos vemos forzados a consumir para hablar con nuestros amigos y compañeros de trabajo. Es necesario para ello construir organizaciones populares en los barrios y pueblos que pongan por delante a los trabajadores. Dejarles claro a los especuladores que si quieren tocar uno de nuestros espacios no les vamos a dejar. No lo permitiremos. Pero debemos tener la fuerza necesaria para ponernos delante de ellos.
Así se construye una república de carácter popular, fortaleciendo y uniendo las luchas de pueblos, barrios, lugares de trabajo, colectivos, organizaciones populares… Es decir, necesitamos construir una República popular y federativa que asegure el poder de los trabajadores. ¿Qué proponemos? Una economía planificada, en la que no se permita el caos que hay ahora para explotar todos y cada uno de los aspectos de nuestras vidas. Evidentemente, aquí entra también el turismo. La anarquía de este sector sólo puede regularse a través del poder popular. Los pueblos y ciudades son para quien los habita y trabaja en ellos. Habría que añadir, lógicamente, puestos de trabajo dignos para los trabajadores de las ciudades. No puede existir una cosa sin la otra.
El trabajo en los barrios y pueblos es vital. Hay que ayudar a las asambleas populares y de barrio a avanzar. Debemos trabajar en ellas diariamente, siendo ejemplares en nuestra militancia. Construir una red en la que se unan las luchas locales. Convertir estas en luchas colectivas.
¡Militemos con nuestros vecinos!¡Participemos en el movimiento popular!¡Unámonos con las masas para recuperar nuestra vida en el barrio!¡Arranquemos de los especuladores nuestras viviendas!