por Agustín Bagauda
Nada nuevo bajo el sol. La situación política no ha variado sustancialmente en relación con los meses pre-estivales y ha estado (y sigue) centrada en la política de salón y el mezquino juego parlamentario, derivados del 26-J, con su proceso de investidura y sus prolegómenos, especialmente las negociaciones y pacto de PP y Ciudadanos, su marca blanca, objeto de atención constante, cansina, de cámaras y micrófonos de los grandes medios. Mientras, los problemas siguen vivos, palpitantes, lacerando el cuerpo de nuestro pueblo, de nuestros pueblos. Mientras, se siguen tomando disposiciones antidemocráticas como la expulsión de Otegui de las listas electorales.
Ese pacto es la continuidad de la política neoliberal, a que estamos acostumbrados desde 2010, y del autoritarismo y leyes y normativas reaccionarias y antidemocráticas, porque ninguna cuestiona, de los últimos años. Su primer párrafo condensa su espíritu: “Consideramos fundamental mantener un firme compromiso con la estabilidad presupuestaria y el cumplimiento del Pacto de Estabilidad y Crecimiento de la Unión Europea”.
Más de lo mismo: sujeción a la UE del capital, recortes, ataque a lo público, degradación de las condiciones laborales y de vida,… Por otro lado, con ese pacto Ciudadanos se va desenmascarando y dejando de tener un perfil propio porque no le importa perder credibilidad (“Donde dije digo, digo Diego”) si con ello gana España (¡su España!, claro).
Sobre la base de este pacto ambos partidos se han presentado a la investidura. Conocido por todos es el resultado de la misma. Sánchez ha dicho no a Rajoy y, señala, seguirá diciéndolo. Y siendo objeto de todo tipo de presiones. Y el señor Rivera, no obstante lo anterior, en la recta final de la fallida investidura ha tomado distancia del PP y, sobre todo, de M. Rajoy (no se vaya a quemar), del que dice no confiar (“Esperamos a un nuevo candidato del PP, señor Rajoy”), y da por finalizado el pacto. Muchos conciudadanos se preguntan si habrá terceras elecciones, que aunque no se puede saber con certeza es cosa posible pero no probable.
Normalmente los principales medios de comunicación, en manos de la oligarquía, nos muestran y entretienen con los efectos, no las causas, no la dinámica interna de los fenómenos. Nos muestran la manzana que cae del árbol pero no la ley a que está sujeta. Hemos asistido, y asistiremos, a una serie de negociaciones y acuerdos, de tentativas, al juego institucional, a discursos políticos y declaraciones y a la votación de investidura (tejemanejes y maniobras entre bambalinas son velados) que obedecen, esencialmente, a fuerzas que actúan en profundidad y que no son otra cosa que las luchas de distintas clases, o sectores de clase, en liza. En este sentido, la falta de acuerdo entre los grandes partidos no es sino la lucha entre distintas facciones de la burguesía, debido a sus propias contradicciones, que tiene una crisis de gobernabilidad que se expresa en la realización de aquellas segundas elecciones y en la actual posibilidad de unas terceras. Una crisis política que alcanza al conjunto del régimen y que deben resolver porque puede tornarse peligrosa. Unas terceras elecciones agravarían aún más dicha crisis, por lo que es sensato pensar que los políticos de la monarquía harán lo preciso para sortearlas.
Nos figuramos que esta burguesía, momentáneamente enemistada y, por tanto, vulnerable, habrá dado gracias a su Dios porque su antagonista, la clase obrera, los trabajadores, el pueblo, no está organizado políticamente y se halla débil. De lo contrario, cuando menos, le pondría en un aprieto, y bien dirigido, cohesionadas sus filas, le disputaría eficazmente, y podría arrebatarla, el poder (la lucha política es eso y no otra cosa, la lucha por el poder). Eso es lo que nos falta, organización y movilización de las más amplias masas populares con un objetivo político claro, de ruptura, de cambio real, de transformación. Esa debe ser la tarea de la izquierda revolucionaria.
Teniendo como fondo la penuria de la mayoría trabajadora, su debilidad política y la crisis política que atraviesa la burguesía, ¿qué papel ha jugado la principal fuerza de la izquierda parlamentaria en este proceso de investidura? En lo que es la investidura en sí, si bien hay que reconocer al señor Garzón un discurso de clase, también (y es lo relevante, lo definitorio) hay que decir que éste se ha limitado a echar en cara a Rajoy sus barrabasadas y a señalar el diagnóstico de la situación. Pero, ¿de qué nos sirve el diagnóstico de una enfermedad si no se le da la medicina al enfermo?, ¿de qué ese latiguillo de “Salud y República”, que llega a ser grotesco, cuando no se hace una alegato de ella y se plantea con firmeza su alternativa y necesidad; los instrumentos, medios y modos para alcanzarla?
Sí, ha dicho que este país necesita “un nuevo orden social, una sociedad distinta”. Incluso que hay que “romper con un régimen político y económico”, con un “sistema económico criminal”. Mas, ¿qué “nuevo orden” es ése, qué “sociedad”? ¿En qué marco político se van a levantar? ¿Quiénes están llamados a ello? ¿Cómo romper el “régimen político y económico”, ese “sistema criminal”, y qué y cómo construir en su lugar? ¡Ambigüedad e indefinición política que en nada compromete! No pasan de ser bonitas palabras para engañar a incautos; una mera declaración de intenciones que queda en el estéril terreno de la abstracción. Y es que dar respuesta a estas preguntas y llevarla a la práctica política significa transcender el Parlamento, la lucha institucional. Y eso son palabras mayores, eso es hacer POLÍTICA.
La actitud de Unidos Podemos, incluida la dirección actual de IU, no es sino la expresión de la pequeña burguesía temerosa, contradictoria e impotente por su propia naturaleza, que recuerda a aquella burguesía española del XIX que no se atrevía a enfrentarse abiertamente a la nobleza feudal, a la aristocracia terrateniente y a la camarilla real, árbol al que se arrimaba porque le preocupaba más la incipiente clase obrera y la movilización popular; esa burguesía que temía hacer su revolución y que, por ende, ceñía su actividad al angosto parlamentarismo.
El mismo M. Rajoy, en respuesta a P. Iglesias, apuntaba que el objeto del debate de investidura no debía ser otro que el de establecer “qué hacer y cómo hacerlo”. Le tenemos que dar la razón. Señor Iglesias, señor Garzón, ¿qué tiene que hacer, en su propio interés, nuestro pueblo, y sus representantes políticos, y cómo hacerlo? ¿Por qué no aprovechan y hablan de ello en una tribuna y en un acto como una investidura cuya audiencia es de millones de personas? ¿Por qué no hacen desde la misma un llamamiento a aquellos sectores sociales a quienes dicen representar a la lucha para “romper con el régimen”, con este “sistema criminal”, a crear un “nuevo orden” y “una nueva sociedad”? Preguntas retóricas. La política no es cosa de las masas sino de intelectuales y egregios personajes, que son los que saben, ¿verdad?; el Parlamento es el fin, no un medio, porque allí todo se puede resolver, ¿no es así?
Cuánta razón tenía Joaquín Costa cuando afirmaba con sencillez, pero al tiempo con tino y lucidez, en tiempos de una España con regusto feudal que “La idea de España va indisolublemente unida a la idea de revolución. No hay derecho para alegar escrúpulos constitucionales. Las revoluciones se hacen revolucionariamente o no se hacen de ningún modo. Los parlamentos sirven para consagrarlas, mas no para hacerlas” (“Oligarquía y caciquismo”).
Y es que no queda otra. Para acabar con la España de “charanga y pandereta”, que todavía arrastramos, con la España de la corrupción, de los amiguetes y “compiyoguis”, de los ladrones, magnates y especuladores; para acabar con la España de la mordaza, de la putrefacta y continuista monarquía, que nos condena al paro, la precariedad, la miseria y el exilio, no hay más camino que la revolución. Y, tengámoslo claro, “se hace revolucionariamente”, con el pueblo en la calle, organizado, “o no se hace”, porque el Parlamento “no sirve para hacerla”. Señores capitostes de Unidos Podemos, ustedes son especialmente escrupulosos.
Nihil novum sub sole.