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Cuando pensamos en revoluciones nos vienen a la mente imágenes de enormes masas humanas asaltando palacios, empuñando armas improvisadas y luchando contra el poder establecido. Vemos pues el concepto abstracto de “pueblo” materializado en esa masa viviente y colectiva, formada por cientos o miles de individuos que actúan coordinadamente y entendemos que la revolución es una tarea “masiva” (es decir, de masas) en la que la mayoría se alza para terminar con el dominio de la minoría. De este análisis simple se desprende que, en el momento de la revolución, las mayorías son las protagonistas mientras que las minorías son sus antagonistas.
Por eso es fundamental que los y las comunistas tengamos muy clara la relación entre la mayoría social y la vanguardia revolucionaria, pues ni durante la ya finalizada etapa revolucionaria democrático-burguesa (1789-1871), ni durante la aún vigente etapa proletario-socialista, el elemento organizador y director de la revolución representaba más que una porción mínima del total de las masas movilizadas. Es decir, el germen revolucionario era una minoría dentro de la mayoría.
En esta cuestión, como en tantas otras, Lenin ya expuso con asombrosa claridad cuál debía ser nuestra premisa de partida:
En la época del capitalismo, cuando las masas obreras son sometidas a una incesante explotación y no pueden desarrollar sus capacidades humanas, lo más característico para los partidos políticos obreros es justamente que sólo pueden abarcar a una minoría de su clase. El partido político puede agrupar tan sólo a una minoría de la clase, puesto que los obreros verdaderamente conscientes en toda sociedad capitalista no constituyen sino una minoría de todos los obreros. Por eso nos vemos precisados a reconocer que sólo esta minoría consciente puede dirigir a las grandes masas obreras y llevarlas tras de sí. Discurso sobre el papel del Partido Comunista. Lenin. 23 de julio de 1920.
Si ya hace cien años el capitalismo mantenía a las grandes masas obreras alejadas de la conciencia y la acción revolucionaria a base de explotación brutal y descarnada, este nuevo siglo acompasa una explotación aparentemente más suavizada y sutil, con todos los lujos de la “edad de oro del entretenimiento” (aunque sería más apropiado hablar de distracción) además de toda una serie de preocupaciones parciales (presentadas como “luchas”) patrocinadas desde los cuadros de mando del régimen capitalista para producir en definitiva el mismo efecto del que nos advertía Lenin; la reducción de la consciencia revolucionaria a una minoría dentro del conjunto del proletariado.
Ante esta perspectiva, las tareas del Partido de la revolución y de sus militantes son extremadamente delicadas, pues debemos cuidarnos de caer en interpretaciones infantiles del famoso concepto de la “acumulación de fuerzas” enfocadas hacia la conversión del partido en un frente de masas, abandonando su naturaleza de escuela de cuadros, es decir, de organizadores profesionales de la revolución, pero también debemos huir de un dogmatismo exterior que nos aleje de la realidad del proletariado y nos pretenda convertir en la vanguardia de la vanguardia, es decir, una especie de élite “ultramarxista” encerrada en sí misma y en sus análisis, posiblemente correctos, pero incapaces de movilizar a las grandes masas hacia la revolución.
Como Lenin nos recuerda, nuestro papel como minoría consciente es la de organizar a las masas, no convertirnos en las propias masas, y esto implica aparecer junto a ellas en multitud de escenarios “interclasistas” e incluso el presentar apoyos concretos a cuestiones tácticas, puntualmente interesantes para elevar el nivel de consciencia general del conjunto de la sociedad a pesar de no ser puramente revolucionarias.
Solo combinando esta táctica de proximidad a las masas con una estrategia y una dirección interna férreamente orientadas por el marxismo-leninismo será posible generar un movimiento lo suficientemente amplio y masivo como para llevar a la práctica la revolución, encabezando y dirigiendo el movimiento popular en su conjunto desde nuestra posición de vanguardia revolucionaria, es decir, de minoría consciente del proletariado.
Para concluir, vale la pena volver a citar a nuestro organizador revolucionario por excelencia, Lenin:
Es indudable que la revolución nos aleccionará, que aleccionará a las masas populares. Pero la cuestión, para el partido político en lucha, consiste ahora en saber si sabremos enseñar algo a la revolución, si sabremos aprovecharnos de lo justo de nuestra doctrina, de nuestra ligazón con el proletariado, la única clase consecuentemente revolucionaria, para imprimir a la revolución un sello proletario, para llevar la revolución hasta la verdadera victoria, decisiva, efectiva, y no verbal, para paralizar la inconsistencia, la ambigüedad y la traición de la burguesía democrática. Lenin. Dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática. 1905.