C. Hermida
El 8 de mayo de 1945 finalizó la Segunda Guerra Mundial en Europa. Ochenta años después, la contienda bélica más sangrienta de la Historia sigue siendo objeto de atención y análisis por parte de los historiadores. Aunque hay una opinión casi generalizada entre los especialistas en considerar que esta fue una guerra justa, una guerra que era preciso ganar para librar a la humanidad de la barbarie, existen diferentes lecturas y perspectivas que rebasan el tradicional marco interpretativo de la lucha entre fascismo y antifascismo.
Ahora bien, lo que es evidente e incuestionable es que la guerra la ganó la Unión Soviética y gracias a su inmenso sacrificio el fascismo fue derrotado.
El 22 de junio de 1941 un inmenso ejército alemán, que integraba también tropas de países fascistas aliados de Alemania, atacó, sin previa declaración de guerra, a la Unión Soviética. En esos momentos Hitler era dueño de Europa y solo el Reino Unido resistía a la máquina de guerra germana. Durante tres años la Unión Soviética resistió la embestida de la Werhmacht. Stalin pidió en repetidas ocasiones a Estados Unidos, que había entrado en la guerra en diciembre de 1941, que abriera un segundo frente en Europa para aliviar la presión que ejercía el ejército alemán sobre la URSS. Sin embrago, con excusas de tipo técnico y logístico, el gobierno estadounidense fue retrasando dicha apertura. Es evidente que el desembarco en Europa no era una tarea sencilla y conllevaba un inmenso despliegue de fuerzas que requería tiempo reunir y coordinar, pero también es cierto que Estados Unidos y el Reino Unido, como potencias capitalistas, estaban interesadas en que la Unión Soviética sufriera el mayor desgaste posible y saliera debilitada de la guerra. No olvidemos que la II Guerra Mundial fue en el sentido político una guerra extraña, en la que la burguesía inglesa y estadounidense no tuvieron más remedio que aliarse con un país socialista para poder vencer al capitalismo alemán.
En los tres primeros meses de la guerra los soviéticos sufrieron continuas derrotas y los alemanes ocuparon las repúblicas bálticas, Bielorrusia, Moldavia y casi toda Ucrania. A pesar de las enormes pérdidas, la Unión Soviética resistió, y fue esa resistencia la que impidió que Hitler ganara la guerra. Si Stalin se hubiese rendido, como hizo el gobierno francés en junio de 1940, los nazis habrían controlado las gigantescas reservas de materias primas del país, así como innumerables empresas e industrias. Con ese potencial económico en sus manos, no es difícil aventurar que el gobierno británico no hubiese podido continuar la lucha, pactando algún tipo de acuerdo con Alemania. No es exagerado afirmar, por tanto, que la tenacidad del pueblo soviético fue trascendental para el curso de la guerra.
En la primavera de 1942 el ejército alemán, que había sido frenado en diciembre de 1941 a las puertas de Moscú, reanudó la ofensiva y en septiembre comenzó la batalla de Stalingrado. La conquista de la ciudad se convirtió para Hitler en un objetivo prioritario, pero su defensa adquirió también un valor simbólico para los soviéticos. Durante meses se combatió en la ciudad, que quedó completamente destruida, y los soldados soviéticos dieron innumerables muestras de heroísmo. El 2 de febrero de 1943 lo que quedaba del VI ejército alemán se rindió. El mariscal Von Paulus, 24 generales y 90.000 soldados fueron hechos prisioneros. Durante todo el período de la batalla los alemanes perdieron 1.500.000 hombres, aproximadamente el 25% de todas las fuerzas que operaban en el frente soviético, 2.000 tanques, 10.000 cañones y 3.000 aviones. El desastre fue de tal magnitud que los alemanes ya no se recuperarían. La victoria de Stalingrado fue el resultado de varias causas. Una de ellas fue la enorme capacidad industrial de la URSS proporcionada por la economía planificada. En segundo lugar, la identificación entre el pueblo y el Partido Comunista y, finalmente, la capacidad de Stalin para tomar las decisiones adecuadas y dejar una amplia iniciativa a los oficiales del Estado Mayor.
Durante tres años la URSS luchó sola. El sacrificio y las penalidades soportadas por el pueblo de la URSS fueron enormes: 27 millones de muertos; 1.700 ciudades, 27.000 aldeas y 32.000 empresas industriales destruidas. La URSS perdió el 30% de su riqueza nacional y el conjunto de sus pérdidas constituyó el 40% de todas las sufridas por el conjunto de los combatientes. El aporte decisivo de la URSS adquiere también su verdadera dimensión cuando se analizan las bajas del ejército alemán en territorio soviético. El número de muertos y heridos de los alemanes en el frente del este fue seis veces superior al que tuvieron en el frente occidental y mediterráneo, y allí fue destruido el 75% de su armamento.
El primer ministro británico Winston Churchill y el presidente estadounidense Roosevelt reconocieron la inmensa aportación de la URSS a la derrota del nazismo, pero los años de la Guerra Fría dieron paso al triunfo de la propaganda anticomunista.. En el imaginario popular Normandía fue el hecho que selló la derrota de la Alemania nazi, mientras que Stalingrado va cayendo en el olvido. Es una forma de ocultar el papel de la URSS en la guerra. Pero hay algo que la burguesía no logrará borrar ni eliminar de la memoria histórica: la bandera roja con la hoz y el martillo ondeando en Berlín en lo alto del Reichstag el 2 de mayo de 1945.
Terminamos este artículo rindiendo homenaje a los miles de mujeres y hombres españoles exiliados en 1939 que, en Francia, México, la URSS, el Reino Unido, la República Dominicana y en tantos países, continuaron fieles al ideal republicano; nunca se rindieron y combatieron al fascismo con las armas y la pluma hasta derrotarlo en 1945, y luego continuaron su combate contra el régimen franquista. Allí donde un republicano español se asentó, hubo un luchador antifascista. Hombres y mujeres que nunca aceptaron la derrota, que mantuvieron viva la llama republicana. Allí donde tantos claudicaron, ellos supieron mantenerse firmes, escribiendo una página brillante, no sólo de la Historia de España, sino de la Historia de la Humanidad.