C. Hermida
Han transcurrido 72 años desde la muerte de Stalin (5 de marzo de 1953) y las deformaciones, mentiras y tergiversaciones sobre el gran dirigente soviético siguen difundiéndose por todos los medios, aunque en los últimos años han aparecido también algunas publicaciones –ciertamente minoritarias– que intentan restablecer la verdad histórica, aunque el muro de falsedades levantado por la burguesía es difícil de penetrar.
Lo primero que destaca de la literatura antiestalinista es su escaso rigor metodológico, pues se basa en la repetición de clichés en muchos casos acuñados por Trotski y otros creados durante los años de la Guerra Fría. Ambos tienen en común el establecer un discurso al margen de las fuentes documentales y de los archivos, lo que convierte estos textos en pura propaganda. Y ya sabemos que propaganda e historiografía científica son incompatibles. Es realmente lamentable comprobar como los antiestalinistas profesionales ignoran la documentación que se ha puesto a disposición de los historiadores tras la desintegración de la URSS.
Un mínimo de honestidad profesional obliga al historiador a modificar determinados juicios y posicionamientos a medida que las fuentes archivísticas arrojan nueva luz sobre el pasado, viéndose obligado en ocasiones a cambiar radicalmente su visión de las cosas. Pero ese es el caso de verdaderos historiadores, y en el caso de los antiestalinistas estamos en presencia de gacetilleros que escriben al dictado de las clases dominantes y, en consecuencia, son ajenos a eso que conocemos como honradez profesional y objetividad histórica. La mayoría de lo escrito sobre Stalin carece de valor histórico, pues es un material elaborado al margen de las más elementales reglas de la ciencia historiográfica, que se basa en unas normas claras y precisas:
-Análisis exhaustivo y crítica de las fuentes documentales.
-Verificación de los hechos mediante la comparación de diferentes testimonios.
-Contextualización histórica a la hora de explicar los acontecimientos.
-Aproximarse al hecho histórico sin prejuicios, lo que no significa neutralidad ideológica, pero sí abordar los datos sin anteojeras.
Solo una aproximación basada en estas premisas permite entender la figura del dirigente comunista sin caer en demonizaciones ni hagiografías. Y lo que se desprende de los hechos históricos tiene poco que ver con las semblanzas al uso.
Stalin fue un dirigente bolchevique que desempeñó un papel absolutamente relevante antes de la Revolución de Octubre y posteriormente. La planificación económica acometida entre 1928 y 1941 convirtió la URSS en una gigantesca potencia industrial, militar y científica, experimentando un inmenso desarrollo cultural, permitió la cualificación profesional de millones de obreros campesinos y dotó país de los medios que le permitieron derrotar a la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial. La construcción del socialismo en un breve período de tiempo es un logro de Stalin innegable e impresionante. Y se hizo en unas condiciones extremadamente difíciles, cuando el fascismo se apoderaba de una buena parte de Europa y las llamadas democracias occidentales cedían ante Hitler.
Las deformaciones a que está sometida la figura de Stalin, a quien en el colmo de las aberraciones históricas se identifica con Hitler, responde a un solo objetivo: difamar la figura de un dirigente comunista que hizo temblar a la burguesía mundial, construyó un modelo social, político y económico alternativo al capitalismo, y levantó oleadas de entusiasmo entre el proletariado mundial.
Por mucho que se disfrace, el antiestalinismo es anticomunismo. Contraponer a Lenin y Stalin es una burda maniobra que pretende separar y fragmentar un proceso histórico jalonado por fuertes contradicciones, pero dialécticamente unido en un objetivo: la construcción del socialismo. A la altura de 1928, no había más que una salida para la Rusia soviética: construir el socialismo o sucumbir bajo la presión combinada de la oposición interna y de la presión internacional. El socialismo en un solo país no era una utopía contrarrevolucionaria como siguen manteniendo los náufragos trotskistas, sino la única alternativa plausible.