Por Carlos Hermida | Octubre nº 89
Tras el fracaso de la ocupación de fábricas en 1920, la burguesía italiana pasó a financiar ampliamente a los grupos fascistas. Contando con amplios medios económicos y con la connivencia del aparato del Estado, los fascistas llevaron a cabo durante 1921 sistemáticos actos de violencia contra las organizaciones obreras: asesinatos de militantes de izquierda, incendios de locales sindicales, destrucción de periódicos e imprentas, etc. En su libro “El nacimiento del fascismo”, escrito en 1938 en el exilio, el socialista Angelo Tasca denunció la ola de barbarie perpetrada por el fascismo contra los trabajadores italianos:
“la expedición de castigo se convierte, a finales de 1920, en el método habitual de expansión del fascismo… La expedición de castigo parte, pues, casi siempre, de un centro urbano y se difunde por el campo circundante.
Montados en camiones y armados por la asociación agraria o por los almacenes de los regimientos, los “camisas negras” se dirigen al lugar fijado como meta de su expedición.
Una vez llegados, empiezan golpeando con bastones a todos los que se encuentran por las calles y que no se descubren al paso de los banderines, o que llevan una corbata, un pañuelo o una blusa de color rojo. Si alguien protesta, si se hace un gesto de defensa, o si un fascista es herido o tan solo empujado, el “castigo” adquiere mayores proporciones. Se dirigen, luego, a la Bolsa de Trabajo, al Sindicato, a la Cooperativa o a la casa del Pueblo; hunden las puertas, arrojan a la calle mobiliario, libros, mercancías y lo rocían todo con gasolina; minutos después, todo está ardiendo. A todos aquellos que encuentran en el local, les golpean salvajemente o les asesinan… Lo más corriente es que la expedición salga con un objetivo preciso, el de “limpiar” la localidad. Los camiones paran entonces frente a los locales de las organizaciones “rojas” y se procede a su destrucción… Cuando el dirigente local resiste, a pesar de todas las amenazas, se le suprime. Van por la noche a su casa y le llaman, dando una excusa cualquiera para evitar su recelo: en cuanto abre la puerta, descargan sus armas sobre él, matándole allí mismo. A menudo, la víctima deja que se lo lleven, para evitar que las represalias alcancen a su familia. Los fascistas se lo llevan al campo, donde es encontrado muerto al día siguiente… El terror se mantiene con amenazas e intimidaciones, que los fascios envían y publican, sin que nunca tenga lugar la menor sanción por parte de la magistratura o el gobierno.
A partir de las primeras semanas de 1921, la ofensiva fascista alcanza un máximo de violencia y brutalidad… Durante el primer semestre de 1921, los fascistas han destruido en Italia 17 periódicos e imprentas, 59 Casas del Pueblo, 119 Bolsas de Trabajo, 83 Ligas campesinas, 151 Círculos socialistas…”
Ante esta violencia de nuevo tipo, organizada por fuerzas paramilitares, la clase obrera no fue capaz de articular la respuesta adecuada. Los socialistas estaban divididos, desorientados, moviéndose dentro de un estrecho legalismo que les impedía enfrentarse con eficacia al fascismo. Incluso llegaron al absurdo de firmar en agosto de 1921 un “Pacto de Pacificación” con Mussolini por el que ambas partes se comprometían a no cometer actos violentos. Por su parte, el Partido Comunista Italiano, fundado en enero de 1921, no fue capaz de organizar el “frente único” que defendía la Internacional Comunista.
La incapacidad de la izquierda para conseguir la unidad de acción favoreció el desarrollo del fascismo. En noviembre de 1921 los fascios se transformaron en el Partido Nacional Fascista, con cerca de 300.000 militantes y 2.300 secciones locales. La mayoría de sus militantes provenían de las clases medias y la pequeña burguesía, así como trabajadores en paro y delincuentes comunes, y contaban con el apoyo económico de las grandes organizaciones empresariales, como la Cofindustria. Tenían también la complicidad del aparato del Estado: policía, jueces y Ejército.
Aunque el fascismo se había convertido en una organización de masas, se encontraba muy lejos de llegar al poder por la vía parlamentaria. En las elecciones de mayo de 1921 salieron elegidos 35 diputados fascistas, la mayoría dentro de las filas del denominado “Bloque Nacional”, mientras los socialistas obtenían 123 diputados y los comunistas 16. La imposibilidad de alcanzar el poder por vía parlamentaria llevó a Mussolini a lanzar un golpe de fuerza. El 24 de octubre de 1922 se celebró en Nápoles una gran concentración de fuerzas fascistas y Mussolini ordenó marchar sobre Roma para conquistar el poder. Desde el día 27 miles de fascistas, en ferrocarril, automóviles, camiones, incluso a pie, uniformados con camisas negras, y en muchos casos armados, se dirigieron hacia la capital italiana. En su camino hacia Roma, los fascistas, mediante una violencia salvaje, se hicieron con el control de numerosas ciudades y pueblos del norte de Italia, destituyendo y asesinando a los alcaldes socialistas. En esas circunstancias, el presidente del gobierno, el liberal Luigi Facta, que hasta ese momento había actuado con total pasividad, permitiendo las tropelías de los fascistas y consintiendo que el Ejército les entregara armas, aconsejó al rey el 27 de octubre que declarase la ley marcial para enfrentarse a los miles de “camisas negras” que ya se encontraban en las afueras de Roma. Se trataba de un gesto en el que no había voluntad política de enfrentarse al fascismo. Sin embargo, Victor Manuel III se negó a firmar el decreto y el 29 de octubre encargó a Mussolini que formase gobierno. De esta manera, con la connivencia directa del monarca, el Partido Nacional Fascista, que constituía una minoría en el parlamento italiano, se hizo con el poder. Mussolini formó un gobierno de coalición con otros partidos burgueses, asumiendo el cargo de presidente del gobierno, y los ministerios de Interior y Asuntos Exteriores. Se iniciaba así el camino hacia la implantación plena de la dictadura fascista en Italia.