Carlos Hermida
Desde que el gobierno decretó el estado de alerta, los medos de comunicación no han parado de insistir en la necesidad de sacar lecciones de este desastre: “ser mejores personas”, “reflexionar sobre el sentido de nuestras vidas”, “la importancia de nuestros mayores”, “de esto saldremos todos juntos”, y un sinfín de lugares comunes, amenizado todo ello con los acordes de “Resistiré”.
Claro que es imprescindible sacar conclusiones de la situación que hemos vivido, y seguimos viviendo, pero desde otro punto de vista, muy alejado de esa moralina pequeño-burguesa que difunden a todas horas las principales televisiones, los diarios de mayor tirada y las radios más escuchadas.
Vamos a exponer algunas lecciones que no aparecen en el catecismo de la “nueva normalidad”.
No tenemos la mejor sanidad del mundo.
Todos hemos escuchado en innumerables ocasiones lo contrario. Es innegable que nuestras Facultades de Medicina son muy buenas, tenemos hospitales magníficos y un personal sanitario excelente, pero lo cierto es que en nuestro país se han aplicado desde hace muchos años unas políticas económicas neoliberales que han debilitado seriamente los servicios públicos. Los recortes presupuestarios y las privatizaciones han mermado notablemente la sanidad pública, que se ha visto desbordada por la pandemia. El sistema ha colapsado, por más que se diga lo contrario, a pesar del inmenso sacrifico del personal sanitario.
En el caso de la Comunidad de Madrid, miles de ancianos han muerto en residencias privadas sin recibir la asistencia adecuada; es más, hay documentos que apuntan en una dirección: la prohibición por parte del gobierno de la Comunidad de derivar a esas personas hacia los hospitales. Como no había capacidad de atender a todos los afectados por el COVID-19, se optó por seleccionar entre quienes debían morir necesariamente y los que tenían posibilidad de salvarse. La responsabilidad de esta ignominia recae sobre el Partido Popular, que gobierna la comunidad desde hace veinticinco años.
Carecemos de industria.
La pandemia ha puesto al descubierto nuestro raquitismo industrial, hasta el punto de que el gobierno ha tenido que comprar en el extranjero algo tan elemental como las mascarillas.
La reconversión industrial de los años ochenta del pasado siglo –peaje
obligado para entrar en la Unión Europea– convirtió a España en un país cuya economía se sustenta sobre dos pilares frágiles: el turismo y la especulación inmobiliaria. Ambos sectores se caracterizan por un empleo precario y de baja cualificación, además de las desastrosas consecuencias medioambientales que ambas actividades conllevan.
Las grandes empresas industriales están en manos de compañías multinacionales que, como se ha visto en el caso de Nissan, responden a estrategias incompatibles con los intereses de nuestro pueblo
El hambre es una realidad.
Desde hace años, las tasas de pobreza y de exclusión social alcanzan en España cifras alarmantes, de las más elevadas de la Unión Europea. Millones de familias llegan con dificultades a fin de mes y solo un porcentaje pequeño tiene capacidad de ahorro. Sobre este escenario ha actuado el coronavirus. El cierre de la economía durante dos meses ha provocado la aparición del hambre. Las colas de decenas de miles de personas ante las despensas y cocinas solidarias son la muestra más evidente del fracaso de un sistema económico y social incapaz de asegurar a la población algo tan elemental como la alimentación. En esta España posmoderna, que presume de AVE y de la expansión de las nuevas tecnologías, el hambre se ha convertido en una realidad cotidiana.
El teletrabajo llega para quedarse.
Con el estado de alerta se ha generalizado en algunos sectores el trabajo a distancia, desde casa, el denominado teletrabajo. Lo que en principio parecía una medida excepcional, consecuencia del confinamiento, se va a convertir en algo normal. Como ya anuncian los empresarios y los poderes públicos, este modelo ha llegado para quedarse, formará parte de la denominada “nueva normalidad”.
Este nuevo modelo laboral presenta innumerables peligros y perjuicios para el trabajador. Como se ha visto en la práctica, se produce un alargamiento de la jornada de trabajo. En el caso de la enseñanza, los profesores han estado trabajando por la mañana y por la tarde, sometidos a una enorme presión, respondiendo a los correos que a cualquier hora enviaban los alumnos y los padres. Pero no se trata solamente de la educación, en cualquier empresa el teletrabajo lleva consigo un control del trabajador por parte de los jefes, que en cualquier momento saben si estás delante del ordenador y conectado al programa informático. Por otro lado, para el empresario supone un ahorro de costes. Es el trabajador quien corre con los gastos de la línea de internet y utiliza su ordenador. Y, más allá de estas cuestiones, este tipo de trabajo fomenta el individualismo y debilita las redes de solidaridad. El trabajo presencial fomenta la sociabilidad, crea un sistema de relaciones sociales que es fundamental para la defensa de los trabajadores. Aislado en casa, frente a la pantalla de un portátil, un trabajador se encuentra indefenso ante el empresario. Sin duda, el sindicalismo saldrá debilitado si este modelo se generaliza.
La hegemonía ideológica burguesa.
Hemos padecido durante estos meses, desde los medios de comunicación, un auténtico bombardeo de mensajes sensibleros y falsamente solidarios. Frente al enemigo común, todos debíamos permanecer unidos hasta la victoria final.. Con un lenguaje bélico, difundido sin pudor por las autoridades militares que diariamente aparecían en las comparecencias del gobierno, se lanzaba el mensaje de unidad nacional.
Se ha ocultado deliberadamente que la pandemia lo que ha hecho es agudizar la crisis del capitalismo, pero no provocarla, de la misa forma que se ha ignorado que el confinamiento y sus efectos afectaban especialmente a las clases populares, con viviendas más pequeñas, menos medios económicos y escasos recursos tecnológicos. Especialmente grave ha sido el hecho de que un importante porcentaje de alumnos se han descolgado de la enseñanza telemática por falta de ordenadores y conexión a internet.
Con algunas excepciones, el discurso de la burguesía se ha impuesto y esto debe hacernos reflexionar sobre la importancia de incrementar la propaganda del partido. Desde mediados de los años setenta del pasado siglo, la burguesía lanzó una ofensiva ideológica contra el marxismo para desacreditarlo y marginarlo de las instituciones educativas. Con la etiqueta de posmodernismo, un conjunto de “intelectuales”, en buena medida franceses, lanzaron una campaña antimarxista que tuvo un gran éxito. Derrida, Deleuze y Foucault por citar solo algunos nombres, se dedicaron a divulgar un discurso irracional que cuestionaba incluso las bases del pensamiento ilustrado.
Frente a esta charlatanería posmoderna, es absolutamente imprescindible difundir por todos los medios las propuestas y los análisis de nuestro partido. La lucha ideológica es una de las formas de la lucha de clases.
La derecha tiene un ADN fascista.
La derecha española ha mostrado durante estos meses su talante fascista. No podía ser de otro modo teniendo en cuenta sus orígenes, que no son otros que la dictadura franquista, pero en determinados momentos ha intentado maquillarse y presentarse con una etiqueta dialogante y “civilizada”. Con ocasión de la pandemia, VOX, el Partido Popular y Ciudadanos, aunque esta última formación se ha desmarcado parcialmente de las posturas más extremas, han lanzado una campaña de mentiras y bulos con la finalidad de criminalizar al gobierno, hasta el punto de hacer llamamientos al golpe de estado y alentar manifestaciones en la calle exigiendo “libertad y democracia”, dos conceptos que históricamente han sido rechazados por los partidos de derecha.
El fascismo es hoy un peligro real en nuestro país y la izquierda no debe menospreciarlo.
La monarquía y el capital son el verdadero enemigo.
Esta es la lección fundamental que las clases populares deben sacar de esta pandemia. El coronavirus ha hecho estragos, pero ha sido algo coyuntural. Los problemas de nuestro país son estructurales. Se impone, por tanto, la movilización frente a los verdaderos causantes de nuestras desgracias. La oligarquía es nuestro enemigo, la clase que tiene el poder y que impuso brutales recortes en los servicios públicos durante la crisis que comenzó en 2008. Y es lo que pretende hacer de nuevo. Esa clase social está representada políticamente por la monarquía y una Constitución que garantiza sus intereses de clase.
¿Qué es hoy lo prioritario? La defensa de las condiciones materiales de vida de nuestro pueblo. En consecuencia, es necesario organizar la lucha en torno a un programa económico y social que asegure al pueblo trabajador la salud, el empleo la vivienda y la educación, sobre la base de profundas reformas.
Nuestra propuesta defiende:
– La derogación inmediata de la reforma laboral y la denominada ley mordaza.
– La potenciación de los servicios públicos: sanidad, educación, sistema de pensiones, etc., poniendo fin a los recortes presupuestarios y las privatizaciones.
– Reforma del modelo de relaciones laborales, cuyo eje principal será el trabajo estable y el fin de la precariedad laboral.
– Una reforma fiscal que grave los enormes beneficios empresariales y las grandes fortunas, persiguiendo implacablemente el fraude y la corrupción.
– Mantenimiento del poder adquisitivo de las pensiones.
– Reindustrialización del país.
– Fomento de la vivienda social y lucha contra la especulación inmobiliaria.
– Potenciación de una banca pública que canalice el crédito hacia la pequeña y mediana empresa.
Hacemos un llamamiento a todas las organizaciones políticas y sociales de la izquierda para organizar un amplio movimiento popular en la defensa de estas reivindicaciones, para dar la adecuada respuesta en la calle. La lucha contra la creciente amenaza fascista solo será efectiva con una masiva movilización del pueblo trabajador. Frente al falso patriotismo de la derecha, que de forma infame se envuelve en la bandera para defender sus privilegios de clase, nosotros reivindicamos una patria basada en la justicia social, la libertad y la soberanía nacional. La clase obrera, los pequeños y medianos empresarios, junto a los intelectuales, organizaciones feministas, etc. debemos unirnos para evitar que salida de la crisis en la que ya estamos instalados arruine a la mayoría de la población y enriquezca aún más a la oligarquía.
Vivimos horas graves, se avecinan tiempos extraordinariamente difíciles, y lo que sobran ahora son personalismos estériles y posturas falsamente izquierdistas. Claridad, firmeza y disciplina para enfrentarnos al fascismo y avanzar hacia un futuro cambio político.